Image: Galileo y el honor nacional

Image: Galileo y el honor nacional

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Galileo y el honor nacional

6 enero, 2017 01:00

Vista del cometa c/2012 s1 (ISON) tomada por el telescopio Hubble

José Manuel Sánchez Ron parte en su artículo semanal del libro Cometas, ciencia y religión. La polémica Galileo-Grassi para hacer una profunda reflexión sobre el papel de los científicos en nuestra sociedad. En concreto, aborda el reconocimiento de Galileo Galilei en Italia.

Hace pocos meses ha visto la luz una magnífica edición que recoge los escritos originados por la disputa que Galileo Galilei y el jesuita Orazio Grassi mantuvieron acerca de la naturaleza de los cometas: Galileo-Grassi, Cometas, ciencia y religión. La polémica Galileo-Grassi (Tecnos 2016). Todo comenzó cuando en septiembre de 1618 Galileo vio un pequeño cometa, el primero en aparecer desde la invención del telescopio (aquel mismo año se observaron dos más). Galileo pensaba que los cometas no eran cuerpos celestes sino anomalías luminosas del aire, reflejos de la luz del Sol que rebotaban en vapores que se encontraban a gran altura. Y si era así, ¿qué sentido tendría intentar medir la distancia a la que se hallaban?; sería tanto como pretender atrapar el arco iris o una aurora boreal. A esta idea se opuso Grassi, que sostenía que la trayectoria de los cometas -"astros con barba" los llamaba- de 1618 transcurría entre el Sol y la Luna (la misma opinión que había defendido Tycho Brahe cuando observó un cometa en 1577). Y el año siguiente publicó, en latín, sus resultados bajo el título de Disertación astronómica y filosófica sobre los tres cometas de 1618. Para exponer sus (erróneas) ideas y refutar a Grassi, Galileo recurrió a un antiguo alumno, Mario Guiducci, quien publicó, también en 1619, en italiano, Discurso sobre los cometas. Como cabía esperar, Grassi contraatacó con otro libro, éste bajo el pseudónimo de Lotherio Sarsi, un supuesto alumno suyo: Libra Astronomica (1619), una Balanza astronómica metafórica en la que sopesaba las ideas de Galileo, rechazándolas. Guiducci, a su vez, respondió también a las imputaciones de Sarsi mediante una Carta a Tarquinio Galluzi (1620), antiguo profesor suyo de Retórica en el Colegio Romano.

El resultado final de aquella especie de opereta editorial fue un nuevo libro de Galileo: Il saggiatore (1623) o, en castellano y con el título completo, El ensayador, en el cual con balanza exquisita y precisa se ponderan las cosas contenidas en la Libra Astronómica y Filosófica de Lotario Sarsi, obra que trasciende la polémica sobre los cometas, penetrando en cuestiones más generales de la filosofía y metodología de la ciencia. Salvo Libra Astronomica, los textos antes citados se reproducen, vertidos al castellano, en la edición de Tecnos.

Es obligado reconocer el mérito que tiene esta obra, debida en su mayor parte a un gran estudioso español de Galileo, Antonio Beltrán Marí, autor de una documentadísima "Introducción" que ocupa 326 páginas (incluyendo 13 apéndices), a la que se añaden las 455 páginas de las traducciones de los textos de Galileo y Guiducci, debidas al propio Beltrán, y los de Grassi, de las que se ha encargado Esther Artigas Álvarez. Para el lector no demasiado atento, puede pasar desapercibido un detalle importante: que Antonio Beltrán falleció en 2013. Hay que buscar en los copyrights para encontrarse con un "Herederos de Antonio Beltrán Mari", y en el "A modo de conclusión" de la "Introducción", donde se dice: "Antonio Beltrán había pensado añadir..." y "la prematura pérdida del autor..." Es complicado juzgar las decisiones de los editores, pero en mi opinión el profesor Beltrán, que nos dejó obras excelentes, como Talento y poder (Laetoli 2007) o una portentosa edición del libro de Galileo publicado en 1632, Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano (Alianza 1995, 2011), merecía un recuerdo más significado.

Las traducciones de las obras incluidas en este volumen se han beneficiado de la existencia de una extraordinaria edición, 20 tomos, de las obras completas de Galileo, la denominada Edizione Nazionale (primera edición de 1890-1909, con reediciones en 1929-1939 y en 1964-1966) que estuvo a cargo del matemático e ingeniero italiano Antonio Favaro (1847-1922). No poseo ninguna de estas ediciones -¡ojalá tuviera una!-, pero sí un documento (dedicado por el propio Favaro a un notable físico alemán, E. Wiedemann; ¿a qué manos irán a parar, cuando ya no estemos, los libros que con tanto amor conservamos?) titulado Per la Edizione Nazionale delle Opere di Galileo Galilei, sotto gli auspicii di S. M. il Re d'talia. Esposizioni e Disegno (Florencia 1888). En sus 57 páginas se explica el propósito de la obra. Justo en la primera página, se reproducía el texto de un decreto, propuesto por del ministro de Instrucción Pública italiano y firmado por el rey Umberto I, de fecha 20 de febrero de 1887. "Considerando de supremo decoro nacional satisfacer de esta manera el largo deseo de los estudiosos, elevando a un tiempo nuevo y duradero un monumento de gloria al genio maravilloso que creó la filosofía experimental", se decretaba la preparación y publicación de "una nueva, completa, edición de toda la obra de Galileo Galilei, que será impresa a expensas del Estado y a cargo del Ministerio de Instrucción Pública". En el pasado se habían realizado ediciones de obras galileanas, pero se explicaba que "la investigación y el estudio, especialmente durante la última década, en torno a la figura y los escritos de Galileo Galilei, permiten confiar en que se pueda producir dignamente una nueva edición".

¡Qué ejemplo y que envidia! Italia honraba - y ha continuado honrando, con, por ejemplo, un magnífico museo en Florencia- a su científico más importante. Y al hacerlo ha honrado y honra a la ciencia. El 2 de julio de 1830, el matemático alemán Jacobi escribió en una carta a otro gran matemático, Legendre: "Fourier opinaba que la finalidad primordial de las matemáticas consistía en su utilidad pública y en la explicación de los fenómenos naturales; pero un filósofo como él debería haber sabido que la finalidad única de la ciencia es la de rendir honor al espíritu humano y que, por ello, una cuestión sobre números vale tanto como una cuestión sobre el sistema del mundo". De forma parecida, aunque sea más restringida, podríamos decir nosotros que con la Edizione Nazionale de las obras de Galileo, Italia no sólo honró al científico sino que también se honró a sí misma.

Me resulta inevitable comparar la situación de Galileo e Italia con la de España y Santiago Ramón y Cajal, de lejos la mayor gloria de la ciencia hispana. Ochenta y dos años después de su muerte no disponemos de una edición completa y competente de sus escritos (sí existe, por cierto, una Opera omnia de su gran rival, con quien compartió el Premio Nobel, el italiano Camillo Golgi; de nuevo, Italia). De hecho, sobre el destino y conservación de algunos de los manuscritos de Cajal se vertieron no hace mucho (Santiago Ramón y Cajal. Epistolario, La Esfera de los Libros-Fundación Ignacio Larramendi, 2014) graves acusaciones por el también prematuramente desaparecido biólogo Juan Antonio Fernández Santarén, que merecerían haber sido investigadas y respondidas.