Una imagen de 'Task'

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En plan serie

‘Task’: padre no hay más que uno (y a veces es un desastre)

Aquí proponemos un análisis a fondo -y con spoilers- del último trabajo de Brad Ingelsby ('Mare of Easttown') en el que, de nuevo, muestra su interés por reinterpretar el policíaco en clave familiar.

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Task (Brad Ingelsby, 2025) parte de un error conceptual relacionado con el formato elegido para contar este drama policial con familias desestructuradas al fondo. El problema, como en tantas y tantas series, está en el añadido de numerosas subtramas.

O bien se apuesta por relatar la confluencia entre el agente del FBI Tom Brandis (Mark Ruffalo) y Robbie Prendergast (Tom Pelphrey), el ladrón que esconde su faceta criminal bajo un uniforme de basurero, de manera que el resto de personajes entran y salen de sus vidas de manera satelital, o bien se desarrollan en profundidad las historias que conciernen a sus familiares, compañeros de trabajo y enemigos comunes, aquí representados por los Dark Hearts, una banda de moteros cuya economía se sustenta en el tráfico de drogas.

La primera opción, que equivaldría miniserie concentrada, que es lo que quiere ser Task, requiere de un intenso podado de líneas narrativas secundarias que desvían la atención hacia múltiples recodos del relato, incurriendo en una asimetría descriptiva que termina por menoscabarlo.

Centrémonos primero en Brandis. Ex-sacerdote metido a agente federal, padre de tres hijos, dos de ellos adoptados, uno de los cuales, con trastorno disruptivo de la conducta, asesinó a la madre durante un brote psicótico. Bebe vodka como si la gradación alcohólica fuese un elemento decorativo y, cuando no está captando estudiantes para que ingresen en el bureau –está apartado del trabajo de campo-, pasa su tiempo libre oteando pájaros o cuidando su jardín.

Todo cambiará cuando su superior le encargue investigar a una banda que se dedica a asaltar las casas donde los Dark Hearts almacenan narcóticos y dinero. La falta de recursos –el desmantelamiento del tejido asistencial norteamericano es un tema de fondo- hará que a Brandis se le asigne un equipo montado de improviso y que se establezca el cuartel general en una casona incautada con derecho de admisión para técnicos sanitarios: no vale ni como Airbnb para mofetas.

La cosa se complicará cuando el siguiente robo se salde con tres miembros de los moteros convertidos en ángeles del infierno volando hacia el más allá, uno de los asaltantes llamando a las puertas del cielo y un niño, hijo de dos de los Dark Hearts asesinados, desaparecido.

Un cristo, vamos.

Los guiones de Ingelsby nos explican la problemática relación que Brandis tiene con su hija Emily (Silvia Dionicio), y la de esta con Ethan (Andrew Russel), su hermano encarcelado, dedicando secuencias –incluso flashbacks- para desarrollar ese vínculo.

Sin embargo, a Sara (Phoebe Fox), la hija biológica de Tom que regresa al hogar familiar para discutir sobre la inminente comparecencia ante el juez que Ethan y el resto de la familia deberán afrontar, se le otorga mucho menos espacio.

Si esta fuera una serie más concisa, todos los hermanos recibirían el mismo tratamiento que Sara: los vemos cuando están en casa -el espacio compartido- y cuando entran en la órbita de Tom, pero no se les conceden tramas autónomas, además de manera desigual. Por ejemplo, Sara tiene un bebé y se ha separado de su marido, que acude de visita puntual, pero al que no vemos porque no es importante para la historia ni Tom está en casa cuando aparece.

Otro tanto sucede con el equipo especial que lidera Tom y que completan otros tres agentes. Se nos explica la relación entre Grasso (Fabien Frankel) y Elizabeth (Alison Oliver), pero apenas se profundiza en Aleah (Thuso Mbedu), todo para que la muerte de Elizabeth cobre un mayor impacto.

El personaje de Grasso obliga a introducir no solo una serie de ardides de guion basados en la supresión de información –se nos escatima todo lo relacionado con el cambio de móviles en el capítulo 4– sino a embutir un personaje como el de Mike (Raphael Sbarge), antiguo superior de Grasso y también informador de los Dark Hearts, pasado el ecuador de la serie.

Aunque en menor medida, lo mismo sucede con Robbie Prendergarst y con su sobrina Maeve (fantástica Emilia Jones), que ejerce de madre postiza de sus dos primos, copando buena parte del protagonismo.

Mark Ruffallo, Alison Oliver, Thuso Mbedu y Fabien Frankel

Mark Ruffallo, Alison Oliver, Thuso Mbedu y Fabien Frankel

Volvamos a nuestras opciones. La primera pasaría, pues, por recortar todos estos añadidos y describir a los personajes secundarios en función de sus interacciones con los dos protagonistas -que podrían ampliarse a tres, luego lo veremos-, lo que exigiría un desarrollo menos explicativo y establecer las relaciones a partir de inferencias y trabajando el subtexto, amén de reducir escenarios, suprimir flashbacks… y ahorrarnos unos cuantos minutos.

La segundo opción es justo la opuesta. Olvidémonos de la miniserie y activemos el modo David Simon. Ampliemos el número de episodios hasta 12 y describamos con todo lujo de detalles el microcosmos que se nos presenta: cómo funciona esa oficina del FBI, toda la liturgia que concierne a los Dark Hearts, las penurias de Robbie y familia vistas con microscopio.

Apostar por la coralidad, pero de verdad. Explicarnos quién es cada cuál y las relaciones que sostienen todo ese ecosistema, no solo entre aquellos personajes que nos interesan simplemente para justificar un determinado golpe de efecto o la búsqueda de un impacto emocional.

