Andrés Poncela recibe el Primer Premio SGAE-CNDM. Foto: Rafa Martín.

Andrés Poncela recibe el Primer Premio SGAE-CNDM. Foto: Rafa Martín.

Qué raro es todo!

Andrés Poncela, un clásico joven

El músico ha sido ganador del Premio Fundación SGAE-CNDM 2025 por la composición 'Un otoño para dar madurez al canto', inspirado en Hölderlin.

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Siguen apareciendo jóvenes compositores. Hacen falta, porque el mundo cambia a velocidad de vértigo y necesitamos creadores que nos ayuden a oírlo, que es una forma de comprenderlo. O, si nos bajamos de la parra, que nos inciten con buena música, sea esta lo que sea.

Lo uno y lo otro, nada menos, esperamos los oyentes de Andrés Poncela (Madrid, 1996), ganador del Premio Fundación SGAE-CNDM 2025, y de sus colegas finalistas. Y si no, que no se hubieran metido en este berenjenal, que componer no es obligatorio.

El título de la obra premiada, Un otoño para dar madurez al canto, inspirado en Hölderlin, es muy exigente. Solo cabe entenderlo como promesa de una música de parecida potencia poética. No sé si por influencia de su maestro, Jesús Torres, o de por sí, Poncela tiene esa capacidad y ese gusto creador.

Su Otoño empieza con acordes tenidos, delgados y tensos, casi de sho japonés, que el piano interrumpe con un arpegio calmado y transparente, de mucho efecto.

Hachazos violentos tipo Psicosis de Herrmann o Kaschéi de Stravinski lo echan todo abajo y abren la puerta a músicas varias: patrones repetitivos, melodías del clarinete y de la flauta, notas ancla del piano, que cimentan la última fase de la narración, como la pedal de una fuga, hasta que, a los diez minutos más o menos, reaparece el arpegio del piano, constituido esta vez en elegante gesto conclusivo.

El arpegio es de dominante, lo que significa que instala en el oyente la expectativa de algo más, pero no se nos da. Nos vamos a casa con la expectativa abierta en el oído. El otoño como prólogo.

Esta música deja un regusto clásico; no tanto por el viaje cuasi tonal que la envuelve, de la bemol a re bemol, cuanto por el dominio maduro de las proporciones.

Fabián Panisello dirige el Plural Ensemble. Foto: Rafa Martín.

Fabián Panisello dirige el Plural Ensemble. Foto: Rafa Martín.

Poncela aplica lenguajes diversos, pero el resultado no es ecléctico sino armónico: la integración se percibe como natural, sin esfuerzos estéticos.

Esto de conocer bien los idiomas de la historia y hablarlos con fluidez parece propio de esta generación de compositores. Lo es, sin duda, de Leonel Aladino (Oaxaca, 1996), cuyo estupendo Torrente vacío ganó el tercer premio.

Suena, efectivamente, como una torrentera de ideas potentes y texturas ricas. ¿Demasiadas para los diez minutos de rigor? Mi oído me pedía más tiempo para recibirlas, pero eso va en gustos. El gesto final es bonito.

El segundo premio fue para Rodrigo Ortiz Serrano (Cuenca, 1993), cuya Liturgia del vacío deja una sensación de orden en las secciones y creatividad en la ideación. An(nihil)ation, de Francisco Domínguez (Alcolea de Calatrava, 1993).

Como todos sus colegas, emplea un grupo de flauta, clarinete, violín, viola, acordeón y piano, pero la viola que él pide, y a la que da papel principal, es eléctrica, con pedalera electrónica.

La transformación es radical, con distorsión y saturación de raigambre rockera. El efecto abre planos, pero cierra el camino a las sutilezas de que tan capaz es la solista, Ana María Alonso. Expresionismo ruidista que pierde efecto por la falta de contraste.

Los cuatro compositores se beneficiaron de interpretaciones de altísimo nivel, por calidad y compromiso. ¡Qué gran suerte poder contar con el Plural Ensemble y Fabián Panisello para mostrar al público sus trabajos!