La columna de aire por Abel Hernández

Sobre lo indie en España (y III)

21 noviembre, 2014 09:47

El aspecto del suelo visto desde abajo

Viajemos otra vez hasta algún momento de los años intermedios de los 90 en España. En un pub, sala o club tirando a pequeños de cualquier ciudad, el escenario está apenas un par de peldaños más alto que el suelo o simplemente se ha delimitado en un rincón mediante alguna clase de señal. Allí reposan varios instrumentos y equipo de calidades que van de lo casi profesional a lo muy cutre, hasta que unos chicos y posiblemente alguna chica que parecen haber sido elegidos al azar de entre las decenas que andan por allí, suben y los hacen sonar entre tímidos y orgullosos. Las pintas más o menos descuidadas de los músicos son anecdóticas, parecidas a las del público, que a su vez se asemejan bastante a las de cualquier otro joven. Ese look normalizado, tan lejos del de las estrellas del rock, dice tanto en esta secuencia cuanto que alguien cualquiera de entre el público acaba de subir a tocar. Desde el suelo. Las personas que pasan a ser El Público (algunos de los cuales serán también La Prensa) no están allí únicamente porque les guste la música de El Grupo o por el proceso de identificación entre fan y músico propio de lo Pop. Si están es más bien porque se ven representados o interpelados por la insatisfecha búsqueda estética y vital de El Grupo y su decisión de hacer al margen de todo lo demás (rendimiento, finalidad), de ser por un rato quien toque su música sobre el escenario. Así podría empezar uno de los relatos sobre el indie español. Y, detalle arriba o abajo, el de cualquier momento de lo independiente en la música Pop mundial. Parece venir a cuento esa frase de Jacques Rancière sobre la actividad política como: “la que desplaza a un cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambia el destino de un lugar; hace ver lo que no tenía razón para ser visto, hace escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar, hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido”.

 

Bajo la influencia: el arte del mal copiar

He cogido prestado algo de un tipo extranjero al que seguramente sólo medio entiendo. Igual que hacen los chicos corrientes que ahora actúan, cuya música se parece a algunas de las canciones que sonaban antes del concierto. En realidad ellos y yo representamos un viejo papel dentro de la dialéctica cultural de ser ante todo síntesis y reproducción de lo ya existente. Además, la forma musical que practican forma parte de la globalización del Pop anglosajón tras la II Guerra Mundial. En eso El Grupo no se diferenciaría de muchos otros contemporáneos españoles, franceses, belgas, portugueses, suecos, italianos... Bueno, tampoco de la mayor parte del Pop español (sea balada, rock’n’roll, cantautor, heavy, punk, ska, siniestro, rock urbano, nueva ola, tecno pop, hip hop, techno…) desde los años 50 hasta la fecha. Por otra parte, lo que El Grupo ha heredado en la música discurre en paralelo al desarraigo cultural que heredan de la generación de sus padres. Pero ellos están intentando hacer algo nuevo con toda esa herencia y al margen del canal principal. No estamos ante una banda de tributo. El Grupo busca hacer su propia música, que es algo así como la música heredada dividida entre como cualquiera puede imaginarla en el futuro y multiplicada por el relato personal. Su arte está en hacerlo como puedan. No necesitan que nadie certifique su calidad. Y hay una cosa más: se trata de copiar mal. El modelo alternativo que siguen consiste a su vez en ser copia no mecánica sino barata e híbrida de otros estratos del Pop. Es decir, el modelo no sólo exige ser utilizado por cada uno a su manera (DIY), sino también hacerlo con baja fidelidad, la mala copia bastarda e indisimulada. Porque de esa mímesis imperfecta siempre acaba surgiendo lo nuevo. En lugar de hacer como el mainstream y disimular que llevan máscaras de autenticidad y novedad para no dejar ver que reciclan lo ya masticado y deglutido, El Grupo usará su disfraz de extranjero hasta hacerlo jirones.

 

