Image: Verne nunca muere

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Verne nunca muere

13 abril, 2018 02:00

Ilustraciones del libro Viaje al centro de la mente (Páginas de Espuma)

Verne nunca muere. Bajo este contundente título José Manuel Sánchez Ron aborda la figura y la obra del autor francés. El académico recuerda la reciente publicación de Viaje al centro de la mente para hablar de algunas de sus aportaciones a la literatura y a la ciencia.

Predecir el futuro, imaginar cómo será, constituye una afición muy querida por los humanos. Las predicciones individuales, a corto o medio plazo, son una necesidad, pues nos sirven para prepararnos ante lo venidero; es, por decirlo de alguna manera, una táctica de supervivencia. Lo mismo se puede decir, aunque la escala sea mucho mayor, de la necesidad que tienen colectivos, instituciones o naciones de intentar predecir el futuro. Como en otras actividades, en la ciencia también se dan esas ansias predictivas. No es difícil encontrar en el pasado quienes hicieron conjeturas sobre el futuro científico. "Algún día -escribió el clérigo inglés Francis Godwin (1562-1633) en un libro publicado póstumamente (The Man in the Moone, 1638)- los hombres podrán volar de un sitio a otro y serán capaces de enviar mensajes a muchos cientos de millas de distancia en un instante y recibir respuesta sin intervención de persona humana. Podrán también transmitir su pensamiento a otras criaturas aunque estén en el más remoto y oscuro rincón de la ciudad, con otros notables experimentos".

Godwin acertó (no en lo que se refiere a la transmisión del pensamiento, o no todavía), aunque sus predicciones tardasen en llegar. Más frecuentes han sido las predicciones relativas al espacio, especialmente las dedicadas a vuelos a la Luna. Luciano de Samósata (c. 125-195) imaginó un viaje a la Luna y el Sol en un barco volante sin más propulsión que la de los vientos "extremosos". Incluso un científico tan notable como Johannes Kepler (1571-1630) ideó, bajo la forma de un sueño (Somium, publicado después de su muerte, en 1634), un viaje a la Luna, transportado a ella con la ayuda de demonios lunares, aunque en realidad su propósito era describir lo que un observador instalado en nuestro satélite vería desde él. En este sentido, el sueño de Kepler se ajustó mejor a los estándares científicos que las posibilidades imaginadas por Francis Godwin y Luciano de Samósata, o las que el secretario perpetuo de la Académie des Sciences de París, Bernard le Bovier de Fontenelle (1657-1757) realizó en su libro Entretiens sur la pluralité des mondes publicado en 1686, en el que consideraba la posibilidad de vida extraterrestre en otros mundos planetarios.

Me ha recordado todo esto un libro publicado recientemente por la editorial Páginas de Espuma, una recopilación de escritos, inéditos en castellano, de Jules Verne (1828-1905): Viaje al centro de la mente. Ensayos literarios y científicos. Verne, aunque no fue gran escritor, no desde luego del calibre de sus admirados Dickens o Balzac, continúa aún hoy más vivo que otros autores literariamente mejores que él gracias a sus maravillosos libros. Libros que llevaban, que continúan llevando, a sus lectores por mares e islas misteriosas, incluso hasta las mismas entrañas de la Tierra, por cuya atmósfera también pudieron viajar con la imaginación subidos en globos y orbitar la Luna en proyectiles. Hoy, más de un siglo después de su muerte, puede que el alma se nos haya encallecido, acostumbrados como estamos a utilizar tantas maravillas tecnocientíficas, hasta el punto de que no es exagerado decir que la realidad científica supera a la imaginación más portentosa. Y en lo que se refiere a los viajes, uno de los grandes temas de Verne, ya ni nos sorprendemos ni apenas nos interesamos por ellos (salvo cuando, en el futuro, despegue una misión tripulada a Marte).

Pero en el siglo XIX todavía asombraban los grandes viajes y las exploraciones de la Tierra, viajes para buscar las fuentes del Nilo, para atravesar África o para llegar al Polo Norte. De hecho, en una de las entrevistas reproducidas en Viaje al centro de la mente, Verne manifestaba: "A menudo me han preguntado qué fue lo que me llevó a hacer lo que, a falta de un término mejor, se designa como novelas científicas. Siempre he amado la geografía, como otros se especializan en las investigaciones históricas. Cuando escribí mi primera obra, Cinco semanas en globo (1863) elegí África por la sencilla razón de que era el continente menos conocido, y me pareció que la forma más ingeniosa en que podía ser explorado era en globo". Por cierto, en ese libro Verne se detenía en explicaciones acerca de la física y la química que permitían elevarse y mantenerse en el aire a los globos aerostáticos, que tanto interés atrajeron durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, y que culminaron con aquellos gigantes del aire llamados zeppelines. Es muy fácil encontrar en los libros de Verne asuntos científicos, que constituyen los pivotes en torno a los cuales giran sus tramas. En, por ejemplo, el Viaje al centro de la Tierra (1864), el eje era la geología, el interior terrestre, en De la Tierra a la Luna (1865) y en su secuela, Alrededor de la Luna (1870), la astronomía y la física, y en Veinte mil leguas de viajes submarinos (1869), la oceanografía.

En otro lado de los ensayos incluidos en Viaje al centro de la mente, Verne explicó que las novedades científico-tecnológicas que introducía en sus escritos "ya estaban inventadas a medias. Simplemente, he sacado una ficción de lo que luego debía llegar a ser un hecho". En esto se distinguió de H. G. Wells, autor de obras de ciencia-ficción como La máquina del tiempo (1895), La guerra de los mundos (1898) o Los primeros hombres en la Luna (1901). Las novelas de Wells, explicaba Verne, "no se apoyan sobre bases muy científicas. No, no hay ninguna relación entre su obra y la mía. Yo utilizo la física. Él la inventa".

Casualmente, Verne falleció en 1905, el mismo año en el que un desconocido empleado de la Oficina de Patentes de Berna de nombre Albert Einstein publicaba una serie de artículos que abrirían un mundo que ni siquiera él soñó. ¿Qué habría escrito si hubiese sabido de las teorías de la Relatividad o de la Física Cuántica?