Judy Davis y Victor Banerjee en la película 'Pasaje a la India' (David Lean, 1984)

Judy Davis y Victor Banerjee en la película 'Pasaje a la India' (David Lean, 1984)

A la intemperie

El viaje a la India o al falso paraíso perdido

Extraño país para los occidentales, a pesar del influjo que ha ejercido sobre muchos que, como aquel profesor español en los 60, encontraron allí un trágico destino que merece ser contado.

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Mucha gente de mi hoy vieja generación se fugó a la India de los 60 del siglo pasado al encuentro de un poético paraíso prometido, lectura de Tagore por medio, del que nunca volverían. Envueltos en un extraño entusiasmo espiritual saltaron de la odiada (por ellos) zona de confort europea y americana y desertaron para refugiarse en la confusión de mil religiones que no entendieron y de profundas filosofías que los envolvieron sin que ellos, los prófugos occidentales, comprendieran nada de nada.

Se quedaron allí, como zombis, fantasmas entregados a un paseo interminable en el polvo de la Avenida Victoria de Delhi o tirados sus cuerpos ya sin almas y sin memorias en los hormigueros humanos que son las contaminadas playas de Bombay.

Así fue la historia. Aquellas vidas se perdieron en la nada a la búsqueda del paraíso y del cielo que se habían prometido. Un horror que ni siquiera les pasaba por la cabeza al llegar a India, entre el humo incesante del “biri” y la alucinación de un mundo entre la miseria infernal y el loto más lujoso.

Fui a la India dos veces, cuando ya mi generación se había casi curado del espanto de ese viaje sin retorno a un mundo espiritual que no era para nosotros. A la llegada a Delhi en el primer viaje, me pareció entrar en un universo extrañamente sagrado y antiguo, una página cerrada de un libro bíblico.

Estuve quince días. Registré, siempre con una curiosidad intelectual occidental, los rincones que mi guía indio me iba descubriendo. Entre el rechazo cultural y la fascinación del recién llegado, juré no volver a aquel mundo que no era el mío y que mi formación europea y cristiana no me permitía admirar del todo.

Pero el mismo guía de aquel viaje, el que me señaló los zombis europeos perdidos y caminando sin destino vestidos con horribles harapos, me contó la historia de un profesor español que, enamorado enloquecidamente de la India, convenció en los 60 al ministro de Educación franquista Villar Palasí de abrir y financiar una cátedra de español en la Universidad de Nehru. Lo consiguió y se vino a vivir a esta ciudad india.

Tiempo después lo mataron. Fue encontrado muerto con violencia en su casa y sobre este asunto se corrió un tupido velo oriental del que nunca se sacó nada en limpio. Fue una tragedia india que marcó a la cátedra que había fundado el profesor y que persiguió, como si estuviera maldita, a quien le sucedió en el cargo, un muchacho español experto en teatro que sufrió años más tarde su propia tragedia con muerte y secuestro incluidos.

Escena de 'Pasaje a la India' (David Lean, 1984), película basada en la novela de E. M. Forster

Escena de 'Pasaje a la India' (David Lean, 1984), película basada en la novela de E. M. Forster

Para mí fue una epifanía el relato de mi amigo el guía indio y cuando regresé a España del viaje comenzó a obsesionarme la historia que me había contado. Leí libros de la India, adapté la historia a mi propia mentalidad y empecé a escribir la novela de aquellos españoles que fueron a la India como Colón a la suya, a conquistar su lugar en el mundo que les tenía reservada una tragedia personal.

Hace tiempo que abandoné a medio camino la voluntad de escribir sobre esta historia india cuando ya aquella tierra está convertida para mí en un parque temático y en una tierra otra vez extraña. Las lecturas de los ensayos de Naipaul sobre el país de sus ancestros me fue suficiente para otra vez rechazar aquel universo tan confuso para mí y tan lejano para cualquier occidental.

La historia novelada quedó en dique seco, pero cada vez que me trae alguien de la India un mazo de “biris”, a la primera calada y al primer deleite de ese extraño tabaco que mezclado con un trago de whisky puede elevarte al cielo con todo cuanto estés escribiendo en ese momento, comienzan mis ensoñaciones sobre aquel drama que un guía de español me contó hace más de veinte años en Delhi que me obligué a escribir sin todavía haber cumplido esa promesa sagrada.

Esta Navidad, un amigo regresa de Bombay y me trae un puñado de “biris”, clamorosamente buenos y bien manufacturados. Un tesoro que aquí en Madrid solo encontré a veces en vendedores callejeros de la Plaza de Santa Ana. Las fumadas estos días de estos “biris” fantásticos mezclados con tragos de un gran whisky y música clásica al piano de Lang Lang me han colocado unas navidades frías pero fabulosas conmigo mismo.

He vuelto a releer a E. M. Forster y su viaje indio, uno de los mejores libros de viaje que he leído en toda mi vida. Y me ha regresado al recuerdo del compromiso pendiente para el que fui a la India en mi segundo viaje -un mes- y recabé toda la información necesaria sobre el caso del profesor español asesinado. Tal vez ese humo y ese whisky navideño activen la ilusión dormida de escribir la novela de la que les he hablado en este comentario navideño de hoy.

Mientras tanto, felices fiestas y buen año que viene para todos los lectores de El Cultural y El Español.