Antonio de Nebrija, visto por Agustín Comotto. De 'Nebrija' (Nórdica)

Antonio de Nebrija, visto por Agustín Comotto. De 'Nebrija' (Nórdica)

Entre dos aguas

Nebrija también leyó las estrellas

El gramático mostró sólidos conocimientos científicos, especialmente sobre fenómenos físicos y sobre el legado astronómico de Ptolomeo

15 diciembre, 2022 01:48

La biblioteca nacional acaba de inaugurar una gran exposición, Nebrija (c. 1444-1522). El orgullo de ser gramático “Grammaticus nomen est professionis”, con la que se cerrará el “Año Nebrija”, destinado a celebrar el quinto centenario del fallecimiento de quien es recordado tanto por recuperar la pureza del latín –lengua que consideraba “puerta de entrada a toda ciencia”–, misión a la que consagró un libro repetidamente reeditado, Introductiones latinae (Salamanca, 1481), como por componer la primera Gramática de la lengua castellana (Salamanca 1492).

Nebrija –o Lebrija, como sostiene se debería decir el sabio latinista Juan Gil (véase su breve, pero magistral, Antonio de Lebrija, Breviarios Athenaica, 2022)–, amó el latín, sí, pero no pudo dejar de advertir la fuerza creciente de las lenguas vernáculas, y de ahí, aunque fuera una empresa un tanto marginal dentro de su proyecto intelectual de vida, nació su gramática castellana.

Algo más tarde, Galileo Galilei terminó dándose cuenta de que el habla popular también debía tener cabida en la ciencia: en 1610, cuando se apresuró a poner por escrito las observaciones que estaba realizando con su sencillo telescopio, observaciones que favorecían el sistema heliocéntrico (el Sol, y no la Tierra, en el centro del universo), publicó un libro en latín, Sidereus nuncius (La gaceta sideral), pero 22 años más tarde escogió la lengua vernácula, el italiano, para el libro por el que es más recordado y que tantos sinsabores le produjo (la condena inquisitorial y la reclusión), el Dialogo sopre i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copernicano, obra maestra de la literatura científica.

Los conocimientos científicos de Nebrija encontraron paralelo, más de tres siglos después, en el gran filólogo, gramático, político, ensayista y educador Andrés Bello

Pocos libros científicos pueden compararse con este, o competir a la hora de encontrar un hueco en la historia del pensamiento y de la cultura. Los tres personajes creados por Galileo para protagonizar su diálogo, Salviati, Sagredo y Simplicio, copernicano el primero, neutral el segundo y aristotélico el último, han pasado a formar parte de la cultura universal, de la misma manera que lo han hecho otros inolvidables personajes de ficción, como pueden ser, por ejemplo, don Quijote y Sancho Panza. Dialogan sobre la ciencia del movimiento y de los cielos, pero lo hacen utilizando un recurso precioso: una argumentación lógica, fina y precisa, y una sana retórica.

Mucho se ha escrito este año sobre Nebrija: biografías –pero ninguna supera a La pasión de saber (Universidad de Huelva, 2019), de Pedro Martín Baños–, novelas –a la cabeza una maravillosamente escrita, El sueño del gramático (Fundación José Manuel Lara, 2022), de Eva Díaz Pérez–, y cómics –Nebrija (Nórdica, 2022), de Agustín Comotto–. Y todavía queda por aparecer –lo hará este mes de diciembre, publicado por la Universidad de Salamanca, alma mater de Nebrija– una espléndida obra, Nueva caracola del bibliófilo nebrisense. Repertorio bibliográfico de la obra impresa y manuscrita de Antonio de Nebrija (siglos XV y XVI) (“nueva caracola” porque en 1947 el erudito Antonio Odriozola publicó una primera “caracola del bibliófilo Nebrisense”).

Pero yo quiero recordar aquí que Nebrija mostró también sólidos conocimientos de algunas ramas de la ciencia de su tiempo. Así, entre sus libros se encuentra In cosmographiae libros introductorium (1498), donde se ocupó de la cosmografía, deteniéndose en particular en las principales ideas del astrónomo y geógrafo del siglo II, Claudio Ptolomeo, tal como estas aparecían en la Geografía ptolemaica, obra que conoció durante su estancia en Bolonia (La Geographia, o Cosmographia, de Ptolomeo se imprimió por primera vez en 1475, en Vicenza, en una edición que no incluía mapas, únicamente una tabla con las latitudes y longitudes de más de 8.000 lugares; todavía se debate si Ptolomeo dibujó o hizo que se incluyeran mapas en su texto, aunque de lo que no hay duda es de que este mostraba cómo se podían dibujar mapas).

Abogaba Nebrija en su libro por la precisión y la cuantificación de los fenómenos físicos, así como por la posibilidad de la representación de la Tierra en un plano, y calculaba la circunferencia terrestre, un asunto de gran importancia en aquella época de viajes transatlánticos. Fue, asimismo, autor de obras en las que el gramático-lexicógrafo se adentraba en las voces médicas, como es el Lexicon earum vocum quae ad medicinalem materiam pertinent (1515). Y no olvidemos su labor como editor del gran tratado farmacológico del siglo I, De materia medica de Pedacio Dioscórides, en donde se describen 600 plantas y sus propiedades medicinales, así como animales, vinos y venenos. La edición de Nebrija, de 1518, se tituló De medicinali materia.

El interés y los conocimientos científicos de Nebrija encontraron paralelo, más de tres siglos después, en el gran filólogo, gramático, político, ensayista y educador venezolano-chileno Andrés Bello (1781-1865), autor de libros en los que continuaba por la senda nebrisense: Gramática de la lengua latina (Santiago de Chile, 1848) y Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (Santiago de Chile, 1847).

[Las artes del maestro Antonio de Nebrija]

En una carta que envió desde Londres el 6 de enero de 1825 al ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Pedro Gual, Bello, que deseaba regresar a Hispanoamérica, se refería a sus conocimientos científicos: “He cultivado desde mi niñez, como Ud. sabe, las humanidades; puedo decir que poseo las matemáticas puras; y aunque por falta de medios he carecido del uso de instrumentos, he estudiado todo lo necesario para la descripción de planos y mapas. Tengo además conocimientos generales de otros campos científicos”.

De su aprecio por la ciencia da fe un extenso y ambicioso libro, aunque de carácter general, que publicó en Santiago de Chile en 1848. Lo tituló, Cosmografía o descripción del Universo conforme a los últimos descubrimientos. La gramática, la lexicografía, la lingüística en general, son hoy, por supuesto, mucho más complejas y exigentes que en tiempos de Nebrija o Bello, y es difícil encontrar entre quienes hoy se dedican a esas necesarias disciplinas, conocimientos científicos del tipo que estos dos inolvidables maestros mostraron. Aun así, ellos dos son ejemplos que no puedo dejar de admirar. Fueron ciudadanos de pleno derecho de las mal denominadas “dos culturas”. “Mal denominadas”, porque solo hay una cultura, la que ellos cultivaron, en la que la ciencia no estaba ausente.

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