Cantando de oídas, lengua franca

Parte de los músicos anteriores, la industria mainstream y sus voceros mediáticos desprecian a El Grupo: no es sólo que suenen cutres o raros o ajenos, sino que no se les entiende. Es cierto, puede ser que no entendamos lo que cantan. El uso del idioma, como la pinta, la escasa calidad del sonido y de la ejecución musical, por un lado conectan con el simple "hacer como sea" del amateurismo y serán en lo alternativo otra alegre bofetada al profesionalismo y el interés comercial al que el pop español parecía abocado. También se ha dicho a menudo que el uso del inglés y la marcada influencia anglosajona se debe básicamente a haber escuchado más Pop de fuera, sobre todo en lo que se refiere al underground anglosajón. Parece obvio que en ese momento era más fácil estar impregnado de ello que de músicas patrias como la jota o la copla, pero este neocolonialismo cultural parece insuficiente como explicación. ¿Por qué entonces el hiphopero español de los 90 no rapea en inglés, por ejemplo? Me parece que en realidad lo que lo indie en España intenta usar es una especie de lengua inventada. Algunos cantan en un inglés imperfecto, medio (o del todo) inexacto, que surge de la confluencia de querer ser otro con estar orgulloso de quién se es. Igual que se compone y se toca música de oído, se escribe y se canta texto de oído, en una lengua extranjera que es más bien la mala copia del idioma real. Ese “inglés” suena distinto no sólo porque sea más familiar al oído acostumbrado al rock, sino precisamente porque es lengua extraña, exótica, que no prevalece sobre la música. Ese idioma es una especie de lengua franca que sirve de máscara para expresarse uno más libremente pero que transmite unos valores comunes de urgencia creativa, necesidad de romper con lo asignado, lo ya dicho. Su función es tomar distancia de lo real para poder reelaborarlo personalmente. Se ve en el inglés pero también en el insólito castellano de otros, plagado de imágenes casi indescifrables, o en el esconder tanto la voz entre el ruido que no se sabe en qué idioma se canta.

Todo ello representa tanto una indisimulada concentración de lo heredado de fuera como un alejamiento de lo más cercano. En realidad nunca hubo divorcio total del Pop más original de las generaciones anteriores ni un matar al padre. Pero sí se trató de evitar la terrorífica deriva de ese hermano mayor hacia el poder político de despacho y el mercado y su canal principal de vacío y manido espectáculo zombi. Con respecto a músicas con raíces más profundas, parece posible ver una razón de tabú. El flamenco y otros folklores o ciertos cantautores están lejos de los códigos asumibles con el DIY amateur, y además son tan respetables que provocan alejamiento. Son influencias, pero no algo que uno se atreva a copiar mal y al principio nadie arriesga lo suficiente como para meterse en su terreno. Omega es un disco faro para lo indie patrio y, pese a que los barcos tardarán un poco en llegar a lo folclórico, llegarán.

 

Letra y música: entre dos fuerzas

El uso del idioma se explica también a partir de las dos fuerzas que parecen tirar del estilo de lo alternativo en la España de los 90. Una sería aquella que conduce a la música más hacia lo psicodélico en sentido amplio: a la experiencia de disolverse en el sonido, de sentirlo con cuerpo, mente y corazón. Un sonido que casi se puede ver o tocar, donde caería lo ruidoso, lo ambiental, onírico y cinematográfico, lo oscuro, elusivo, repetitivo, abstracto, quebrado, relacionado con lo experimental, la electrónica y el techno, lo post-rock. Aquella que desemboca en eso con lo que el escritor Simon Reynolds explica varias de las músicas de los 90 y que Roland Barthes llamó la jouissance (el goce, algo distinto del placer). Barthes dice que en el texto de jouissance el lector se disuelve como sujeto en la alegre transgresión de las convenciones culturales y jerarquías heredadas. En esta música no sólo la composición o la melodía parecen algo secundario con respecto al sonido; es que a menudo lo textual es mucho menos importante, a veces casi insignificante, al lado de lo textural. Es música que evita el lirocentrismo pop, de ahí también esa invención de una lengua que es, ante todo, sonido. La experiencia musical de esta clase requiere la inmersión del oyente, que participa rellenando los vacíos de discurso.

La otra gran fuerza sería la que lleva a la música más hacia el arrebato sensible de lo cotidiano, la sublimación de la vida de esa parte de los jóvenes que se salen de su cauce de la clase media, con especial importancia de lo sentimental y lo íntimo, y que no parece muy lejos de ese recuperar la dimensión pública de lo privado, la reivindicación poética y política de la individualidad y el romper la identificación con la sensibilidad que hemos heredado… en el intento de construir una sentimentalidad distinta como forma de rebeldía, que Luis Gª Montero había reclamado para la poesía. En el caso de muchos que no le daban un valor sólo textural a la voz (que no les daba igual qué y cómo decían), muchas letras de lo indie, ya fueran en castellano o en inglés, entroncan con la tan prolífica Poesía de la Experiencia de ese momento. Situaban en primer plano lo corriente, lo insignificante, lo particular, lo íntimo y auto-biográfico: el pequeño discurso frente a la gran narración. Micro-políticas que tendrían como equivalente en lo musical una indisimulada tendencia hacia lo pop, a la melodía que puede pegársele a cualquiera.

 

El indie-estilo ¿síntesis o masaje antiestrés?

