
El escritor Javier Cercas. Foto: Marta Calvo
Javier Cercas y los locos de Dios
El autor de 'Soldados de Salamina' escribe su nuevo libro desde un racionalismo contumaz, pero la resurrección exige una perspectiva poética.
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Abdulrazak Gurnah se queja de que ya no se puede hablar del alma. Se prefiere utilizar expresiones como mente, identidad, personalidad. Incluso la expresión "espíritu racional" produce rechazo, pues se considera un oxímoron. Lo espiritual es sinónimo de irracionalidad.
Sin embargo, si prescindimos de lo irracional, de Dios como postulado necesario para explicar que haya un universo en vez de nada, desembocamos en el absurdo y la náusea. "Si Dios no existe, qué podría ser la vida sino desesperación", escribe Kierkegaard.
Vivir es caminar hacia nuestra abolición. Ni la ciencia ni la tecnología nos salvarán de ese destino. Es muy improbable que el progreso científico y tecnológico logre revertir el envejecimiento y realizar el viejo sueño de alcanzar la inmortalidad. Y si finalmente se consiguiera, la tragedia de morir en un accidente o una guerra sería particularmente devastadora.
Algunos filósofos han exaltado la finitud, asegurando que es una bendición, pues en un tiempo ilimitado, todo perdería sentido. Cada acto sería la repetición de un lejano hecho y carecería de esa singularidad que imprime valor a lo que hacemos. Además, sin la muerte, la humanidad retrocedería hacia estados de conciencia primitivos, similares a los de un animal, pues desaparecerían las innovaciones aportadas por cada generación. Solo somos una especie con un cerebro más evolucionado que el resto. No hay, por tanto, ninguna razón para hablar de alma.
Todos estos argumentos no han logrado aplacar el miedo y la frustración provocados por la muerte. En el último libro de Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo, el escritor acompaña al papa Francisco a Mongolia, un escenario remoto y extravagante para un católico, pues se trata de un país con una exigua minoría de creyentes en las enseñanzas de la iglesia romana. Cercas se define como ateo, anticlerical y racionalista contumaz, pero desea saber si su madre podrá reencontrarse con su padre, fallecido tiempo atrás.
Cercas desilusionado
Cercas afirma que solo un loco puede creer en la resurrección del cuerpo y el alma. Sin embargo, algo se tambalea en su interior, pue si su ateísmo fuera inconmovible, no se habría aventurado en un proyecto semejante. Cercas aún no es viejo, pero ha traspasado el umbral de los sesenta y no ignora que la muerte ya no es un evento situado en un porvenir distante. Imagino que la esperanza de su madre de reencontrarse con su padre también ha estimulado su curiosidad por la promesa de la vida eterna. Su viaje con el papa no le ha proporcionado las respuestas que anhelaba.
Era previsible, pues Dios nunca será una evidencia empírica. De hecho, no es un ente, sino ese Ser que Heidegger describió como lo más próximo y lo más lejano, un vacío que se vuelve plenitud mediante la encarnación, cuando lo infinito se introduce en la historia y adquiere un rostro para abrir un cauce de comunicación entre lo perecedero y lo absoluto, lo frágil y lo trascendente.
La resurrección es un misterio que apenas podemos comprender y no consiste en ningún caso en volver a la vida tal como la hemos experimentado. De hecho, cuando Jesús resucita y se reencuentra con sus discípulos no lo reconocen, pues su carne, aunque conserva las llagas de la cruz, ya no es una envoltura temporal y contingente, sino un cuerpo eterno y glorificado.
Javier Cercas se siente desilusionado por el hecho de que Francisco sostenga que el corazón del cristianismo es el amor y no "la promesa extraordinaria, increíble, escandalosa" de la resurrección. Entiendo y comparto su decepción, pues la gran novedad del mensaje cristiano es la resurrección del cuerpo y el alma.
Sócrates y Platón creían en la inmortalidad del alma, una creencia minoritaria entre los hombres libres de Atenas, pero no en la inmortalidad de la carne. San Pablo, tan incomprendido por la posteridad, afirma en la primera epístola a los corintios: "Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe". No se equivoca. Lezama Lima, católico a su manera, afirma que la fe opone a la muerte el esplendor de la resurrección.
La poesía siempre es un acto de fe, pues cada poema alberga un infinito. "El católico vive en lo sobrenatural y profundiza en el concepto griego de la terateia (maravilla) —escribe el poeta cubano—, pues está imbuido del paulino intento de sustantivizar la fe, de encontrar una sustancia de lo invisible, de lo inaudible, de lo inasible, alcanzando dentro de la poesía, un mundo de rotunda y vigente significación".
La palabra no es una herramienta, sino lo que vivifica y destruye el efecto disgregador de la muerte. Jesús la utiliza para revivir a Lázaro, anticipando su resurrección definitiva, cuando su cuerpo glorificado se adentre definitivamente en la vida de Dios.
"La palabra no es una herramienta, sino lo que vivifica y destruye el efecto disgregador de la muerte"
Cercas escribe desde la perspectiva de un racionalismo contumaz y esa vía jamás conduce a lo sagrado. El misterio de la resurrección exige una perspectiva poética, esa otra forma de racionalidad sobre la que escribió María Zambrano. La razón poética no se basa en conceptos, sino en imágenes e intuiciones: "La poesía vendría a ser el pensamiento supremo para captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluyente, movediza, la radical heterogeneidad del ser".
La razón poética no es discursiva, sino íntima. No es conocimiento intersubjetivo, sino experiencia interior. Podemos hallar esa forma de proceder en escritores como William Blake, Kafka, Rilke, Charles Péguy o Jon Fosse.
Yo no soy un racionalista contumaz. Me siento más cerca de la forma de pensar de los poetas. No necesito toparme con Dios en una probeta y no creo que ningún instrumento fabricado por el ser humano pueda captar y acreditar su existencia. La palabra me parece suficiente para aproximarse a Dios. Al principio fue la Palabra y al final prevalecerá la Palabra. Es decir, "seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal como es", de acuerdo con una de las epístolas de san Juan. No será solo otra vida, sino una visión clarificada de la vida como una totalidad repleta de sentido.
¿Qué es la fe? ¿Comulgar con unos dogmas, cumplir unos ritos? Pienso que no. La fe —como concluye Javier Melloni en El Cristo interior— es "vivir en comunión creciente con la Presencia que funda lo Real". Me temo que viajar a Mongolia con el papa Francisco no es suficiente para aprender a vivir de ese modo. Sin duda puede ayudar, pero hay que dar un paso más allá y aprender a mirar con los ojos del alma, como hizo Teresa de Jesús, otra loca de Dios.
Los ojos del alma nos enseñan que la resurrección nace del amor. Dios ama al mundo hasta el extremo de fructificarlo con su muerte en la cruz. El tiempo no nos devora. Nos alumbra para que seamos como dioses, semillas que se hunden en la oscuridad de la tierra para algún día ser luz inacabable. No sé si Cercas ha leído Blancura, de Jon Fosse, pero quizás podría hallar en la penumbra de un bosque noruego las respuestas que no ha encontrado en las estepas de Mongolia.