Imagen | José María Bermúdez de Castro: “El español en la ciencia es una montaña difícil de escalar”

Imagen | José María Bermúdez de Castro: “El español en la ciencia es una montaña difícil de escalar”

Ciencia

José María Bermúdez de Castro: “El español en la ciencia es una montaña difícil de escalar”

El paleoantropólogo, codirector de los yacimientos de Atapuerca, ocupará la silla K de la RAE, vacante desde el fallecimiento del lexicógrafo y arabista Federico Corriente

16 diciembre, 2021 17:52

La ciencia vuelve a la Real Academia Española. La candidatura de José María Bermúdez de Castro (Madrid, 1952), avalada por José Manuel Sánchez Ron, Carmen Iglesias y Pedro García Barreno, ha sido aprobada para ocupar la silla K de la Docta Casa. El nuevo académico, Premio Príncipe de Asturias de 1997 junto a Eudald Carbonell y Juan Luis Arsuaga, coordinador del Programa de Peleobiología de Homínidos del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) y autor de libros como Dioses y mendigos (Crítica), considera que la RAE “es una notaría del enriquecimiento del español y de la evolución que ha experimentado nuestra lengua a través de los tiempos. Creo que la mayoría de los españoles es consciente de su importancia”.

Pregunta. ¿Cómo ve el español en estos momentos? ¿Tiene vitalidad? ¿Alguna amenaza?

Respuesta. Pienso que goza de buena salud. Está entre las lenguas con mayor número de hablantes nativos (600 millones de hablantes), y tiene un papel muy destacado en la comunicación. Este marco privilegiado no tendría por qué cambiar en un futuro próximo. Pero todos sabemos que lengua y economía están muy relacionadas. El comercio ha tenido siempre un papel destacado en la mayor o menor penetración de las lenguas en diferentes territorios. Ahí veo una amenaza, porque estamos lejos de los países con más influencia económica. En ese sentido, el inglés se ha ido imponiendo como primera lengua en el planeta, mientras que el chino mandarín tenderá a ganar vigor fuera de las fronteras de China. Estas dos lenguas pueden restar vitalidad al español que, no obstante, tiene suficiente fuerza como para pervivir durante mucho tiempo.

"Podemos sentirnos satisfechos de la situación del español en el mundo, evitando en todo caso que se pierda lo que ya se ha logrado". Bermúdez de Castro

P. ¿Cómo se enfrenta nuestro idioma a las nuevas tecnologías (internet, redes sociales...)?

R. Todos sabemos que las nuevas tecnologías están teniendo un papel muy destacado en la comunicación. Las lenguas con millones de hablantes están vivas y evolucionan. Sin embargo, las redes sociales han de tener la agilidad suficiente para cumplir su cometido. Esta circunstancia obliga a emplear códigos escritos, breves y concisos, que incumplen las normas gramaticales. ¿Puede afectar esto al uso correcto de la lengua? Es muy posible. No obstante, con frecuencia observo que esos códigos dejan de ser útiles cuando dos hablantes interactúan de manera presencial. En cualquier caso, la RAE ha de estar atenta a los nuevos medios de comunicación y no ser ajena a su impacto social.

P. Publicaciones, divulgación... ¿Qué papel debería tener el español en la ciencia?

R. Ante todo, hemos de reconocer que el español perdió hace mucho tiempo el tren de la ciencia. Quienes nos dedicamos a esta profesión debemos escribir en inglés. De no hacerlo, nuestros datos, hipótesis y conclusiones nos serían tenidas en consideración por la comunidad científica. Los trabajos no serían leídos y tampoco citados. La reivindicación del papel del español en la difusión formal de la ciencia es una montaña difícil de escalar. Al menos por el momento. Sin olvidar que la ciencia que se realiza en China o en la India crece a gran velocidad. Conozco el esfuerzo de colegas de diferentes ámbitos por conseguir que las revistas españolas se lean en el mundo. Y sé que ese esfuerzo no está debidamente recompensado. Tan solo hay que consultar el ranking que ocupan esas revistas a nivel mundial. Es una lástima, pero es la realidad. Ahora bien, pienso que los científicos españoles debemos empeñarnos en escribir libros de divulgación en nuestra lengua. Hemos de comunicar con regularidad lo que se sabe sobre nuestro ámbito de investigación. Esa debería ser nuestra contribución, para que la sociedad comprendiera el papel y el valor de la ciencia en el progreso de la humanidad.

P. ¿Apostaría por más entradas científicas en el diccionario de la RAE?

R. Por supuesto. Pero es importante recordar que cada ámbito científico dispone de un amplísimo número de palabras y expresiones de carácter técnico, que son exclusivas y empleadas por un número relativamente reducido de usuarios. Esos términos deben formar parte de glosarios especializados, a los que la RAE puede derivar. Pero es impensable que la RAE contemple todas y cada una de esas palabras y expresiones. La labor sería interminable, como lo es la evolución de la ciencia y la tecnología. Además, hemos de pensar que la primera labor sería traducir de otras lenguas muchas de esas palabras y expresiones, que no han sido acuñadas en nuestra lengua. El significado de una expresión en inglés puede tener matices, que no serían capturados por su traducción al español y viceversa. En cualquier caso, la RAE puede ocuparse de dar entrada a las palabras o expresiones científicas genéricas y a las que, por algún motivo, son ya de uso común.