Durante un tiempo buena parte de lo indie en España se servirá de la tensión de estar entre esas dos fuerzas donde el estilo de lo sonoro se transforma en buena parte en el contenido. Aunque el surgimiento de una segunda Nueva Ola (el mal llamado tonti pop) en el momento en que ya existe algo así como una escena indie, permitirá ver un principio de clasificación interna, fuera del espíritu original de ansiedad y generosidad en la búsqueda estética y reunión de opuestos que se había dado en los primeros años. La que había sido una de las dos ramas de un mismo tronco, la más melódica y cotidiana, comenzará a escindirse. Reivindicará un pop más puro, cercano, elemental y divertido, que juegue con lo costumbrista sin demasiadas ínfulas, ni sonoras ni poéticas. Se situará frente a los que se estaban yendo a algo épico (rock), visceral, pero a la vez intelectual, un poco autista y artístico (no directo, no inmediato, necesitado de inmersión), además de no demasiado placentero: muchos de esos grupos menos pop y más experimentales y emocionales hablan, con más o menos humor, de insatisfacción, de vida que se escapa, de lo que espera en la edad adulta, del terror a convertirse en sus padres, de la conmoción de vivir en un país en el que había ganado Aznar. Por otro lado, muchas letras empezaron a llevar guiños auto-referenciales y los cantos de la cotidianidad a menudo empezaron a describir el propio ámbito indie. Aquello empezó a sonar a tribu urbana y El Público a posicionarse, a polarizarse, a especializarse. Y un incipiente estilo que ya podría llamarse el indie español comenzará a imponerse como una tendencia dentro de lo alternativo de aquí.

 

Narcisismo colectivo

Tanto Jouissance y psicodelia como arrebato sensible de lo cotidiano conducen a cierta evasión de lo real, a lo peterpanesco e irresponsable. Y a lo narcisista, claro. Lo indie puede ser una vía alternativa y disidente a la apatía y conformidad del centro del sistema pero no funciona aparte del resto de la sociedad. Y por tanto es tan narcisista como cualquier otro apartado de la postmodernidad. De hecho ¿no traduce simplemente ese aspecto tan característico de la “Era del vacío” descrita por Gilles Lipovetsky? Lo que publicó este autor francés en 1983 suena bastante cercano, sobre todo cuando explica que el narcisismo es colectivo: “El narcisismo no sólo se caracteriza por la autoabsorción hedonista sino también por la necesidad de reagruparse con seres «idénticos», sin duda para ser útiles y exigir nuevos derechos, pero también para liberarse, para solucionar los problemas íntimos por el «contacto», lo «vivido», el discurso en primera persona…”

Pero si en un aspecto se ve claro ese carácter narcisista de lo indie es en lo que Lipovetsky define como la obsesión de la postmodernidad por la expresión: “es una aspiración de masa (…) la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor convertido en el principal receptor (…) Comunicar por comunicar, expresarse sin otro objetivo que el mero expresar y ser captado por un micropúblico...” En efecto, lo alternativo descubrió y describió esto posiblemente mejor que ningún otro fenómeno social en la España de su época. El malestar y la desmembración de lo colectivo que desencadena el neoliberalismo encontró alivio en la expresión artística, aunque no hubiera un gran relato que contar, porque se podía ser más indiferente a los contenidos que al hecho de expresarse ante cómplices y copartícipes que rellenaran los huecos.

 

Utopía en la pérdida

¿Se trata por tanto de una utopía narcisista? Posiblemente. ¿La utopía de un nosotros afines que además hacen suya la estética del perdedor? Desamor, desubicación, desarraigo, hedonismo extremo para esquivar la realidad, ausencia de grandes mitos y relatos (aunque con pequeños mitos alternativos), desconexión cultural y social, buenas dosis de autocompasión… El perdedor por ser diferente y por no tener futuro para el sistema y la pérdida conforman uno de los grandes bloques temáticos de las letras y del sonido de buena parte de lo indie. Pero suelen ir acompañados de un cierto sentido de la redención. Lo indie manifiesta las dolencias, el malestar y lo que parece la derrota de la modernidad, pero expresa su rebelión a su cacareado final al formar un círculo que se retroalimenta en su nosotros y su ahora, en su que le den al mercado, su viva la emoción, la diversión, la creación, en su copiemos mal, en su seamos bastardos y todos somos geniales. Los que han llegado a formar parte de ello casi sin querer, se sienten “losers“ pero unidos. Quizá uno de los discos que mejor exprese esto que quiero decir fuera aquel Different Class de Pulp tan disfrutado en lo indie, pese a tratarse de un álbum un tanto de vieja escuela en cuanto a grabación, producción y relación con la industria. Desde su encabezamiento ("Por favor, comprendan. No queremos problemas, sólo el derecho a ser diferentes. Eso es todo"), hasta letras como la de Mis-Shapes ("hermanos, hermanas, ¿podéis verlo?/ el futuro es mío y vuestro/ no habrá luchas en las calles/ creen que nos han vencido/ pero será tan dulce la venganza…”), expresan esa concentración de lo diferente para reemplazar lo viejo sin permiso, sin esperar turno, aunque su apuesta por lo innovador y el futuro (por lo histórico) sea sutil y a pequeña escala, en los márgenes.

