
Vista general de la exposición de Graciela Iturbide. Foto: Fundación Casa de México en España
Graciela Iturbide, retrato de un país: la magia de México en blanco y negro
La Fundación Casa de México recorre 45 años de la exquisita trayectoria de esta fotógrafa, Premio Princesa de Asturias de las Artes. Una oportunidad excepcional para profundizar en el vasto espíritu mexicano.
Más información: Graciela Iturbide: "El Premio Princesa de Asturias es un reconocimiento para toda la fotografía latinoamericana"
Dice que hasta sueña en blanco y negro, que el mundo es más intenso así. El color lo deja para lo real, y para una única serie: la de la casa de Frida Kahlo, donde, tras 50 años cerrada, accede al baño de la artista encontrando por sorpresa sus objetos de dolor: corsés, muletas y prótesis. Los retrató con delicadeza, revelándolos en discretos tonos pastel.
Desde hace más de cuarenta y cinco años ha retratado la identidad mexicana y, en sus múltiples viajes por el mundo, ha buscado en las miradas de sus retratados una serena complicidad, como si pidiera permiso para robar, con respeto, sus almas.
El universo fotográfico de Iturbide (Ciudad de México, 1942) combina con exquisitez composición y dignidad, magia y vida cotidiana.es un icono cultural en su país.
Su fotografía más célebre, Nuestra señora de las iguanas (Juchitán, 1979), no solo dignifica a las vendedoras del mercado –con las que convivía durante meses en sus propias casas–, sino que ha sido esculpida en bronce y colocada en la entrada de la ciudad como símbolo nacional.
En ella, Zobeida Díaz, mujer juchiteca, posa con estoica firmeza, coronada por cinco iguanas destinadas a su venta para la preparación de guisos típicos.
La vida de Iturbide no ha sido fácil. Quiso ser escritora, pero su familia solo le permitió estudiar tras casarse y tener tres hijos. Fue entonces cuando, en 1969, se matriculó en cine en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM.
Sin embargo, fue la fotografía la que la hechizó:se vinculó emocionalmente a ella como alumna y luego como asistente del maestro Manuel Álvarez Bravo, de quien aprendió una ética de la imagen basada en la composición, el respeto cultural y la modernidad narrativa.

Graciela Iturbide: 'Nuestra señora de las iguanas', 1979. Foto: Graciela Iturbide
La muerte de su hija Claudia, con tan solo seis años, marcó un giro vital: desde entonces, su fotografía se convirtió en un exorcismo íntimo, en una forma de enfrentar la muerte no solo como rasgo identitario de su cultura, sino como experiencia personal.
La exposición de la Fundación Casa de México en España es extraordinaria. Sus 115 imágenes –desde 1972 hasta 2017– conforman un ejemplo del universo Iturbide, que brilla por sí mismo sin adornos ni circunloquios.
Comisariada por Juan Rafael Coronel Rivera (nieto de Diego Rivera), en colaboración con Fomento Cultural Banamex, las obras que presenta destilan una belleza sostenida en el respeto, la empatía y la verdad.
El recorrido abarca sus series más emblemáticas: los seris del desierto de Sonora –con la mítica Los que viven en la arena–, las mujeres de Juchitán, la región Mixteca y sus rituales, los pájaros, Frida Kahlo, los viajes a la India, Estados Unidos o Madagascar.
Su obra ha sido definida como documental, antropológica y poética. Pero Iturbide no busca lo exótico: su cámara se acerca a “el otro” como en un juego de espejos. Lo que otros fotografían como rareza, ella lo convierte en legítimo.
Su encuadre frontal –a veces frontalísimo– busca ojos que responden y cuerpos que dialogan con el espectador. No captura, conversa.Tampoco ha utilizado nunca flashes, focos o trípodes, tan solo la cámara en mano allí dónde va.

Graciela Iturbide: 'Magnolia', 1983. Foto: Graciela Iturbide
El eco de Álvarez Bravo resuena en su narrativa, pero ella ha sabido hallar su propio pulso que permite que las imágenes respiren, fluyan y despierten nuestros sentidos. El aumento de la violencia vinculada al narcotráfico cambió su forma de trabajar: deja de convivir con los nativos durante largas temporadas en zonas remotas.
Afloran entonces nuevas series: extraordinarias imágenes de pájaros (de las que han surgidos dos fotolibros), sencillas, líricas, que aluden a la libertad y a la mística de San Juan de La Cruz; jardines botánicos; Lanzarote, Madagascar o la serie en la que trabaja actualmente, dedicada a las piedras que fotografía en sus viajes por el mundo.
Esta exposición en Casa de México es una oportunidad excepcional para profundizar en el vasto zeitgeist mexicano, y nos permite descubrir, además, imágenes nuevas, como las de los automóviles que nunca antes habían visto la luz.
Iturbide ha hecho de la fotografía un acto ético y sensible, alejado del sensacionalismo pegado a la esencia de la vida. Su legado no solo es estético: es una forma de estar en el mundo que nos interroga y nos conmueve.
Esta exposición, así como el premio que recibirá el próximo mes de octubre, el Princesa de Asturias de las Artes, son una oportunidad de oro para releer su obra y reivindicar la fotografía como un gesto de resistencia y una herramienta para el conocimiento.