Seguramente, de haber optado por este segundo modelo, el gran problema de Task hubiese quedado todavía más al descubierto: ¿cómo es posible que los Dark Hearts tarden tanto en saber quién es Robbie?

Su hermano era de la banda, se lo cargaron porque supuestamente robaba, aunque su ejecutor lo hizo porque tenía un affaire con su esposa (detalle que algunos conocían), que sigue formando parte del grupo, tienen fotos de su sobrina con ellos, Robbie y su hermano estaban muy unidos… Una cosa es que sean unos descerebrados y otra muy distinta que el grado de celo con el que dirigen la organización –un celo hermano de la suspicacia constante– se abandone cuando interesa.

Por cerrar el capítulo de irregularidades, diremos que, a partir del tercer episodio, y al abandonar la concentración narrativa de los dos primeros y espléndidos capítulos, la serie se pierde en meandros de los que solo puede salir lanzándose al bote salvavidas de la artimaña: dos rateros y la policía presentándose al mismo tiempo en casa de Cliff (Raúl Castillo) en el capítulo 3; conversaciones comprometedoras que alguien escucha en el momento oportuno (Emily en el tercer episodio, Donna en el último), Robbie dejando al niño más buscado de todo el condado solo en un aparcamiento repleto de coches (capítulo 4), y así sucesivamente.

Mark Ruffalo, Silvia Dionicio y Phoebe Fox

Mark Ruffalo, Silvia Dionicio y Phoebe Fox

Ahora bien, no todo en Task es desafortunado. De hecho, uno se entristece porque su arranque invitaba a pensar en algo grande para, al final, terminar viendo una propuesta que adolece de las mismas virtudes y los mismos defectos que Mare of Easttown (2021), el anterior trabajo serial de Ingelsby, con el que guarda no pocas similitudes.

Lo más interesante de Task está en esos dos primeros episodios que bastan para explicar cómo tratan de componérselas dos familias desestructuradas tuteladas por dos padres a los que la ley sitúa en extremos opuestos pero a los que su incapacidad para la crianza coloca en el mismo saco.

Sin una mujer al lado, con serias dificultades para afrontar el cuidado de la prole, con dos adolescentes a su cargo (uno la hija, el otro la sobrina) que ejercen como las adultas del hogar, emocionalmente quebrados y con días en los que les cuesta encontrar fuerzas para ponerse los calcetines. Esos son Tom Brandis y Robbie Prendergast. El primero trata de olvidar un presente de mierda anestesiándose con destilados fabricados en Rusia. El segundo cree que el único futuro posible pasa por amasar dinero robando mientras venga la muerte de su hermano.

Pese a las aparentes diferencias, los dos son tan similares que Jeremiah Zagar, director del piloto, los presenta de manera idéntica, con sendos reencuadres que muestran su situación de bloqueo (el de Brandis colocado al inicio, el de Robbie al final). Es más, toda la construcción en paralelo de ese primoroso arranque – la repetición de motivos visuales que, sin embargo, evidencia una ostensible diferencia de clase-, más que plantear el inicio de la enésima revisión del juego del gato y el ratón (que también), nos invita a trazar una jugosa comparativa entre ambos que va más allá de lo evidente.

A esas dos familias rotas podemos sumar una tercera, la de los Dark Hearts. El clan de moteros es una organización que suple la ausencia de consanguinidad con jerarquía, lealtad y el respeto a una autoridad inequívocamente patriarcal (solo hace falta ver el tratamiento que se les dispensa a las mujeres y lo desaprovechado que está el personaje que encarna Margarita Levieva).

En ese sentido, la relación entre Perry (Jamie McShane), jefe de zona, y Jason (Sam Keeley), responsable del área suburbial de Filadelfia, es de carácter paterno filial pese a las muchas disfuncionalidades que la atraviesan.

Jamie McShane (a la izq.), en 'Task'

Jamie McShane (a la izq.), en 'Task'

Todas las bondades de Task se hallan en ese arranque en el que los giros de guion aúnan verosimilitud y potencia -el final del segundo episodio con la inesperada vuelta de Sam (Ben Lewis Doherty), el niño extraviado/secuestrado, al coche de Maeve.

O en la manera en la que se dosifica la información sobre la familia Brandis para que no sepamos exactamente qué pasa entre ellos hasta que se produce esa reunión en el comedor de la casa de Tom, con el abogado que les asesora en la preparación de la vista de Ethan, y en la que la ausencia de planos generales y la mutilación del ‘cuerpo familiar’ mediante un montaje de primeros planos es indicativa de la ruptura causada por la terrible verdad que los separa y que quedará revelada en ese instante.

No es que a partir de ahí los buenos momentos desaparezcan. Ahí está la fisicidad con la que Salli Richardson-Whitield filma el tiroteo y el enfrentamiento posterior entre Robbie y Jason en el capítulo sexto (toda la violencia está, en general, rodada con convicción). O ese movimiento de cámara alejándose del coche que lleva a Tom y a Robbie de camino a un hospital que ya no servirá para nada, como si el alma del muerto abandonase este mundo.

O el cambio en la colorimetría cuando se pasa del flashback en el que Robbie habla con su hermano en el lago al presente situado en la misma ubicación, pero ya sin la presencia fraternal: el uso del color para significar una pérdida. O el contrapicado que llena de dignidad la dura (y emocionante) intervención final de Tom en la vista de revisión de conducta de su hijo Ethan.

Todo eso está ahí, pero a partir del segundo capítulo, Task deja de parecer una serie de HBO como las de antes para ser una serie más.