'La muerte de Sócrates' (Jacques-Louis David, 1787), donde se representa al filósofo rodeado de amigos segundos antes de tomar la cicuta. Foto: Wikimedia Commons

'La muerte de Sócrates' (Jacques-Louis David, 1787), donde se representa al filósofo rodeado de amigos segundos antes de tomar la cicuta. Foto: Wikimedia Commons

Entreclásicos

La amistad: de Sócrates a Pasolini

El filósofo fue inmortalizado gracias a la obra de un amigo. Por su parte, el cineasta italiano entabló una relación fraternal con alguien tan opuesto en su ideología como el papa Juan XXIII.

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No he olvidado a mi profesor de filosofía en mi penúltimo año de bachillerato. Se llamaba José María González Estéfani y dedicó su vida a buscar respuestas, rechazando cualquier imposición. Al igual que otros intelectuales de la época, intentó fundir marxismo y cristianismo, lo cual le costó más de un disgusto.

Es autor de una docena de libros y un centenar de artículos, pero nadie le recuerda, quizá porque no buscaba el éxito, sino comprender el mundo, acercarse a los otros y conocerse a sí mismo. Despistado, sabio y apasionado, solía recorrer los pasillos con una insensata cantidad de libros bajo el brazo. A menudo se le caía alguno y continuaba su camino, sin advertirlo.

Cuando alguien lo recogía y se lo devolvía con cierto apuro, se reía, comentando que Kant, Erich Fromm o Karl Jaspers no merecían ser maltratados de esa manera. Muchos no entendían su humor, abiertamente machadiano, pero todos lo apreciaban por su carácter afable y su afición a debatir en el aula, sin menospreciar ninguna opinión. Yo pasé muy buenos ratos en su despacho, hablando de mi vocación de escritor y de mi miedo a no ser capaz de hacer nada apreciable.

"No quiero enterrarme en una oficina", solía repetirle, con los ojos ardientes del caballo que sueña con escapar de su cuadra y correr libremente por el campo. Me escuchaba con simpatía y curiosidad, quizás porque a mi edad había experimentado las mismas inquietudes y tal vez porque el aula representaba para él ese espacio de libertad que yo anhelaba. Nunca me adoctrinó ni invocó el principio de autoridad para imponerme su criterio. Por el contrario, disfrutaba con la polémica y le parecía sano que discrepáramos.

No había cumplido los sesenta años cuando sufrió un grave accidente de coche. Se golpeó la cabeza contra el parabrisas y sufrió daños cerebrales irreversibles. No tuvo otra alternativa que jubilarse, pues su memoria y su capacidad de abstracción se deterioraron llamativamente. En cambio, su humanidad quedó intacta. Siguió derrochando cortesía y generosidad, pero no volvió a escribir.

Cuando se despidió de nosotros, parecía uno de esos elefantes viejos que se alejan de la manada para morir discretamente, intentando no causar aflicción en los demás. Años más tarde, coincidimos en una cafetería. Se había sentado al lado de una ventana y contemplaba el exterior. Recuerdo que lloviznaba suavemente. Una montaña de libros y varias cuartillas ocupaban su mesa.

No escribía ni leía, pero no parecía triste o desconsolado. Conjeturé que la compañía de los libros y las cuartillas en blanco le confortaban, casi como un nieto que aprieta con ternura la mano de su abuelo. Al poco rato, se levantó y se dirigió lentamente a la salida, con los libros y las cuartillas bajo el brazo. Caminaba torpemente, con la lentitud de la vejez. Una vez más, se le cayó un libro y yo me apresuré a recogerlo.

Se cruzaron nuestras miradas, pero no me reconoció. No me sentí herido. Su memoria quizás era una tierra devastada, pero sus ojos azules reflejaban su delicadeza interior. Pocas veces he sentido con tanta intensidad el lazo de la amistad, su poder de inspirar lo mejor de nosotros mismos y reunir dos vidas en un latido común. Se alejó bajo la lluvia, con los libros como alforjas de un viaje que se aproxima a su fin.

