Image: El arte que fue huella, sombra y silencio

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Exposiciones

El arte que fue huella, sombra y silencio

La forma restituita. Arte italiano de fin de milenio

1 septiembre, 2005 02:00

Vista de una de las salas de Centro Cultural Contemporani Pelaires

Com: Marco Meneguzzo y Frederic Pryna. Centro Cultural Pelaires. C/ Verí, 3. Palma de Mallorca. Hasta el 20 de noviembre

Adaptada a sus dimensiones, ocupa un lateral del vestíbulo del Centre Cultural Contemporani Pelaires aquella magistral interpretación plástica, todo un manifiesto de Mario Merz, de la famosa progresión matemática de Fibonacci (ideada por el abad Leonardo da Pisa en el siglo XII), por la cual no sólo todo número resulta de la suma de los dos anteriores, sino que toda línea recta se prolonga hacia el infinito hasta configurar la espiral. Realizada en plena actividad del grupo de artistas aglutinado por Germano Celant, esta singular obra sin título, de dimensiones variables y datada inicialmente en el año 1971, ejemplifica probablemente el espíritu, la actitud y los principios éticos y estéticos que alentaron las búsquedas de aquellos jóvenes que a mediados de los sesenta hicieron que el mundo internacional del arte volviera su atención a la vieja Europa.

Junto a la profunda y filosófica imagen de vida y tiempo del ya fallecido maestro de los iglús, la estrella poligonal de Mimmo Palladino (uno de los dos artistas reunidos no adscrito al "Arte Povera"), yace sobre la vetusta piedra como metáfora de ese conflicto siempre renovado entre el hombre y la naturaleza y esa tendencia innata al orden en la mesura que delata las raíces, inexorablemente clasicistas, del alma italiana.

Un poco más allá, tras el cristal, tintinea la llama prendida por Jannis Kounellis sobre la opacidad de una plancha de hierro industrial.

Cerca de esa magistral pieza del maestro (de 1990), unos zapatos llenos de vasos y apresados por bandas de plomo sobre un texto ilegible lanzan al visitante esa provocadora interrogación que es la imagen arte.
Fueron ellos -muchos de los que integran esta excelente muestra- quienes devolvieron la imperfección y la sombra al arte contemporáneo, impregnando de misterio y ambigöedad sus creaciones. Prendieron de nuevo la luz de la palabra y dieron forma a la inquietud: "Non c"è una sola immagine del mondo, una sola immagine della mente -escribía Claudio Parmigiani en 1995- che non sia letteraria". Buscaron la belleza de lo pobre, lo banal y lo precario -de todo aquello susceptible de ser poseído por la huella- y transformaron las formas haciéndolas sinónimas de sus propias actitudes. Fue otra suerte de "salto en el vacío", uno distinto al de aquel núcleo francés que buscaba también precipitarse en el espacio. Ellos lo hicieron significando la experiencia, combatiendo el "hacer" haciendo visible la fuerza del "ser". Sustituidos en los grandes eventos que revisan el "arte actual" por las jóvenes generaciones, a menudo se nos escapa que su contribución va más allá de las páginas ya escritas de la historia del arte.

Con las excepciones de Mario Merz, fallecido en 2003, y de Alighiero & Boetti, desaparecido en 1994, los artistas seleccionados en La forma restituita... siguen activos y realizando interesantes proyectos, como, entre otros, la reciente intervención de Giulio Paolini en la colección del Mart o las últimas instalaciones de Parmigiani con ceniza. Sólo Domenico Bianchi, autor de los exquisitos lienzos de cera con dibujos de fibra de vidrio, (un niño en los sesenta), ha sido incluido por afinidades artísticas.

No ha sido casual que los comisarios Frederic Pinya y Marco Meneguzzo hayan abierto esta muestra de dimensión museística que se plantea la pervivencia del arte italiano, con una paradigmática instalación, la de Merz, que invita a mirar alternativamente hacia el pasado y el futuro, hacia lo individual y lo universal, hacia la obra exacta del hombre y hacia la obra, siempre aleatoria, de la naturaleza.

Tan ambicioso planteamiento inicial, que hace que recordemos las importantes contribuciones de otros insignes compañeros de viaje esta vez ausentes, como Penone, Calzolari o Anselmo, se desarrolla con obras históricas como el Suelo de Alighiero Boetti de 1966 -una contundente respuesta a la fría perfección minimalista de las Floor Pieces de Carl André, del mismo año-, o los dos "mapas" del propio Boetti -uno pintado sobre papel entelado en 1986 y otro, el de 1990, bordado sobre algodón-, que merecen espacio propio en cualquier museo. Probablemente nunca mejor que hoy podría su aguda mirada ser plenamente apreciada. Las hay, como El observador preso de la comprensión, lápiz y pintura al temple sobre tela de Claudio Parmiggiani, que son flores raras en el mercado. Hay lugar para obras familiares como los espejos de Pistoletto, para pequeñas sorpresas, como el lápiz sobre papel de Marisa Merz de 1988, y momentos álgidos como nuestro encuentro con el Bis a bis de 1992 de Giulio Paolini, o sus Intervalos de 1984, torsos demediados que cautivan con la poderosa levedad de su presencia, dando prueba del talento y el exquisito sentido estético de un artista, el más conceptual del grupo, que ha dedicado gran parte de su trayectoria a reflexionar sobre conceptos artísticos teóricos, como el de la mímesis, aquí ejemplificado.

En el tiempo de la globalidad y las contaminaciones lingöísticas, el cruce de miradas de estos diez artistas mantiene su amplísima y nada convencional gama de recursos, técnicas y materiales: Descolocado, la bellísima obra realizada este mismo año por Claudio Parmigiani, es "sólo" "humo sobre tabla". Marzio y Mariano de Gilberto Zorio, la reciente indagación del artista que de tantas formas distintas ha explorado el tema de la energía, convive en la más estrecha sintonía con esa composición sin título de 1990 en la que el artista dibujó una estrella de cobre de cinco puntas sobre un fondo de brea. Incluso las pinturas de Palladino, plenamente deudoras de su trabajo en los ochenta, han sabido incorporar nuevos rasgos de hibridez.

Veinte o treinta años y su gran diversidad separan algunas de estas obras. Pero todas, antiguas y recientes, se yerguen igualmente altivas como una consistente alternativa y un contrapunto a esa dialéctica de lo circunstancial y lo efímero que tiende a dominar la escena artística actual.