El presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Foto: Europa Press / Andrew Leyden

El presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Foto: Europa Press / Andrew Leyden

Entreclásicos

La biopolítica de Foucault en la época del trumpismo

El poder aspira a la dominación total. Sus redes se extienden a la familia, las actitudes, los saberes, las técnicas... pero también al cuerpo y la sexualidad.

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Michel Foucault nos enseñó que el poder no está únicamente en las instituciones. El Estado solo es un elemento más en la confrontación de fuerzas generada por las desigualdades económicas, sociales y culturales. El poder es una telaraña con infinidad de nudos y cada uno constituye un punto de tensión y opresión.

No lo advertimos porque vivimos en un sistema panóptico integrado por distintos módulos, como la escuela, la fábrica o el hospital. El poder aspira a la dominación total. Sus redes se extienden al cuerpo, la sexualidad, la familia, las actitudes, los saberes, las técnicas.

El poder se vuelve lejano y abstracto con el Estado, pero en el plano local se manifiesta con nitidez, interviniendo en los aspectos más cruciales de la vida, como el nacimiento, la salud o la muerte. Es lo que Foucault llama "microfísica del poder".

Se usurpa al ciudadano el derecho a decidir sobre su propio existencia. Algunas veces provoca estupor que los antagonistas del aborto sean al mismo tiempo partidarios de la pena de muerte. Sin embargo, no es una actitud contradictoria. El objetivo del movimiento provida no es defender el derecho a la vida, sino garantizar el poder del Estado para determinar cuándo se nace o en qué momento y de qué forma se muere.

En la Alemania nazi, se prohibió la interrupción del embarazo al mismo tiempo que se aplicaba masivamente la pena de muerte y se forzaban abortos en mujeres con enfermedades hereditarias o pertenecientes a grupos raciales o sociales considerados inferiores.

"Hacer vivir o dejar morir". Ese es el papel de la biopolítica. "Para la sociedad capitalista —escribe Foucault— lo más importante es lo biopolítico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica".

Conviene matizar que estatalizar el cuerpo no es solo una estrategia capitalista. La Unión Soviética utilizó los manicomios para recluir a los disidentes. Dicho de otro modo, recurrió a la medicina para patologizar la oposición al régimen.

En el otro extremo del arco totalitario, la Alemania nazi convirtió los campos de concentración en gigantescas cadenas de selección biológica. Por un lado, se ocupó de liquidar a los individuos clasificados como material desechable (minorías raciales, enfermos físicos y mentales, inadaptados sociales). Por otro, explotó a los que podía emplear como fuerza de trabajo.

La biopolítica no se limita a destruir y explotar. Su meta última es mejorar la especie, promover la excelencia biológica. De ahí que se creara el programa Lebensborn (fuente de vida), con el propósito de engendrar ejemplares perfectos de raza aria mediante la cría selectiva.

Los "niños perfectos de Hitler" nacieron del acoplamiento entre mujeres voluntarias y miembros de las SS. Fue un proyecto absurdo, pues la genética provocó en muchas ocasiones que nacieran niños muy alejados del estereotipo ario.

La biopolítica de las deportaciones

En la era de Trump, las deportaciones masivas constituyen una forma de biopolítica. Las inhumanas expulsiones obedecen al propósito de preservar una América blanca, anglosajona, sana y protestante.

Se tolera la presencia de los inmigrantes que pueden ser utilizados como mano de obra barata y se aprueban recortes en servicios sociales, una medida que afecta a la esperanza de vida de los grupos sociales con menos recursos. Es una estrategia basada en los principios de la selección natural, que margina, excluye y, finalmente, suprime a los más débiles.

La Administración Trump y los políticos afines entienden la política como una técnica: "vigilar, adiestrar, utilizar y, eventualmente, castigar". Detrás de esa concepción, late la intención de despersonalizar al individuo para transformarlo en masa. Se pretende esculpir la especie, clasificarla y ajustarla a un patrón. El castigo desempeña un papel esencial en esa tarea.

Donald Trump ha afirmado que la tortura es útil y ha restablecido la pena de muerte en Washington. Dos iniciativas que ha complementado con restricciones en el derecho al aborto y medidas contra la eutanasia, legal en algunos Estados.

El dictamen en el caso Roe contra Wade, una resolución judicial de 1973 en el que la Corte Suprema de los Estados Unidos amparó la libertad de la mujer embarazada para abortar sin excesivas restricciones gubernamentales, fue anulado el 24 de junio de 2022 por la sentencia Dobbs v. Jackson Women’s Health Organization.

Desde entonces, los Estados gozan de la potestad de restringir o incluso prohibir en su totalidad el aborto. Ahora muchas mujeres tienen que viajar a otro Estado para interrumpir su embarazo, una alternativa que sobre todo penaliza a las mujeres pobres.

Los recortes impuestos por la Administración Trump a USAID, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, afectan gravemente a la salud global, especialmente en los países en vías de desarrollo. Un estudio predice 14 millones de muertes adicionales en 2030. En Diourbel, Senegal, se estima que en el próximo año morirán más de 80.000 personas por malaria, si no se reponen los fondos retirados.

El movimiento MAGA es pura biopolítica. Los ciudadanos pobres y los países subdesarrollados sufren las consecuencias de una ideología que utiliza el poder para promover la vida o destruirla. La biopolítica presta especial atención a la sexualidad, estimulando ciertas conductas y hostigando otras.

Se clasifican los hábitos de acuerdo con su repercusión en el proceso de la vida. La masturbación, la homosexualidad y la promiscuidad femenina se demonizan, pues son actividades improductivas y, en el caso de la libertad sexual de las mujeres, representa una amenaza para la dominación masculina.

Tampoco se toleran las fantasías que se desvían de la norma. No se conciben como juegos o formas de creatividad, sino como perversiones. Ya sucedió algo similar en los ochenta, cuando Margaret Thatcher desdeñó la pintura de Francis Bacon y la Administración Reagan prohibió en ciertos espacios las exposiciones de fotografías de Robert Mapplethorpe, supuestamente pornográficas.

La distopía trumpista ha cumplido un año. ¿Qué podemos esperar en los tiempos venideros? Probablemente, una exacerbación de la biopolítica: legalización de ciertas formas de tortura (como el ahogamiento simulado o la incomunicación prolongada), ejecuciones extrajudiciales, un mayor número de aplicaciones de la pena capital, recortes sociales y sanitarios, supresión de las ayudas al desarrollo, deportaciones masivas, mayores restricciones en el derecho al aborto y la eutanasia.

En el cincuenta aniversario del asesinato de Pier Paolo Pasolini, se cumplen sus predicciones: "En cuanto al futuro, escuche: sus hijos fascistas navegarán hacia los mundos de la Nueva Prehistoria". Pasolini se equivocaba en una cosa: la Prehistoria fue más humana que esta nueva etapa del capitalismo. Los cazadores-recolectores formaban comunidades más solidarias y compasivas.

La crueldad no es prehistórica, sino el fruto de sociedades históricas, donde el cambio de época suele medirse por eventos violentos. El imperativo moral de nuestro tiempo es oponerse a la barbarie de la biopolítica, pero —como ya advirtió Foucault— nadar contra la corriente dominante siempre exige ciertas dosis de locura y heroísmo.