El Cultural

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Entreclásicos por Rafael Narbona

Otto Rank, el psicoanálisis como arte y rebeldía

Rank rechaza las hipótesis sexuales y el inconsciente colectivo y consideraba que Freud se había equivocado al exaltar la razón y desdeñar lo afectivo y emocional

23 febrero, 2021 01:44

Hace unas semanas, busqué infructuosamente obras de Otto Rank en varias librerías, pero no encontré nada. Algunos libreros ni siquiera habían oído hablar del más cercano e íntimo colaborador de Sigmund Freud durante veinte años. La mayor parte de sus libros no se han traducido al castellano o se encuentran descatalogados. Es verdaderamente descorazonador, pues el espíritu crítico de Otto Rank desempeñó un importante papel en el movimiento psicoanalítico. Su aportación incluye notables apuntes sobre la psicoterapia, una lúcida reflexión sobre los mitos y el arte, e innovadoras teorías sobre el narcisismo, el trauma del nacimiento y la separación de la madre. Otto Rank entendía que el psicoanálisis era una interpretación global del hombre y su cultura, no una simple técnica o escuela psicoterapéutica, lo cual no significa que menospreciara su poder curativo. Eso sí, entendía que el número de sesiones no podía ser ilimitado y se mostraba partidario de un papel más activo por parte del psicoterapeuta, que debía promover una actitud positiva ante la vida y los problemas, combatiendo las tendencias autodestructivas y los pensamientos negativos. 

Otto Rank nació en Viena en 1884 en el seno de una familia disfuncional, con un padre alcohólico y una madre fría y arrogante. Su apellido original era Rosenfeld, pero en su juventud lo cambió, adoptando el de un personaje de La casa de muñecas, la célebre pieza teatral de dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen. Se atribuye a la obra un papel precursor en el movimiento feminista y Otto tal vez quiso labrar su propia identidad, identificándose con el espíritu de un drama que reivindicaba la libertad en el ámbito familiar. A pesar de continuar conviviendo con su progenitor bajo el mismo techo, Otto y su hermano le retiraron la palabra al llegar a la adolescencia, incapaces de soportar sus agresiones y chantajes. Brillante, hipersensible y con un sincero anhelo de saber y comprender, Otto se adentró de forma autodidacta en el terreno de la literatura y arte. Leyó apasionadamente a Nietzsche, Dostoievski, Schopenhauer, Ibsen y Otto Weininger, buscando un sentido a la vida. La necesidad de alcanzar la independencia económica le hizo matricularse en una escuela técnica. Cuando logró la cualificación necesaria, empezó a trabajar en una oficina, pero nunca dejó de leer y escribir. Su caso recuerda al de Kafka, empleado de una compañía de seguros. Durante sus ratos libres, Otto elaboró un manuscrito titulado El artista, que analizaba la psicología del arte y la personalidad de los creadores, a los que consideraba hombres superiores y un modelo a imitar. Desde su punto de vista, el artista rebosa voluntad. Su actividad creadora manifiesta su deseo de forjar una poderosa identidad, con la fuerza necesaria para producir obras que garantizarán su inmortalidad. Aunque sus creaciones pueden acabar simbolizando la esencia última de una cultura –como es el caso de Kafka, Proust o Gógol- siempre surgen como un desafío a la autoridad paterna y al poder institucional.

