Cine

"Si no puedo dirigir, reviento"

Miguel Bardem rueda "la mujer más fea del mundo" su primer largometraje

14 febrero, 1999 01:00

Abres el dossier de Prensa de la opera prima de Miguel Bardem, que acaba de comenzar a rodar, y te encuentras con un elegante papel plateado que hace las veces de espejo. Uno se siente como la madrastra de Blancanieves, dispuesto a dar su reino por una limpieza de cutis. El espejo, no obstante, ofrece una imagen distorsionada de la realidad: es igual que los que decoran las barracas de feria. Te asustas o te ríes, igual que cuando te imaginas la historia de Lola Otero, la mujer más fea del mundo, esa mujer que, huérfana, creció en un convento, aislada del resto del universo, hostil ante lo anormal y lo diferente, un universo formado por todos esos que piensan que hay que erradicar la fealdad. ¿El viejo mito de la bella y la bestia, de la falsedad de las apariencias?

Q uedamos en el piso donde el equipo de Acrylick está diseñando la página de internet de "La mujer más fea del mundo". Internet es el paraíso de los feos: en la democracia sin rostro de la red todo está permitido. Incluso las sofisticadas piruetas informáticas que hacen que un cromo de San Picio, mártir (ese santo que rompía los espejos con sólo mirarlos), aparezca, animado, en el espacio virtual y global de una página web. No será el único de los alicientes de este reclamo para expertos navegantes computerizados. Habrá, entre muchas otras cosas más, un juego estilo Cluedo que planteará la pregunta del millón: "¿Quién mató a la Miss?" Mientras, Miguel Bardem supervisa los resultados, satisfecho. Una mínima, microscópica parte de los 320 millones de presupuesto -en los orígenes, 250- de su película están dedicados a este infalible método de promoción internetizada. No hay más dinero no porque Bardem no quiera, sino porque todo tiene sus límites: "Hay que poner un freno, sobre todo a mí, porque soy una máquina de gastar dinero. De pedir y pedir y pedir, y de crear cosas. Todas las historias tienen un límite, sobre todo para el productor".

Pura intuición
Alguien dijo una vez que en el principio fue el verbo, y otro le contestó que no, que en el principio fue la emoción. Bardem, que se dedica al cine por necesidad emocional -"¿Qué es eso de llevarlo en la sangre? Primero pensé que era lógico, que mi padre (Juan Antonio Bardem) me lo ha hecho mamar... A los 19 intenté probar otra cosa, y me metí en informática. Duré tres meses, y me di cuenta de que ni servía para estudiar ni quería hacerlo. Llevo en el cine desde los 17, cuando empecé de meritorio"-, se dejó llevar por la intuición cuando leyó el guión de "La mujer más fea del mundo", escrito por Nacho Faerna, compañero de Facultad y amigo del alma, para un telefilme que debía formar parte de una serie. A Miguel le gustó el título y la idea que escondía, la de "una mujer que nacía fea, todo el mundo la odiaba y entonces se dedicaba a asesinar a la gente para vengarse". De eso hace tres años. Durante ese tiempo, como un niño con ganas de ingresar en la Universidad, la historia creció y creció, y no encontraba butacas suficientemente grandes ni mullidas para acomodarse. Hasta que llegó Paco Ramos, de Aurum, y plantó el dinero sobre la mesa.
No hay fea sin guapa. En la película, Lola cumple 18 años el 1 de enero del 2000. Una fecha como otra cualquiera para cambiar de cara: se escapa del convento y decide convertirse en su reverso. Que lo consiga gracias a un "mad doctor" -el doctor Werner, interpretado por Héctor Alterio- es lo de menos. Atrás ha quedado la Lola más fea que Picio, la Lola marginada y humillada, "la que se ha creado a sí misma, la que recuerda las cosas como si fueran un cuento de hadas, un poco cursi, sí, pero desde su mundo propio", apostilla Bardem. La Lola reinventada es de armas tomar. No es casual que, once años después, aparezcan cadáveres desperdigados por la geografía urbana de Madrid. Cada Nochevieja, un asesino en serie se pone en marcha y descuartiza al sexo femenino. ¿Será Lola?: "Cuando descubres una tía que es muy guapa y es inteligente, se convierte en una mujer muy peligrosa. Puede conseguir lo que desee. Es lo que le pasa a Lola, pero ella sólo quiere que la acepten, que la quieran". Sí, vale, ¿pero es Lola la asesina?
Seguimos con otra pregunta, mientras ambos, entrevistado y entrevistador, comemos. ¿Quién puede dar la talla de interpretación que viste Lola? ¿Quién puede ajustarse el vestido de la ambigöedad, ahora fea ingenua, ahora guapa desvalida, ahora guapa Miss Muerte? Bardem lo resume con la palabra "anonimato": "Buscábamos a una mujer muy guapa, muy alta, muy hermosa, y que fuera actriz. Yo no quería a nadie conocido. Cuando te vas a ver una peli y no conoces a los actores, te la crees mucho más". Su primera elección fue Monica Belluci, pero no llegó a verla nunca. La recordaba, impresionante, en la secuencia de la seducción vampírica del pobre Keanu Reeves en el "Drácula" de Coppola, pero "por problemas de fechas" no llegaron a un acuerdo.

