James Watson con un modelo de ADN detrás. Foto: Miriam Chua

James Watson con un modelo de ADN detrás. Foto: Miriam Chua

Qué raro es todo!

James Watson: las vueltas de la doble hélice

Al nobel de Medicina le debemos esa estructura que lo cambió todo: una explicación sencilla a asuntos complicadísimos; sobre todo, cómo se produce la evolución de las especies.

Más información: Mary-Claire King, Premio Princesa de Asturias: “La inmortalidad para un científico es el éxito de sus alumnos”

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Se ha muerto James Watson, de Watson y Crick, el dúo de premios nobel al que debemos la célebre estructura en doble hélice del ADN. Francis Crick murió hace ya veinte años. Es el fin de una era; al menos para mí. Decir "Watson y Crick" en la facultad de Biológicas de la Complutense –cosa que ocurría a menudo–, era como decir "Harnoncourt", "Boulez", o "Celibidache" en mi academia de música o en la cola de los conciertos del viejo Teatro Real.

Estos nombres sonaban heroicos y tiraban de mi vocación, que era doble y un poco rara. Salvo un colega de la facultad que tocaba el violín, no he conocido a muchos músicos apasionados por la ciencia o viceversa. Bueno, están Rousseau, Einstein y otros, pero no los he conocido.

Quizá por eso, recuerdo la sorpresa que me causó que el gran Antonio García-Bellido, luego premio Príncipe de Asturias, a la hora de elogiar al genetista Theodosius Dobzhansky, nos dijera un día en clase que su importancia era semejante a la de Béla Bartók. Bien por Dobzhansky, pensé, y por García-Bellido. (Y me entero ahora, mientras escribo, que se ha muerto también el profesor García-Bellido. ¡Ahora sí que se acaba una época!).

Watson y Crick imaginaron para el ADN una forma de escalera doblada en hélice, lo que, poniéndonos trascendentes, viene a ser un cruce de la escalera de Jacob (la de ver el cielo abierto) con la torre de Babel de Brueghel. Motivo para subirse a la parra hay, porque esa escalera doble y espiral lo cambió todo.

Hoy vemos que la ciencia y la técnica del ADN ayuda a los policías, a los antropólogos e incluso a los médicos en sus diagnósticos y, cada vez más, en sus tratamientos, pero a mí lo que me fascinaba de aquella visión era que, de un plumazo, daba una explicación sencilla a asuntos complicadísimos: qué es la vida, cómo funciona la biología molecular, cuál es el mecanismo de la herencia genética y, sobre todo, cómo se produce la evolución de las especies.

Gosling y Franklin: Fotografía 51. Foto: King's College London Archives

Gosling y Franklin: Fotografía 51. Foto: King's College London Archives

De un día para otro, la idea de que unas especies den lugar a otras y de que los humanos tengamos de tatarabuelo a un mono, pasaba de ser una posibilidad brumosa e inquietante a una obviedad transparente y tranquilizadora o, según se mire, aún más inquietante.

En un artículo de menos de una página de la revista Nature, W&C mostraron que los genes vienen a ser libros (más bien papiros enrollados) que llevan inscritos los planos de montaje y las instrucciones de uso de todos los seres vivos. Descubrieron que el alfabeto de ese libro tiene solo cuatro letras, cuatro moléculas que simbolizamos como A, T, G y C, y que se acoplan entre sí por parejas invariantes: A con T y G con C.

En la escalera del ADN, cada peldaño está formado por un par de letras acopladas, A-T o G-C. Lo más gordo, lo que les valió el nobel, es el descubrimiento de que, además de un libro, cada gen viene a ser... ¡toda una imprenta!, porque lleva incorporado un mecanismo de autorreplicación. Resulta que la tal escalera se comporta como una cremallera capaz de abrirse del todo en dos cintas dentadas que, luego, se recomponen cada una por su lado tomando del entorno nuevos dientes-letras hasta resultar en dos cremalleras idénticas a la de partida.

Imaginemos un libro prodigioso que, con solo ponerle cerca un bote de tinta y un cerro de papel, se duplicara él solito al cabo de un rato. Pero lo que eleva a W&C al olimpo de la ciencia es que este abracadabra se deduce directamente de la propia estructura de la doble hélice del ADN, sin más necesidad explicativa que su forma geométrica y sus series de cuatro letras acopladas dos a dos.

Los autores no se refirieron a este gigantesco avance más que en el último párrafo del artículo y marginalmente, en uno de esos elegantes "understatements" que los británicos adoran. La frase parece obra del británico Crick, más que del americano Watson: "No se nos escapa", dicen como de pasada los autores, "que este emparejamiento que postulamos sugiere un posible mecanismo de copia para el material genético".

Aunque científico de excepcionales logros, James Watson resultó ser poco ejemplar en cuanto ser humano. Era antipático y mezquino y no dio adecuado crédito a los colegas en que se apoyó para su descubrimiento. Sobre todo, a la cristalógrafa Rosalind Franklin y al doctorando Raymond Gosling, autores de la famosa "Fotografía 51", imagen por difracción de rayos X de un ADN cristalizado.

Watson terminó revelándose como un racista impresentable. Dio a entender más de una vez que la raza negra es menos inteligente que la blanca, lo que es una barbaridad sin fundamento alguno. Algunos le han llamado por ello darwinista social, lo que no me parece bien, porque equivale a insultar inmerecidamente a Darwin. No hay nada más antidarwiniano que esa doctrina estúpida, perversa y nazificante.