Un momento de la obra teatral 'El entusiasmo', de Pablo Remón

Un momento de la obra teatral 'El entusiasmo', de Pablo Remón

Stanislavblog

'El entusiasmo' o cómo lo pierden las clases medias urbanitas

Pablo Remón teje una comedia doméstica de tono intimista sobre la crisis que supone pasar de ser hijo a ser padre.

Más información: Pablo Remón escenifica la crisis de la mediana edad en 'El entusiasmo'

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El dramaturgo, guionista y director Pablo Remón (Madrid, 1977) acaba de estrenar El entusiasmo, una comedia doméstica de tono intimista sobre la crisis que supone pasar de ser hijo a ser padre. Cobra vida en el escenario del María Guerrero ante una platea rendida a su estilo narrativo y humor y a unos actores habituales ya del Centro Dramático Nacional capitaneados por Francesco Carril.

El autor ya en el programa de mano –en ilustrativa exposición de sus pretensiones dramatúrgicas– nos habla del origen de esta pieza, fruto de su inmersión en Chéjov (su anterior producción fue Vania x Vania) y en sus dramas que retratan una cotidianidad en el que no pasan grandes cosas.

Aquí tampoco hay grandes conflictos, relato de cómo transcurre la vida hogareña de una pareja urbanita de Madrid inmersa en la crianza de sus dos hijos, que ven cómo el curso de su existencia no toma la forma que imaginaron; los sueños, deseos y la inconsciencia de la juventud pierden su intensidad con las nuevas responsabilidades que han asumido. Ahora que se ven repitiendo los roles de sus padres que tanto criticaron, intentan la última salida de emergencia.

El tema es ciertamente recurrente, ya se ha visto tratado en los escenarios (Los días perfectos). Pero Remón es un apasionado creaficcionista, y en estilo interliterario y fragmentario cruza anécdotas o short cuts sobre personajes realistas que viven situaciones surrealistas y que adereza con un humor blanco o absurdo que son lo mejor, ya que corrigen la deriva de un conflicto principal típico, de tono íntimo y generacional, en el que será fácil que el espectador se identifique.

Su insaciable voracidad por contar fábulas no evita que su teatro resulte en ocasiones demasiado narrativo, pero él lo corrige intercalando distintos puntos de vista y dando mucho juego a los intérpretes: el actor simultánea su condición con el rol de narrador, personaje e incluso autor/director de la obra, al estilo de la novela posmoderna, como el propio Remón explica en el ya citado programa de mano. Ocurre que a veces no es tan fácil que el espectador siga el juego.

Cuenta con el actor Francesco Carril como su álter ego. Su cordialidad y simpatía lo convierten en el favorito de muchos otros autores que lo eligen también para este papel, como Alfredo Sanzol o Roberto Martín Maiztegui. Aquí es ese profe de universidad a punto de tirar la toalla en sus aspiraciones a novelista (problemática parecida a la que Lucía Carballal nos presentaba en uno de los personajes de Los nuestros).

Se consuela citando a filósofos posmodernos franceses que no entiende, como muchos de los mortales, y yendo al psicólogo (magnífica la escena del tortazo). También ha dicho adiós a sus escarceos amorosos fuera del matrimonio.

El profe y su mujer, a la que da vida Natalia Hernández, han abandonado el centro de Madrid donde vivían y se han hipotecado en la compra de un piso en el periférico barrio de Sanchinarro. Hernández odia el barrio y hay en ello un sentimiento agónico por el momento social que les toca vivir y que ya comienza a ser habitual en el retrato de las clases medias españolas que nos viene ofreciendo el teatro (como ocurre en El imperio categórico).

La actriz impone un distanciamiento a su personaje, se ha desprendido de cualquier atisbo de ambición, se ha rendido antes que él y acepta el decurso que impone la madurez. Tiene momentos en que se suelta la melena: sus experiencias en el parque con los niños son muy divertidas.

Maravillosa la joven Marina Salas, con una vis cómica encantadora nos recibe en el papel de una jovencita enamoradiza loca por ligarse a un chaval al que introducirá por las peñas del pueblo en fiestas. Su monólogo inicial es un pelín largo, también el del final, pero ella y Raúl Prieto quedan encargados de dar vida a los personajes secundarios, en especial a los niños de la pareja, propiciando escenas desternillantes y otras donde se atisba un punto de ternura.

La obra se dispara hasta las dos horas, con momentos que piden una poda (los monólogos de principio y fin de Salas), pero hay otros memorables y como siempre ocurre con Remón podríamos seguir escuchando más anécdotas e historias. Las alusiones a Zaragoza, capital de un Aragón que casi siempre se cuela en sus piezas, como ciudad neutra y acomodaticia funciona como una idea subterránea que amenaza a sus protagonistas.

El entusiasmo

Teatro María Guerrero. Hasta el 28 de diciembre

Texto y dirección: Pablo Remón
Reparto: Francesco Carril, Natalia Hernández, Raúl Prieto y Marina Salas
Escenografía: Monica Boromello
Iluminación: David Picazo
Vestuario: Ana López Cobos
Sonido: Sandra Vicente
Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción: Centro Dramático Nacional y Teatro Kamikaze