 

Profecías

Jacques Attali estudió cómo la música a menudo tiene condición utópica porque anticipa formas sociales y económicas futuras. Lo que anticipó esa cosa tan variopinta que llamamos lo indie fue quizá el lugar donde estamos ahora, para bien y para mal. Aunque sin duda sería interesante hacer un listado sobre qué no habría existido sin tal ámbito de producción cultural, lo más importante de lo alternativo en la España de los 90 quizá no sea tanto las obras que ha dejado como su carácter de excepción social. Dicho de otra manera, no es tan significativo el mensaje inscrito en el medio-estilo de lo indie como que los mensajeros (la gente corriente asumiendo sus roles de El Grupo y El Público) sean el mensaje. Lo que anticipa lo indie como hecho social no parece limitarse a los actos de emprendimiento y a las industrias culturales tan propias del Imperio neoliberal. Está anunciando algo más lejano, a lo que parece que estemos llegando 25 años después de la caída del Muro: una inclinación por lo nuevo, lo por venir, un reconocimiento comunitario en la diferencia y en la posibilidad de lo genial hecho por cualquiera y lo que crece al margen del mercado y del gran relato: la expansión horizontal (mediante el acceso a los medios de producción y la inteligencia colectiva) de lo que antes era cosa de unas élites.

Lo que plantea otros problemas hoy es cómo lo indie español parece por momentos funcionar como un mero estilo normalizado, una etiqueta más para el ocio y el consumo. Sintetizado en cierto momento en sus criterios e inventos, ciertos modos de producción y características (combinación de lo pop con lo experimental y psicodélico, costumbrismo, humor, ironía y sarcasmo, auto-referencialidad, recuperación histórica, acento en lo textural y desenfado compositivo), parecen haber ido depurándose con los años, aprendiéndose bien el camino de la réplica y la reproducción hasta llegar a hoy. Así, en España se puede hablar ya de una especie de forma musical pop-rock propia que afecta a una vasta y creciente capa del Pop, incluso en lo que antes era el mainstream. Esto sitúa a lo indie en un laberinto sin salida que conduce su mirada hacia sí mismo. Formalmente, la música que pueda llegar a hacerse hoy seguramente no es menos significativa, ni desde luego está peor hecha que la de hace unos años. Más bien al contrario. Suena mejor, es más compleja y está más trabajada. Los músicos ahora tienen más conocimientos, capacidades, más información sobre un sinfín de asuntos y un incomparablemente mayor control de los medios de producción o difusión. Y, por encima de todo, su discurso es bastante menos ingenuo: muchas de las banderas que dieron sentido a lo indie tal y como surgió en España en los 90 hoy serían hechas trizas por la complejidad simbólica, informativa, mediática y psicológica de esta época.

Pero, por momentos, lo alternativo parece haber sido acorralado por las directrices del que fuera seguramente su primer enemigo claro por aquel entonces: el Mercado. Como si la profesionalización, los intermediarios, la híper presencia en la Red, lo virtual, hubieran pedido parte del alma a cambio. Lo indie normalizado como mero estilo se convierte en algo sometido al actual feudalismo de la apariencia y la seducción. Acaba por ser conservador y se vuelve signo especializado, un cierto sello de garantía de calidad musical, marca. Y, como sabemos, la marca llama a otras marcas que buscan asociar su imagen. El Mercado conoce bien la lección del uso de una marca en su proceso de seducción: cómo convertirlo en producto para una falsa élite. Incluso contra su voluntad, no es difícil que el indie-estilo, reproducción de una fórmula donde la novedad sustituye a la innovación y la búsqueda al margen, acabe convirtiéndose en su sintonía. La integración en el Mercado del impulso creativo alternativo genera monstruos que, además, devoran a su hijo. Aunque no todo lo alternativo lo sea,

Si lo indie en su momento residía en el hecho social y no en los productos, ¿no habría que pensar que el camino que tiene para seguir siendo hoy debería más que nunca permanecer fiel a su espíritu y desacatar en la medida de lo posible las formas heredadas? Lo que aquel indie nos señaló por estos lares fue un camino fuera del ombliguismo de clase, fuera del cauce principal, más allá de lo trillado e impuesto por discursos dominantes, los brillos de estrellas del espectáculo y mandatos del mercado. Una aventura vital desde la insatisfacción creativa y la diferencia, buscando una nueva lengua común, una correspondencia en el nosotros. Buena parte de esas cosas aguantan y aquella apuesta y estrategia parecen más necesarias que nunca. Pero, como entonces, lo indie necesita músicas y realidades ajenas en las que mirarse y encontrarse. Necesita las afueras. No hay otra que seguir recomenzando.

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