La actriz incógnita
Entonces apareció Elia Galera: "Vino a verme, y ya desde el principio me puse nervioso, y pensé: ‘qué personaje más extraño, podría ser un arma de doble filo’". Como ni siquiera las armas de doble filo son infalibles, Bardem le hizo una prueba, a ella y a 20 chicas más, "y en la prueba", y eso es pura intuición, "me puse más nervioso aún". Había encontrado a la mujer más fea del mundo en el cuerpo más bello (o uno de los más bellos) de nuestra feliz piel de toro. Sí, es cierto, Elia Galera es modelo, ha hecho publicidad, pero "no es Mar Flores", matiza. Para un sector de la Prensa, especialmente susceptible a los prejuicios estéticos, la palabra modelo es asociada al cerebro de mosquito, y Bardem es consciente de ello. Se ha arriesgado. Sabe, sin embargo, que Elia es el rostro transfigurado de Lola: "Puede llegar a ser tierna y asesina a la vez. Puede ser una dulce mariposa o un vampiro", asegura mientras pide la sacarina que el camarero se resiste a traer.
¿Cómo sacar esa actriz que Elia Galera lleva dentro? ¿Cómo conseguir que cambie de registro, y pille el tono de voz de un personaje como el de Lola? La solución: Manuel Morón, "que aparte de ser actor, se dedica a enseñar interpretación en la escuela de Juan Carlos Corazza". Morón estuvo un mes y medio con Elia, buscando intenciones y motivaciones, buceando en la conciencia de Lola, reinventándola para ella. Bardem llegó luego para enfocar ese trabajo previo, para adaptarlo al espacio de cada secuencia. Después, Elia se quedaba sola, preparada para hablar con Lola de tú a tú, como dos viejas amigas que hacía tiempo que no se veían. Más tarde, Elia era Lola, y debía enfrentarse a Arribas (Roberto álvarez, el "ambulanciero" de "Nada en la nevera"), la otra cara de la moneda, el personaje antagónico y a la vez idéntico a Lola, el policía que se ha adaptado con resignación a una vida rutinaria: "Arribas no lucha por cambiar, ni por ser él mismo. Se mete en su mundo solitario, en su trabajo, y pasa de lo demás", afirma Bardem, "mientras que Lola sí lucha por ser ella misma, porque la quieran; en definitiva, es lo que queremos todos". Conclusión: Lola salva a Arribas de su vida monótona y estúpida, y Arribas consigue que Lola se sienta querida. Está claro que lo que necesitan es amor.

