Varias especies de coleópteros. Foto: University of Texas

Varias especies de coleópteros. Foto: University of Texas

Entre dos aguas

Los escarabajos y la amenaza del invierno nuclear

Estos coleópteros, que componen la cuarta parte de todas las especies animales, son mucho más resistentes que los humanos a escenarios adversos.

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Publicada

En su autobiografía (Laetoli, 2008; Nørdica, 2019), y refiriéndose a la época en que era estudiante —no muy aplicado, por cierto— en la Universidad de Cambridge, Charles Darwin se detuvo en la siguiente anécdota: "Ninguna de mis dedicaciones en Cambridge fue, ni de lejos, objeto de tanto entusiasmo ni me procuró tanto placer como la de coleccionar escarabajos. Se trataba de la mera pasión por el coleccionismo, pues no los diseccionaba y raras veces comparaba sus caracteres externos con descripciones publicadas, pero conseguía de alguna manera darles nombre".

Y continuaba: "Quisiera presentar aquí una prueba de mi dedicación: cierto día, al arrancar una corteza vieja, vi dos raros escarabajos y los cogí, uno con cada mano; luego vi un tercero de una especie distinta que no podía permitirme perder, así que me introduje en la boca el que llevaba en la derecha. Pero, ¡ay!, el insecto expulsó un fluido intensamente acre que me quemó la lengua, por lo que me vi obligado a escupir aquel escarabajo, que se perdió, lo mismo que el tercero".

Como a Darwin, los escarabajos han atraído interés a lo largo de la historia. Probablemente el ejemplo más notable sea el del antiguo Egipto, donde en forma de amuleto (el escarabeo) de vida y poder, y asociado al Sol naciente, una de sus especies, el escarabajo pelotero, fue símbolo de la resurrección.

Tallado habitualmente en una piedra verde, los escarabeos se colocaban en el pecho de los muertos para proteger su corazón y sustituirlo durante la momificación.

Uno de los cuentos de Edgar Allan Poe, El escarabajo de oro (1843), tiene como protagonista a ese insecto. En él, un narrador relata las visitas que hizo a un amigo suyo, William Legrand, que había encontrado un escarabajo que creía totalmente nuevo.

Pero la historia comienza pronto a complicarse cuando, observando el brillante color dorado del insecto, el sirviente de Legrand, Júpiter, afirma que "es un escarabajo de oro macizo todo él, dentro y por todas partes, salvo las alas".

Opinión a la que termina sumándose Legrand y que lleva al narrador a comentar: "Era un hermoso escarabajo desconocido en aquel tiempo por los naturalistas, y, por supuesto, de un gran valor desde el punto de vista científico. El caparazón era notablemente duro y brillante, con un aspecto de oro bruñido. Tenía un peso notable, y, bien considerada la cosa, no podía yo censurar demasiado a Júpiter por su opinión respecto a él; pero érame imposible comprender que Legrand fuese de igual opinión".

Y la historia sigue con calaveras y criptogramas en pergaminos, por, en definitiva, los oscuros caminos en los que la razón linda con la locura.

Supongo que la presencia e interés por los escarabajos tiene que ver con el hecho de que constituyen una cuarta parte de todos los animales conocidos. Son insectos, miembros de un solo orden, los coleópteros, de los que se conocen unas 400.000 especies, pero se estima que puede haber cientos de miles más.

La variedad de escarabajos es inmensa. Hay, por ejemplo, escarabajos de tierra, de resorte, de las hojas, voladores, acuáticos (los escribanos y los fieros buceadores), carnívoros (algunos usados por los taxidermistas), singulares (por sus características únicas, como los escarabajos rinocerontes).

Y los hay de tamaño microscópico, de apenas 1 mm, como los ptílidos, pero también gigantes, como el escarabajo Goliat del África ecuatorial, cuyos machos pesan entre 70 y 100 gramos y miden hasta 12 cm, o el hércules, que alcanza los 19 cm.

"El interés por los escarabajos tiene que ver con el hecho de que constituyen una cuarta parte de todos los animales conocidos"

Es tan maravillosa como escalofriante la variedad de la vida. Una vida de la que nuestra especie, Homo sapiens, forma una pequeña parte. Pequeña, pero con un poder inmenso, fruto de la capacidad de nuestro cerebro, y de una organización anatómica bastante adecuada para explotar semejante potencial.

Sin embargo, no deberíamos olvidar que formamos parte de un gran, complejo e interconectado, en múltiples aspectos, bioma terrestre. Una parte de mantenimiento mucho más delicada que la de otras especies.

Los insectos, de los que forman parte los escarabajos, viven en todos los ambientes que existen en la Tierra, exceptuando el mar abierto, incluyendo fuentes termales sulfurosas o charcos de petróleo, y practican todas las formas de alimentación concebibles: herbívoros, carroñeros, estercoleros, parásitos, depredadores.

Habida cuenta de semejante polivalencia, no es sorprendente que entre los escarabajos se cuenten especies que florecen en escenarios devastados, como sucede, por ejemplo, con las termitas, insectos neópteros, que se ven favorecidas por la destrucción de los bosques, pues con ello aumenta el suministro de su alimento, la madera muerta.

Los escarabajos también desempeñan papeles ecológicos importantes, descomponiendo y reciclando residuos orgánicos, mejorando la aireación y fertilización del suelo, controlando plagas y contribuyendo a dispersar semillas y polen.

Mientras escribo esto, me viene a la memoria la idea del "invierno nuclear", que tanto difundió y temió Carl Sagan; esto es, la catástrofe climática que seguiría a una guerra nuclear: oscurecimiento de la atmósfera, incendios generalizados, contaminación de radioisótopos ionizantes…

Y rescato de mi biblioteca el libro que Sagan escribió junto a Richard Turco, Un efecto imprevisto: el invierno nuclear (Plaza & Janés, 1991). Recuerdo de él pasajes que me impresionaron.

Encuentro uno de ellos: "Las aves y los mamíferos son más vulnerables al frío, la oscuridad y la radiación que los insectos que constituyen sus presas, y se producirían unas plagas de insectos, tal vez de proporciones bíblicas. Los insectos y los microorganismos portadores de enfermedades se extenderían".

Durante un tiempo pensé que ese horizonte nuclear se había desvanecido. Ahora ya no estoy tan seguro, constatando el comportamiento de mandatarios de algunas naciones nucleares. En cualquier caso tengo mucho cuidado en pensar que habría que declarar una guerra generalizada a los insectos.

Desgraciadamente, sin embargo, y como señala el biólogo y ecólogo Dave Goulson en un libro aleccionador, Planeta silencioso. Las consecuencias de un mundo sin insectos (Crítica, 2023), ni siquiera los resistentes insectos se libran de las actividades humanas. "Los cálculos realizados varían mucho y son muy inexactos, pero es muy posible que la población general de insectos haya disminuido un 75 % desde que yo tenía cinco años [nació en 1965]".

¿Será el nuestro finalmente un planeta en el que el ruido predominante sea el de las máquinas, inteligentes o no?