Depresivo, vulnerable e inseguro, Rank conoció a Alfred Adler, que le puso en contacto con Freud. Tras leer su manuscrito, el padre del psicoanálisis le animó a completar sus estudios para dedicarse a la investigación. Rank siguió su consejo y hasta 1924 fue un diligente colaborador de Freud, formando parte del “comité de Viena”. Con el tiempo, la relación profesional se convirtió en amistad. Freud le abrió las puertas de su intimidad familiar y le permitió interpretar sus propios sueños. En 1907, Rank publicó El artista, introduciendo los cambios necesarios para hacer compatibles sus teorías con los principios del psicoanálisis. El arte brota de la voluntad, pero es la expresión de un conflicto psíquico y el placer estético produce una catarsis en el espectador. Creador y público reelaboran sus experiencias, transformando el dolor en una vivencia enriquecedora y compleja. En 1909, publica El mito del nacimiento del héroe, mezclando personajes míticos e históricos como Gilgamesh, Edipo, Hercales, Paris, Rómulo y Remo, Tristán, Sigfrido, Lohengrin, Moisés, Buda y Cristo. Según Rank, siempre se repite el mismo patrón, con ciertas variaciones: un oráculo o un sueño profético anuncian el nacimiento del héroe, advirtiendo que intentará usurpar el lugar del padre; una pareja real o divina alumbra a un niño y decide abandonarlo en una cesta, caja o barca sobre las aguas; rescatado por una familia humilde o incluso por animales, crece y recibe cuidados, ignorando su identidad. Finalmente, averigua lo sucedido, se enfrenta al padre y le arrebata sus privilegios, por lo general matándole. Según Rank, el mito expresa el inevitable conflicto generacional entre padres e hijos. “Matar al padre” es necesario para madurar y obtener la autonomía personal. La cesta, caja o barca simbolizan el vientre materno y las aguas nuestro nacimiento. La pareja real o divina representa el deseo narcisista de ser descendiente de un linaje extraordinario. Los padres adoptivos encarnan a los padres reales, débiles e imperfectos. Rank rechaza las hipótesis sexuales y el inconsciente colectivo. Los mitos son el producto de experiencias universales, que cada cultura plasma de una forma diferente. No son arquetipos o imágenes primordiales.

El héroe es la expresión más radical de la lucha por la independencia y la autonomía. Esa tensión determina tres tipos de personalidades. El tipo adaptado, que acepta pasivamente las normas dominantes; el tipo neurótico, que se rebela contra la sociedad y contra sí mismo, sin lograr jamás un estado de equilibrio; y el tipo productivo, con genio artístico para crear e inventar nuevos valores éticos y estéticos. Rank escribe: “Cuando el neurótico se cura, se convierte en artista, pues se reinventa a sí mismo”. En los años siguientes, Rank publica nuevos títulos: El motivo del incesto en la poesía y la leyenda, La ceguera en la leyenda y la poesía y, en colaboración con Hanns Sachs, La importancia del psicoanálisis para las humanidades, que marca un punto de ruptura con el pensamiento freudiano. Rank y Sachs afirman que la obra de arte se explica por sí misma, no por un conflicto enmascarado. No hay que buscar significados ocultos o reprimidos, sino dejar que la obra se exprese. La interpretación es un fraude cuando deforma la obra para que coincida con una idea preconcebida. En El doble de Don Juan, Rank aborda el papel de la mujer en una sociedad machista. Don Juan es un seductor, narcisista e inmaduro, que utiliza a las mujeres para obtener gratificaciones primarias. Desea hijos para garantizar la continuidad de su nombre, no por amor o responsabilidad. La mujer se rebela contra esa forma de manipulación, que le reserva un papel pasivo. Su deseo de libertad, de no ser un instrumento de fantasías ajenas, no debe inscribirse tan solo en la lucha por la igualdad de las mujeres, sino en el largo camino del ser humano hacia una liberación total. 

En 1924, Otto Rank publica El trauma del nacimiento, donde cuestiona el complejo de Edipo y aspectos esenciales del psicoanálisis, recuperando sus teorías juveniles sobre el poder creador del individuo. Es la mayor aportación de Otto Rank en el ámbito de la terapia psicoanalítica. Rank destaca la importancia de la madre en el desarrollo del niño, apuntando que es la principal fuente de bienestar y la causa del dolor más primario. En el ser humano adulto siempre perdura la nostalgia del útero materno y jamás se borra el trauma que representa la separación de la madre, un paso inevitable y necesario en el proceso de maduración. Este conflicto se refleja a lo largo de toda la vida en la coexistencia de tendencias progresivas y regresivas. Por una parte, necesitamos diferenciarnos del resto, afirmar nuestro yo, pero por otra buscamos la seguridad que nos proporciona la familia y la comunidad. Vivimos el desarrollo de nuestro yo individual con alegría, pero también con sufrimiento, pues anhelamos la seguridad de útero, la plácida calma de vivir fundidos con la carne materna. Para superar la fijación materna primaria, Rank concibe una novedosa técnica: reproducir el trauma del nacimiento. El analista debe convertirse en una comadrona experta que ayuda a revivir y reelaborar el parto, superando el dolor de la separación. Es evidente que esta técnica no funciona sin una fuerte conexión emocional entre el analista y el paciente. Cada sesión es una experiencia de unión y separación, casi “un parto”. En cada encuentro, nace algo nuevo y aprendemos a prepararnos para la muerte, última e inevitable separación. 