A veces, he sentido el peso de la soledad y he recordado con nostalgia nuestras conversaciones en su despacho. La soledad es una experiencia enriquecedora, pero el ser humano está incompleto sin vínculos y afectos. Aristóteles escribió en la Ética a Nicómaco: "La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas". Hay pocas cosas más gratificantes que experimentar la cercanía de otro, su afecto, su paciencia, su comprensión y su entrega. Dos grandes amigos son dos corazones concertados que se conmueven con las mismas cosas y alimentan anhelos similares.

Evidentemente, la amistad no es pensar y sentir de la misma manera, pero sí experimentar una afinidad profunda que establece una misteriosa comunión entre dos personas. Muchas veces, los amigos no necesitan hablar para entenderse. Es suficiente una mirada, un gesto. La ansiedad que produce estar con un extraño no existe en la amistad, pues no hay nada que temer ni nada que demostrar. Es lo que yo experimenté con mi profesor de filosofía y con otros amigos que han ido apareciendo a lo largo de mi vida.

La amistad no está determinada por el sexo, la edad o el parentesco. Se dice que los padres no pueden ser amigos de sus hijos, pero yo creo que si no existe confianza, sinceridad y complicidad, la relación se empobrece hasta abrir heridas difíciles de restañar. La amistad es ternura y ese vínculo puede aparecer entre un anciano y un niño, un hombre y una mujer e incluso entre un humano y un animal, como demostró Juan Ramón Jiménez. Platero no era un simple burro, sino un entrañable amigo que acompañó al poeta en su viaje hacia el misterio, la fraternidad y la belleza.

Filosofía y amistad en la Antigua Grecia

La historia de la filosofía es una historia de grandes amistades. Sócrates era hijo de un escultor y una comadrona. Un plebeyo al que sus contemporáneos describen como un hombre escasamente atractivo, con una notable calvicie y unos pies gigantescos. Carecía de bienes materiales, propiedades y distinciones. Eso no impidió que el joven, aristocrático y atlético Aristocles se convirtiera en su discípulo más aventajado, seducido por su inteligencia, coraje y honestidad.

Aristocles ha pasado a la posteridad como Platón, que significa "aquel que tiene anchas espaldas". Conoció a Sócrates a los veinte años, por entonces un hombre que había superado los cincuenta. Nunca ocultó que ese encuentro cambió su vida, afectando a su visión del conocimiento, la moral y la política. Cuando Sócrates fue acusado de cuestionar el sistema de gobierno de Atenas e injuriar a sus dioses, acudió al juicio con otros discípulos, sin ocultar su consternación.

Sócrates se defendió con dignidad y firmeza, pero no sirvió de nada. Fue condenado a muerte, aunque se le concedió el privilegio de quitarse la vida con una copa de cicuta. Sócrates aceptó la sentencia y murió rodeado de sus amigos. Antes de ejecutar la pena, habló de la vida y de la muerte, asegurando que no se enfrentaba a un fin, sino a un principio. En los últimos instantes, pidió que le cubrieran el rostro con un manto para no ofrecer el espectáculo de un rostro deformado por el dolor. Platón no se hallaba presente.

Algunos dicen que había caído enfermo; otros que corría el riesgo de ser apresado y juzgado. Me parece más convincente la tesis de que no quiso contemplar la agonía de su amigo, pues no era tímido ni cobarde, pero sí sensible y leal en sus afectos. Años más tarde, escribiría el Fedón, el diálogo que recrea la muerte de Sócrates, "el mejor, el más sabio y el más justo de los hombres que he conocido". Casi dos mil quinientos años después, ¿qué nos enseña la relación entre ambos filósofos? Pues que la amistad no es un simple lazo coyuntural ni una fascinación pasajera, sino un compromiso profundo, sincero y duradero. Gracias a la escritura de Platón, Sócrates sigue vivo, animándonos a pensar sin miedo.

La amistad es incondicional en lo afectivo, pero no en el terreno intelectual. De hecho, Platón trazó su propio camino, elaborando nuevas teorías, que ampliaban o rectificaban las enseñanzas de su maestro. Su discípulo Aristóteles siguió su ejemplo y cuando sus investigaciones chocaron con las doctrinas de Platón, admitió que la amistad era hermosa, pero no tanto como la verdad.

