Nagore Aramburu en ‘Zeru ahoak (Bocas de cielo)’

Nagore Aramburu en ‘Zeru ahoak (Bocas de cielo)’

En plan serie

‘Zeru ahoak (Bocas de cielo)’: Nagore Aramburu se adentra en las cloacas del estado

Koldo Almandoz es un director de una personalidad fácilmente reconocible; su virtuosismo a la hora de diseñar cada encuadre no se impone a la historia que quiere contar.

Más información: 'La bestia en mí', el inquietante cara a cara entre Claire Danes y Matthew Rhys

Publicada

Absorbidos por el vórtice programático y promocional de las plataformas, apenas prestamos atención a una línea de series nacionales que no puede competir con ningún lanzamiento de Netflix, Apple o Prime Video ni a nivel presupuestario ni en términos de presencia mediática.

De hecho, hablamos de un tipo de series que ni siquiera se mueve en los estándares de las producciones de plataformas como Movistar Plus+ o Atresplayer ni tampoco en el de las series pensadas para ocupar el prime time de las cadenas generalistas, algo, por otra parte, cada vez menos frecuente.

El reciente estreno de Zeru Ahoak (Bocas de cielo) en RTVE Play nos sirve para reivindicar un modelo de producción promovido por las cadenas autonómicas que suple su debilidad económica con el apego por el género –el noir en este caso– y con el talento y la inventiva de sus responsables, profundos conocedores del territorio en el que operan y capaces de sacarle partido tanto a las localizaciones como a la crónica periodística y a la historiografía locales.

Esta miniserie de cuatro episodios dirigida por Koldo Almandoz es la continuación de Hondar ahoak (Bocas de arena) (2020), también disponible en la plataforma de Televisión Española, y se inscribe en la línea de trabajos como Nit i dia (Lluís Arcarazo & Jordi Galcerán, 2016) , producida por Mediapro y TV3 y ahora disponible en casi todas las plataformas, o Sicília sense morts (Lluis Prieto, Toni-Lluís Reyes & Xavier Uriz, 2022), en el catálogo de Filmin, por no hablar del impulso que IB3 le ha dado a su teleficción en los últimos años (Treufoc, Mòpies, Norats).

Zeru Ahoak (Bocas de cielo), producida por Txintxua Films y Garabi Films, ha sido respaldada por la ETB, que en los últimos tiempos ha dado soporte a proyectos tan interesantes y variopintos como las docuseries Generación Porno (Oiane Sagasti, 2023) y Generación Click (Oiane Sagasti, 2024), productos con vocación generalista como Detective Touré (David Pérez Sañudo & Carlos Vila, 2024), otras enfocadas al público adolescente como Itxaso (María Cortés, 2023) o miniseries de alto voltaje como Altsasu (Asier Urbieta, 2020).

No es de extrañar que, a tenor de los títulos anteriormente mencionados, la cadena autonómica vasca haya apostado por un cineasta como Koldo Almandoz, ni tampoco que la serie estuviera presente en la Sección Oficial de la última edición del Festival de San Sebastián. Quienes desconozcan su trayectoria se encontrarán con un director de una personalidad fácilmente reconocible; su virtuosismo a la hora de diseñar cada encuadre no se impone a la historia que quiere contar.

Zeru Ahoak (Bocas de cielo) se sitúa cuatro años después de la entrega anterior. Tras su expulsión de la Ertzaintza, Nerea García (Nagore Aramburu) se encuentra en un estado de reclusión voluntaria. No sale de su casa de Bilbao, que reviste un aspecto desaliñado. Solo habla con su terapeuta, siempre por vía telefónica, y las únicas visitas que recibe son las de un rider que le lleva comida rápida y ansiolíticos de contrabando. Digamos que su mayor pasatiempo consiste en dibujar sobre un folio los recorridos que diariamente hace su Roomba para ver si encuentra algún patrón. Defecto profesional.

Su inactividad se verá alterada cuando el que fuera su superior, Joseba Lertxundi (Josean Bengoetxea), ahora trasladado a la Oficina de Inteligencia de la policía autonómica, la reclame para que intervenga en un caso del todo inhabitual: el cadáver de una mujer aparece en un contenedor y todo parece indicar que es la primera víctima de un asesino ritual.

Josean Bengoetxea y Nagore Aramburu, en 'Zeru Ahoak'

Josean Bengoetxea y Nagore Aramburu, en 'Zeru Ahoak'

El guion escrito a cuatro manos por el propio Almandoz y por el escritor Harkaitz Cano maneja con tino las claves del género: Nagore descubre con relativa prontitud que el encargo tiene que ver menos con resolver los crímenes del supuesto serial killer (habrá más) que con facilitar el paradero de su hermana, una periodista implicada en un asunto mucho más turbio de lo que aparenta, en el que andan metidas escorts y miembros de las élites económicas, políticas y deportivas de Euskadi.

La nueva temporada prescinde de la voz en off de la entrega anterior –aunque las sesiones de terapia telefónica juegan ese papel de manera más orgánica que en la primera parte– y, además de a Lertxundi, solo conserva al personaje de Carmen (Sara Cózar), hija de un armador y esposa de la víctima principal de Hondar Ahoak (Bocas de arena), que mantiene una relación romántica intermitente con Nerea.

La parte menos consistente es la que encabeza el rider interpretado por Unai Baiges, sobre todo porque el utilitarismo de los personajes que la habitan y su escasa densidad dramática se observa ya de inicio. Cierto es que los guiones intentan disimular que más que un rol, esos personajes cuyo epicentro de actividad se encuentra en una peluquería, solo intervienen para cumplir una función muy concreta, pero la obtención de una beca o las consecuencias de sus hurtos no son suficientes como para que lamentemos sus pequeños fracasos.