Gracias a esta técnica, el paciente pasa de criatura pasiva a creador activo. Es un paso difícil que crea sentimientos de culpa, ansiedad y angustia. La individuación es la expresión del instinto de vida y la añoranza del útero representa el instinto de muerte. El instinto de vida se manifiesta muchas veces como miedo, pues está asociado a la soledad y al aislamiento del yo libre y creador. El instinto de muerte también produce temor, pues reprime lo individual y diferenciador para reforzar la identidad comunitaria. No hay que temer a la separación, pues la vida exige que cortemos el cordón umbilical y nos enfrentemos al riesgo de fracasar o triunfar: “El miedo a vivir se cura –afirma Rank- cuando el yo acepta que la existencia se caracteriza por el riesgo y la incertidumbre”. No debemos descuidar nuestra dimensión social, pero jamás deberíamos permitir que la presión del grupo anule nuestra libertad y nuestro derecho a disentir. Para Rank, la relación con el padre es secundaria. En cambio, el conflicto con la madre es esencial. Si no logramos superar el miedo a la separación, podemos convertirnos en rehenes de las personas o grupos que nos ofrezcan seguridad. Rank consideraba que Freud se había equivocado al exaltar la razón y desdeñar lo afectivo y emocional. La psicoterapia está condenada al fracaso, si no hay empatía y cariño. “No es posible –afirma Rank- analizar a un paciente, sin experimentar sus conflictos como algo íntimo y personal”. El modelo del psicoterapeuta no debe ser el padre que impone límites, sino la madre que alimenta ilusiones e invita a su hijo a ser independiente, alejándose de ella. 

Karl Abraham y Ernst Jones presionan a Freud para que desautorizara El trauma del nacimiento, un libro que cuestiona aspectos esenciales del psicoanálisis. La inestabilidad emocional de Rank le empuja a escribir una humillante carta de disculpa, donde reconoce su condición de neurótico. Sin embargo, no renuncia a sus teorías. Esa actitud determinará su vergonzosa expulsión del comité. Se trata de una pérdida irreparable para el movimiento psicoanalítico, que pierde frescura, flexibilidad y sentido autocrítico. Los años posteriores resultaron particularmente ingratos para Rank. En 1926, se produjo el último encuentro con Freud. Su despedida se hizo especialmente dolorosa, pues Rank había encontrado en Freud un amigo y un padre. Freud nunca dejó de apreciarle, pero estimó que sus teorías eran inaceptables. Calumniado y hostigado por Jones y otras figuras destacadas, que pretendían convertir el psicoanálisis en una ciencia estricta, Rank se marchó a París y, más tarde a Estados Unidos. Durante esos años, acentuó sus críticas a la terapia psicoanalítica, afirmando que atribuía una importancia excesiva al pasado y no reparaba en el aquí y ahora. En su opinión, no prestar la debida atención al presente podía provocar que el analizado se evadiera de sus problemas actuales, fantaseando con un complejo de Edipo tal vez inexistente. Por otro lado, el análisis no debía ser una técnica, sino una experiencia emocional. O dicho de otro modo: un arte y no una ciencia. La distancia, la frialdad y el desapego deshumanizan el proceso, propiciando las inhibiciones y frustrando la catarsis. Estos vicios limitan trágicamente el campo de aplicación del psicoanálisis, que no debería renunciar a abordar la psicosis, con sus delirios floridos y su compleja elaboración onírica. Otto Rank murió en Estados Unidos en 1936, pocas semanas después de que la vida de Freud se extinguiera en Londres. Ambos eran judíos y habían huido de la expansión del nazismo, que parecía imparable. A pesar de su ingrato desenlace, su amistad y sus años de estrecha colaboración intelectual constituyen sin lugar a dudas uno los momentos estelares de la historia del psicoanálisis. Rank no fue capaz de romper con su maestro, sin experimentar problemas de culpa. Le faltó determinación, “esa ira que se convierte en un sentimiento positivo cuando nos empuja a luchar por un futuro diferente”.

@Rafael_Narbona

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