Franco y el Juan Carlos en 1969. Foto: Wikipedia.

Franco y el Juan Carlos en 1969. Foto: Wikipedia.

A la intemperie

El tiempo aquel en el que se fue el Caimán

Ese 20 de noviembre de hace cincuenta años fue un día alegre para España. Tal vez el más grande día de felicidad de todo el siglo XX de este país.

Más información: "Ni un Cid ni un negado con suerte", la imagen histórica de Franco tras 50 años de investigación en libertad

Publicada

Tuvieron que transcurrir los tiempos de casi tres generaciones para que el Caimán de nuestras pesadillas se fuera definitivamente del aire.

Para esos millones de ciudadanos españoles (entonces súbditos de la dictadura militar) el Caimán parecía inmortal. No muchos sabíamos a ciencia cierta que no era inmortal, pero muchos de esos muchos llegamos a sospechar que era “inmorible”.

Sin embargo, se murió. En la cama, pero se murió. De eso hará pasado mañana 50 años, medio siglo de felicidad y libertades que se iniciaron tal vez de manera imperceptible mucho antes en las tramas secretas de tres o cuatro personajes históricos del mismo régimen. Tres al menos: dos azules y un militar que sería, desde ese día de hace cincuenta años, Rey de España.

Durante años, los opositores al Caimán creíamos que el régimen caería cada viernes por la noche; que a lo sumo llegaría al lunes siguiente, el día entonces de la felicidad y del cambio, pero ese milagro tuvo que retrasarse hasta el momento de la muerte del Caimán, entubado hasta el alma en una clínica de Madrid y rodeado de un desesperado equipo médico habitual.

Con el paso de los años, el Caimán se había ido apagando física y mentalmente, y a ojos de todo el pueblo y sus élites, como un globo cansado de tanto aire, un Dios totalitario que iba cayendo del Olimpo en el que estaba instalado, por la gracia de Dios y dos golpes de Estado, desde tiempo inmemorial.

Durante su férreo mandato había cometido uno de los peores errores de su dictadura: creer que, al abrir las puertas de la universidad y las empresas importantes del país a los hijos de los derrotados, esta turba de resentidos, que ya se contaban por millones, iba a perder la memoria de su sangre, su conciencia y su sentido de clase, y terminaría integrándose en el régimen de aquella España única con la que el Caimán soñaba todas las noches en su Palacio.

Este hecho lamentable para la dictadura desmiente la supuesta astucia del dictador y, al contrario, demuestra la torpeza y el gran tropezón que significa, al final, la creencia de que el pueblo pierde fácilmente la memoria de sus cosas y se sume en un proceso amnésico que los transforma en masa amorfa.

Ido el Caimán, se acabó la rabia, aunque bastantes años antes, cuando se acabó el hambre, se había perdido el miedo en la sociedad española.

Aquel sistema absolutamente totalitario y corrupto comenzó a desmoronarse con la misma celeridad que, lejos del estupor, el país cobró definitiva conciencia de la muerte real del Caimán.

Lo habíamos matado tantas veces en nuestra imaginación, desde nuestra adolescencia hasta la primera madurez, que a la hora de la verdad ya estaba medio muerto.

Y con él, su régimen y toda la mugre sangrienta y cutre en la que se apoyó durante tantos años. Todo aquel infierno absoluto se desmerengó a ojos de todo el mundo tras el último suspiro del Caimán.

Los agentes y conspiradores desde dentro del régimen pusieron en marcha sus planes de cambio, hipnotizaron con sus trucos políticos a los restos de aquel naufragio tiránico y pusieron una pica en Flandes ante el estupor y el asombro de los casposos cabecillas del caimanismo fallecido.

De todo ese milagro trabajado con manos delicadas y con un talento para el que ya estaba preparada la sociedad del país, queda la memoria del encaje de bolillos que ahora, medio siglo más tarde, quieren destruir ganapanes extremistas y egópatas del poder, de un lado y de otro, entre asignaturas pendientes y revoluciones frustradas.

Todo está escrito y se seguirá escribiendo en libros por los investigadores de la Historia. Decenas y decenas de novelas, poemas, y casi cientos de ensayos y memorias son demasiada huella para que la tenebrosa manía del olvido vuelva a hacernos perder la libertad y los derechos políticos ganados a pulso por toda la sociedad española.

Se trata exactamente de eso: de la sociedad española y de la libertad; de la democracia y la convivencia; del acuerdo y del diálogo.

El tiempo aquel en el que se fue el Caimán ya no existe, por mucho que los vientos criminales de la amnesia soplen de vez en cuando más de la cuenta. Aquel día, ese 20 de noviembre de hace cincuenta años, fue un día alegre para España.

Tal vez el más grande día de felicidad de todo el siglo XX de este país, que ya es otro muy distinto a aquel del Caimán. Y sí, sin embargo, se mueve hacia delante; el país se mueve, se sigue escribiendo sobre aquel día, se sigue aclarando el cielo, se sigue luchando por la paz y la libertad. Sí, así es, así parece al mirar atrás sin ira pero sin olvido.