Si en su vertiente dramática nos encontramos ante un relato de corte clásico –el detective al que se le encarga un caso no para resolverlo si no para facilitar su encubrimiento– que sabe amagar bien sus golpes de efecto, en el apartado visual Koldo Almandoz tensa al máximo las imágenes sin renunciar, tampoco, a cierta pátina clásica.

Una imagen de la serie

Una imagen de la serie

Si el presupuesto es escaso o los medios puestos al alcance del director reducidos, no se darán cuenta. Zeru Ahoak (Bocas del cielo) luce como la mejor temporada de cualquier nordic noir de prestigio. La cita no es gratuita, pues es evidente que Almandoz bebe de una serie como El puente (Hans Rosenfeldt, 2011-2018) tanto en el diseño de sus protagonistas como en el uso de determinados tropos visuales.

Nerea García nos mira desde su rostro hierático, inexpresivo. Es una mujer circunspecta, severa, perspicaz y directa. A su manera, también trastornada. No está lejos de Saga Noren (Sofia Helin). De Nagore Aramburu a estas alturas queda muy poco ya que decir. Bueno sí, que es más versátil que la gabardina de Harpo Marx.

Su relación con Lertxundi recuerda, también, a la que Noren mantiene con Martin Rohde (Kim Bodnia) y Bengoetxea, que encarna a un policía leal casi siempre a su pesar, no le va a la zaga al actor danés.

En lo visual, cualquiera que haya frecuentado los trabajos anteriores de Almandoz –desde aquel crucero metafílmico que era Sipo Phantasma (2016) hasta su largometraje Oreina (2018)– reconocerá su agudeza para retratar la extrañeza que emana cuando lo industrial y lo natural se cruzan.

Fábricas metalúrgicas, esa ría de un verde turbio, la lluvia diluyendo una noche fabril poblada por esqueletos de gigantes de hierro y amarillentas luces mortecinas. También están esos locales apenumbrados cuya clandestinidad se ve sorprendida por el guiño fluorescente de un neón (por ahí aletea el espíritu de Winding Refn); estancias policiales revestidas con la frialdad del cemento y el acero, todo registrado mediante encuadres improbables en el 90% de las series actuales –vengan de donde vengan– que remiten a la tensión que brota del propio relato, que se miran en la sordidez de aquello que se nos cuenta.

Nagore Aramburu, en la serie.

Nagore Aramburu, en la serie.

Almandoz es uno de los pocos directores de teleseries que utiliza el dron con criterio y no como recurso decorativo. Como sucedía con las tomas aéreas de El puente, aquí las imágenes cenitales sirven para mapear el entorno (no son meras transiciones entre secuencias) y mostrar sus contrastes, pero también para señalar la quijotesca labor de una expolicía empequeñecida por el vasto paisaje, devorada por esa Euskal Herria excluida por los patronatos de turismo. En Euskadi también hay cloacas, cloacas propias, independientes del estado español, y Zeru Ahoak (Bocas del cielo) nos las destapa (ojo al personaje que encarna Ramón Agirre).

Pese al inequívoco corte moderno que luce la serie, decíamos que Koldo Almandoz también hace gala de cierto clasicismo. Pongamos un par de ejemplos. Al final del tercer episodio y después de un malentendido, Nerea y Carmen tendrán una discusión. El director donostiarra utiliza la planta que Carmen le regala a Nerea, a la que espera en su piso sin que ella lo sepa, como elemento divisor entre ambas. Lo que se suponía era una ofrenda para rubricar el inicio de un posible futuro en común se torna muro insalvable, sinónimo de que algo se ha roto entre ellas.

Desde el plano general que introduce la secuencia, con la planta situada entre ambas, hasta la sucesión asimétrica de planos y contraplanos -cuando aparece Nerea, vemos la planta, cuando se filma a Carmen, no– que se rompe cuando hay un acortamiento de la escala (un tenso cara a cara) para regresar a ella en el plano-coda final, que mediante un juego con el foco refuerza el peso simbólico de algo tan aparentemente banal como una planta; todo ello refleja una enorme precisión a la hora de planificar. El peso de ese objeto todavía crecerá más cuando la expolicía escuche el audio que Carmen le había dejado en el móvil y al que no había podido prestar atención hasta el momento en el que ya es demasiado tarde.

Otra de las muchas secuencias ejecutadas con sentido por Koldo Almandoz se encuentra en los primeros compases del capítulo final. Es una conversación entre el jefe de los servicios de inteligencia (el citado Ramón Agirre) y Nerea en el mirador de las tres cruces del monte Urkiola. El enorme crucifijo central se emplea como barrera física pero también moral entre ambos, pues cada personaje representa un modo opuesto de entender su profesión. Cuando Nerea rompa la asimetría de esa composición y pase ‘al otro lado’ significará que, a su pesar, aceptará las reglas del juego que su interlocutor le propone (hay, también, una concepción muy peculiar de la ley del eje en esa secuencia que atiende a los mismos motivos dramáticos: es una conversación en alambre).

Más adelante, cuando ambos se reencuentren de nuevo en lo alto de una montaña, en un punto en el que Nerea ha retorcido las reglas de ese nuevo juego a su voluntad, Almandoz acuñará una inequívoca estampa final dedicada al personaje de Agirre: un tipo solo, ahogado por el aire de un plano general, desplazado a un rincón del encuadre, derrotado a todos los niveles.

Vean Zeru Ahoak (Bocas del cielo).