Stanislavblog por Liz Perales

La familia es lo primero

17 enero, 2013 01:00

Hace unas semanas se suscitó una interesante polémica sobre el nepotismo en el teatro en la tertulia del Café Gijón que convoca el productor Enrique Salaberría. Algunos de los presentes no veían mal que directores de teatros públicos colocaran a sus familiares libremente. Otros, como yo, defendimos cierto decoro a la hora de contratar a la parentela.

Es verdad que el teatro es una actividad que tradicionalmente se ha mantenido y transmitido a través de empresas y sagas familiares. El periodista Antonio Castro tiene un estupendo libro, Sagas familiares del espectáculo, en el que repasa las principales genealogías españolas del siglo XX, algunas muy antiguas pues hunden sus raíces en las centurias precedentes. Pero de lo que allí hablábamos no era de empresas familiares o compañías privadas, sino de directores nombrados a dedo por la autoridad política de turno para dirigir teatros públicos.

Un ejemplo notable es el de Mario Gas, que regentó durante dos lustros el Teatro Español del Ayuntamiento de Madrid y contrató a su exmujer y a su hermano para muchos de los espectáculos que dirigió. Su predecesor, el recientemente fallecido Gustavo Pérez Puig, tenía también contratada a su esposa como directora adjunta. En realidad, la discusión surgió por un caso más reciente: Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, montó Doña Perfecta y eligió a su esposa como una de las dos protagonistas. Nadie, que yo sepa, ha hecho nunca una crítica pública a todos estos casos de nepotismo.

Las gentes de la farándula y de la “cultura” en general tienden a ser tolerantes con el nepotismo en su ámbito profesional. Para justificar esa actitud, que generalmente contrasta con una acusada beligerancia contra el nepotismo en cualquier otra clase de empresa o administración pública, se suele acudir a la llamada “excepción cultural”, concepto que acuna privilegios y que es expansivo como el gas.

Así, la “excepción” sirve tanto para exigir que la cultura no sea tratada como un “vulgar” producto de mercado y que el Estado la proteja subvencionándola y manteniendo empresas públicas culturales costosísimas, como para defender que esas mismas empresas se gestionen como botín privado y sin que haya ciertos controles de transparencia y objetividad comunes en el sector público.

¿Cómo es posible que se pueda defender una cosa y su contraria? Creo que es debido a que la “excepción cultural” es tramposa porque no se refiere, en realidad, a toda la cultura, sino sólo a la que gusta a quienes defienden la “excepción”.

El enamorado de la “excepción cultural” salva sus inevitables contradicciones porque tiene alma de comisario expendedor de “credenciales culturales”, de “prestigios reconocidos”, de “controles de calidad”. Y eso que todo el mundo sabe que la calidad en el arte, y especialmente en el arte contemporáneo, es un asunto extremadamente subjetivo.

Un caso reciente de cómo se administran estas credenciales culturales lo hemos visto con la exposición de pintura que el IVAM ha programado de Mónica Ridruejo, exdirectora de RTVE con Aznar. El diputado de Esquerra Unida de Valencia, Lluís Torró, y el presidente de la Associació de Crítics d'Art, José Luis Pérez Pont, le han hurtado sus méritos artísticos a Ridruejo porque consideran que se la ha programado por sus relaciones políticas (es esposa de Santiago Cervera, exdiputado del PP que solicitó su baja cautelar por un supuesto caso de chantaje). “No reúne los requisitos de calidad para ser expuesta en un centro de referencia como pretende ser el IVAM”, dictaminó el “comisario” Torró.

¿Qué pasaría si un director general de un ministerioo repartiera cargos entre su mujer, hermanos, hijos...? No creo que haya muchas diferencias entre cómo se nombra a un director general y cómo a un director de un teatro público. Los dos son cargos de confianza, de libre designación del poder, y aunque a veces se intentan establecer criterios objetivos para su elección, todos sabemos que es imposible que funcionen. Por algo son cargos de confianza. En lo que sí se distinguen es que un director de un gran teatro institucional cobra más que un ministro y su gestión no está sometida al control externo.

Según la RAE, nepotismo es la “desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos”. De eso se trata, creo yo, de vigilar la desmesura y de mantener una actitud decorosa cuando uno disfruta de la graciosa prerrogativa de dirigir un chollo como es un teatro público.

Image: Fallece Fernando Guillén a los 80 años

Fallece Fernando Guillén a los 80 años

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