Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Las bromas de Oscar Wilde

3 febrero, 2015 16:12

Vuelve a editarse El crimen de lord Arthur Savile, esta vez en Acantilado y con traducción de Javier Fernández de Castro. Los cuentos de Oscar Wilde (1854-1900) gozan de buena salud editorial entre nosotros, se reeditan con profusión y, si no con confusión, y como también ocurre con otros muchos cuentos, bajo muy distintas formas: extraídos individualmente de las colecciones en las que se publicaron originalmente, reagrupados bajo otros títulos…

En esta edición aparece un subtítulo que no he visto en otras que poseo. Ignoro –y he renunciado a investigarlo- si ese subtítulo fue incluido alguna vez por el propio Wilde. Una reflexión sobre el deber condiciona irónicamente una de las posibles lecturas del relato: el crimen como imperativo moral, la necesidad de asesinar como medio para cumplir con el noble fin del amor. Ese mundo de paradojas, en el que el cinismo asoma su pata, es, desde luego, plenamente wildeano.

Un malhadado encuentro de Arthur Savile, en casa de una rica dama, con un quiromante impele al joven a matar. La razón es incontestable: el charlatán ha visto en la mano del lord un inevitable destino en el asesinato y, como el muchacho está en vísperas de casarse con una estupenda señorita, su mejor lógica y su mejor intención le indican que, aplazando la boda, debe asesinar cuanto antes para evitar así que, con posterioridad, el crimen arruine su prometedoramente feliz matrimonio. Es de cajón, ¿no?. ¿Pero cómo y a quién matar sin dar el cante? ¿Se torcerán las cosas? Por supuesto que se torcerán, para regocijo del lector, que asiste a giros de las previsiones y a disparatadas novedades.

Es “sello Wilde”, desde luego. El asesinato no es aquí una de las bellas artes, precisamente, pero sí una inesperada virtud que aplicar para eludir futuros desastres. El teatro, la novela y el cine británicos tomarían en el siglo XX muchos ingredientes de estos planteamientos en los que, bordeando o incurriendo en el humor negro, se ponen en solfa los más sólidos principios morales y lógicos.

Wilde publicó El crimen de lord Arthur Savile en 1891, dando título a una ristra de cuentos que incluía, entre otros, El fantasma de Canterville. El año anterior había dado a la imprenta El retrato de Dorian Gray, y quedaba otro para su primer gran éxito teatral con El abanico de Lady Windermere.

Eran tiempos –y duraron- en los que nobles y burgueses gustaban de convocar en sus salones a quiromantes, videntes, espiritistas y otros profesionales de lo esotérico. De unos y de otros –y también de los explosivos y radicales revolucionarios- se burla Wilde mientras juguetea con las ideas de la moral y del destino.

El texto está trufado de las ingeniosas sentencias que le hicieron célebre y engordaron los libros de citas: “Las cosas interesantes nunca son adecuadas”; “Si una señora no es capaz de hacer que sus debilidades resulten encantadoras tan sólo es una mujer”; “Puesto que no era un genio carecía de enemigos”; “Ceno con personas tan aburridas que ni siquiera comentan los escándalos”…

Pero traigamos unas frases que pertenecen a un ámbito más frecuentado. Escribe: “Los actores son muy afortunados. Pueden decidir si desean interpretar una tragedia o una comedia, si desean sufrir o ser felices, reír o llorar. Pero en la vida real es diferente. La mayoría de los hombres se ven forzados a representar papeles para los que no están preparados (…) El mundo es un escenario, pero la elección del elenco es pésima”.

La vida como representación, sí. Un autor supremo o un destino caprichoso y determinante nos colocan en la piel de personajes inadecuados y que no hemos elegido. En funciones –dijo otro- que no hemos ensayado antes. La obra –la vida- sale mal. ¿Somos libres? ¿Podemos cambiar de papel después del descanso? No hay descanso. Bueno, sí, el eterno.

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