P. ¿Cree que en el mundo científico español se cuida el español?

R. Pues, lamentablemente, la respuesta es no. Y no se trata de una crítica severa a los profesionales de la ciencia española, sino de una realidad que nos abruma desde nuestras propias instituciones. Desde la década de 1990, cuando nuestra ciencia empezó a asomar de manera tímida en el escenario internacional, los mensajes de esas instituciones han sido muy claros. Si deseamos prosperar en la carrera científica hemos de conseguir que nuestras investigaciones sean leídas y citadas. ¿Cómo hacerlo? Pues hemos de publicar en la revistas de mayor prestigio. ¿Y en qué lengua están escritas esas revistas?. Por descontado, en inglés. ¿Tenemos tiempo para cuidar el español escribiendo libros en nuestra propia lengua? Yo diría que muy poco, al menos en la mayoría de los ámbitos de la ciencia. Además, ¿cómo y cuánto se valora ese esfuerzo extra? Pues para decirlo de una manera sencilla: el valor de ese trabajo se mide junto a otros méritos menores en el curriculum vitae de un científico. ¿Qué se podría hacer para hacer frente al inglés como "lengua científica"?, ¿Tal vez rebelarse contra un sistema pernicioso en el que muchas veces prima la cantidad a la calidad y en el que la divulgación se considera casi un pasatiempo?, ¿Quién arroja la primera piedra?

P. ¿Debería el lenguaje científico estar más conectado con la calle? 

R. Así es. Y es por ello que insisto en que los científicos dediquemos más tiempo a la comunicación de la ciencia en sus múltiples formatos. Y, por supuesto, que ese tiempo se evalúe como es debido en el curriculum vitae.

P. ¿Debería haber más interacción entre la investigación y otros disciplinas humanísticas? ¿Por qué cree que hay esa separación?

R. Naturalmente. Los seres humanos estamos ampliando a marchas forzadas nuestro conocimiento de la realidad en la que vivimos. Poco a poco surgen diferentes ámbitos de ese conocimiento, en los que tienen cabida únicamente quienes se especializan tras varios años de aprendizaje y entrenamiento. Es entonces cuando creamos barreras artificiales para denotar pertenencia a un círculo determinado. Las jergas particulares son la mejor herramienta para ahuyentar a los intrusos. En ese sentido, una de las primeras dicotomías que recuerdo fue la de crear conocimientos basados en las letras y saberes basados en las ciencias. Al olvidar que las bases epistemológicas de todos estos conocimientos son las mismas, hemos ido levantando barreras. Esto empobrece a unos y otros. En las escuelas, cuando los niños y niñas se enfrentan por primera vez al conocimiento metódico ya se inculca la separación, que acaba por establecer dicotomías. Y una vez que los más pequeños llegan a una decisión, surge la necesidad de nuevas y nuevas elecciones, hasta encajar en un grupo determinado. Tan fuerte es la especialización, que lo demás ya no importa. Es más, puede fomentarse, y de hecho se hace, la aversión hacia otro tipo de conocimientos, quizá considerados como más accesibles y de menor entidad.

P. ¿Qué le pediría al Gobierno (de cualquier signo) para potenciar el español?

R. Bueno, existe una institución, el Instituto Cervantes, que trata de realizar una labor muy importante en la difusión de nuestra lengua. Por supuesto, no es suficiente, porque España y los países en los que existe un mayor número de hablantes han ido perdiendo peso en el concierto internacional, tanto a nivel político, geoestratégico, militar o comercial durante los siglos XIX y XX. Ese escenario mundial debe ir acompañado por una lengua principal y otras secundarias. En ese sentido, hemos de recordar que el español es la tercera lengua más empleada en la Organización de la Naciones Unidas, pero solo la cuarta en la Unión Europea. Si el español es utilizado por casi 600 millones de hablantes en nuestro planeta (un 7,6 %), podemos sentirnos orgullosos al considerar que existen más de 7.000 lenguas distintas, habladas por los aproximadamente 7.700 millones de habitantes de la Tierra. En definitiva, podemos sentirnos satisfechos de la situación del español en el mundo, evitando en todo caso que se pierda lo que ya se ha logrado.

P. ¿Cuál es su experiencia con Hispanoamérica? ¿Tenemos suficiente relación? ¿habría que estrecharla?

R. A nivel científico, la relación deja mucho que desear. Ya he comentado antes que los países anglosajones están muy delante en recursos y en su idiosincrasia frente a los retos de la ciencia. Es por ello que en España se tiende a mirar hacia Europa, los Estados Unidos y ahora China. Por supuesto, sería muy deseable reforzar los lazos con países hispanoamericanos mediante convenios, estancias, etc. Son decisiones de la política científica de nuestro país.