"Kistch", que no cutre
Amor, venganza, cirugía estética, concursos de misses, comedia urbana, visiones futuristas, un montón de personajes secundarios -interpretados por gente tan dispar como Alberto San Juan, Pablo Pinedo, Guillermo Toledo, Saturnino García, Manuel Manquiña, Santiago Lajusticia, Agustín González, Asunción Balaguer...- y un cóctel polimórfico, una experiencia multigenérica, un modélico ejemplo del mestizaje genérico. ¿Cómo podemos clasificar a la película? "No me propuse enmarcarla en un género. Todo parte de la mezcla de lo viejo y lo nuevo". ¿Cómo se traduce desde la puesta en escena ese viaje de ida y vuelta entre lo futurible y lo pretérito? Veamos: la primera parte de la película es más antigua, "es más un rollo de suspense, de intriga policiaca", matizado con un toque de cine español de los 50, "que es Berlanga, Bardem", y la segunda es más futurista, más estilo "El dormilón". Es entonces cuando Lola se presenta a un excéntrico y glamouroso concurso de misses, "el momento en que cambia el color, la música, la luz de la película". Con un toque de "kistch", pero, eso sí, sin el cutrerío que caracteriza a las pasarelas del horror bello y marbellí.
Mantenemos esta conversación cuando la película lleva ocho días de rodaje. Hay muchos cineastas que consideran el rodaje como un trámite; otros lo viven como una tortura, como una visita al peor dentista del mundo. "El rodaje es muy divertido y muy angustioso", confiesa Bardem, "pero la película se hace antes y después, en preparación y en montaje". En el rodaje hay que solucionar imprevistos: atender con la misma amabilidad al del "catering" que al operador de cámara, al extra que a la estrella. Es un proceso más donde puede saltar la chispa del genio, pero parece que Bardem lo vive con tranquilidad. Hoy, no obstante, está algo nervioso: le toca rodar una escena que le impone respeto. Una escena que forma parte de la secuencia del baile de disfraces donde Lola, oculta tras una máscara en el único lugar donde puede pasar desapercibida, se ena-mora por primera vez. Ese proceso de enamoramiento (y posterior decepción) debe concentrarse en siete minutos de película: "He rodado la primera parte de la secuencia y ha salido bien. Hoy ruedo el momento en que él descubre que Lola es fea, en la terraza; una escena romántica, con el cielo de fondo, tratado con efectos digitales", dice frotándose las manos. Está contento con Elia Galera: Bardem reconoce que está aprendiendo a trabajar con los actores, a profundizar en su esquizofrénica psicología. Eso, y controlar el tiempo de rodaje -"tenemos ocho semanas de rodaje, pero me falta una. A todos nos falta una"-, han sido, hasta el momento, sus puntos flacos como cineasta. Bardem, el treinteañero que se emocionó con "Cinema Paradiso" y que admira la contundencia de Solondz de "Happiness" -"después de verla, pensé que tenía que dedicarme a otra cosa, a vender billetes en el metro, por ejemplo. Es la vida real, vamos"- no olvida la sensación de satisfacción y vergöenza que sintió al estrenar su primera experiencia cinematográfica, "La madre", corto que ganó el Goya en 1995. Dirigir es, valga el tópico, como una droga: "Es como una necesidad que tienes dentro, y si no la satisfaces, revientas. Luego, te quedas vacío. Es un bajón de la hostia, pero mola. Eso sí, físicamente es inaguantable. Ahora estoy en una nube". Compartió esa nube con David Menkes y Alfonso Albacete en "Más que amor, frenesí", desmelenada comedia coral que retrataba las noches madrileñas con la frescura de una película de la "movida". Lo que está claro es que no es lo mismo dirigir a dos manos que a seis: "Es obvio decirlo, pero te sientes más solo. Te vuelves loco, porque discutes contigo mismo, pero das la cara por hacer lo que tú quieres. Me gusta decidir, soy muy egoísta para esto del cine".

Misses, amor y cirugía estética
A estas alturas del café -doble-, "La mujer más fea del mundo" está a punto de seguir su camino. Bardem tiene que marcharse para rodar. Empieza a las 5 de la tarde, como los toreros. A estas alturas "desenchufo" la grabadora, que ha intimidado durante la comida a este director novel tímido, huidizo, que no lleva bien lo de hablar de sus cosas con la Prensa. Sus cosas son una película que quiere mostrar "todo lo que se siente tras las apariencias, detrás de lo superficial". Una película sobre la extraña frontera que separa lo normal de lo anormal, una película sobre la ternura de los monstruoso. "Estoy haciendo lo que creo. Los directores estamos locos. De ahí es donde sale todo, el motor de todo. La ilusión y todo lo que llevo dentro es un motor auxiliar". De esa convicción surge este filme-espejo, el filme español que demostrará que, al contrario de lo que decían los Sírex, los feos no deben morir. Deben conquistar el mundo.