Su frase no refleja intransigencia, sino honestidad y autenticidad. Platón creía en la inmortalidad del alma; Aristóteles, no. Platón postulaba la existencia de un mundo espiritual, eterno e inmutable. Aristóteles pensaba que solo hay un mundo físico, natural. Sus diferencias son importantes, pero jamás afectaron a su mutuo aprecio. "Los amigos por excelencia —escribe Aristóteles— son los que desean el bien a sus amigos por ellos mismos, y lo hacen por buena disposición, y no por accidente".

La amistad es una relación simétrica, de igual a igual. Por eso, no implica identidad de opiniones y valores. La amistad que se basa en el placer o el interés suele ser efímera, y esconde una impostura, pues el afecto no es real, sino fingido y condicional. La amistad produce beneficios, no ganancias. Beneficios emocionales, intangibles, que nos hacen mejorar como seres humanos y afianzar nuestra propia identidad.

La amistad entre dos polos opuestos

Para algunos resultará incomprensible que Pier Paolo Pasolini, ateo, homosexual y marxista, se embarcara en un proyecto como El Evangelio según Mateo, quizás la mejor película realizada sobre la figura de Jesús de Nazaret. Estrenada en 1964, poco después de la muerte de Juan XXIII, el director apreció en el pontífice —al que se llamó el "Papa bueno"— la voluntad de aproximarse a los más débiles y vulnerables, aliviando el dolor de los que vivían marginados, incomprendidos y execrados. En esos años, aún existían leyes que penalizaban la homosexualidad, pero eso no representó un obstáculo para que surgiera el cariño entre dos figuras aparentemente opuestas.

"He mirado a tus ojos con mis ojos. He puesto mi corazón cerca de tu corazón", dijo Juan XXIII, intentando explicar el sentimiento universal de fraternidad, que no contempla exclusiones, sino una profunda cercanía con los maldecidos y excluidos. Pasolini había confesado: "La marca que ha dominado toda mi obra es el sentimiento de exclusión, que no disminuye, sino que aumenta mi amor a la vida".

Expulsado del Partido Comunista Italiano por sus tendencias sexuales, Pasolini fue brutalmente asesinado en 1975. Aunque se atribuyó el crimen a un adolescente que se prostituía en los suburbios, aún flotan sombras sobre su trágico fin. Pasolini había dedicado su película sobre Jesús "a la querida, alegre, familiar memoria de Juan XXIII". No se sabe mucho sobre la relación entre el pontífice y el heterodoxo director de cine, salvo que en 1962 se entrevistaron en Asís y hablaron casi toda la noche como dos viejos amigos.

No sé cómo murió mi viejo profesor de filosofía, pero conservo el libro que me dedicó, con una caligrafía primorosa, de otra época: "Busca tu camino, el tuyo, no dejes que otros te lleven adonde no quieres". Firmaba como "tu amigo y profesor". La amistad a veces es la segunda vida de un ser humano, pues el afecto es como un eco que prolonga la existencia.

Kafka ordenó a su amigo Max Brod que quemara sus manuscritos, pero no lo hizo y, gracias a su gesto, han llegado hasta nosotros obras como El proceso y El castillo. Además, escribió una conmovedora biografía sobre el escritor checo. No menos emotivas son las cartas que Kafka intercambió con Milena Jesenská.

Kafka murió de tuberculosis en 1924, librándose del genocidio que se cobró la vida de su hermana Ottilie. En cambio, Milena, que también era judía, murió en 1944 el campo de concentración nazi de Ravensbrück. Margarete Buber-Neumann, amiga y compañera de reclusión, escribió un hermoso libro titulado Milena, que nos ha dejado un retrato inolvidable de una mujer valiente, apasionada y creativa.

Me gustaría pensar que este artículo también es un testimonio de amistad hacia mi viejo profesor. Si pudiera escucharme, le diría que he intentado seguir su consejo y que cuando no lo he hecho, he experimentado una honda consternación, pues he sentido que no era yo, sino otro, casi una marioneta. Quizás la mejor forma de averiguar si una amistad es verdadera, es comprobar si el otro nos acepta cómo somos o pretende convertirnos en lo que necesita, fantasea o desea. La amistad produce felicidad, pues nace de la ternura, el desprendimiento y la belleza. Si no es así, debemos retomar nuestro camino y mantenernos abiertos a la espera de nuevos y fructíferos encuentros.