Ensayo

Fernando III, Rey de Castilla y León

Francisco Anson

14 febrero, 1999 01:00

Ediciones Palabra. Madrid, 1998. 344 páginas, 3.500 ptas.

A poyado en una extensa bibliografía, he aquí un libro sobre Fernando III cuyo valor fundamental es hacer ingresar en la configuración de nuestro presente la obra política, militar y espiritual de este rey. Un rey cuya biografía y cuya obra necesitan una revisión que vaya más allá de la leyenda que lastra al personaje, pero sin olvidar por ello los condicionamientos mentales y culturales en que se desarrollan.
Humildemente declara Francisco Anson que "no pretende hacer una biografía, sino un reportaje biográfico", pero en su libro encontramos las vicisitudes que moldearon aquella personalidad, desde su educación bajo la tutela de los monjes del Císter o el magisterio de su madre, hasta sus más hondos valores que se contemplan a la luz de una investigación histórica por la que pasan los hombres y los hechos más señalados de aquel tiempo. Documentado en las diversas "Crónicas" o en investigaciones biográficas más próximas como las del P. Luis, P. Retana o las de Ribadeneira, este libro nos llama la atención sobre una vida donde se manifiestan las encrucijadas de las ideas y de la historia del siglo XIII.
Anson, por todo ello, pone la primera piedra para recordarnos aquella vieja carencia que ya denunciara Sánchez Muniaín: la de la falta de un estudio biográfico que coloque a Fernando III en su compleja personalidad y que señale de una forma cabal su papel en la época convulsa que le tocó vivir. Jinete elegante, diestro cazador, jugador de ajedrez, amante de la música y trovador, el retrato que aquí se hace atiende a lo que fue el centro de sus anhelos: el de representar al verdadero ideal caballeresco, un ideal donde lo guerrero era una forma de manifestarse de lo hondamente espiritual, como ya señaló su coetáneo Ramón Llull en su Libro de Caballería. Desde esta óptica aquella vida dedicada a la Reconquista adquiere su verdadera dimensión y sus ocupaciones de rey o de guerrero quedan sublimadas por ser vehículos por los que se aspira a la perfección, es decir, a la santidad.