
Proceso de trabajo. Foto: Centro Condeduque
Revolver los armarios: Fuentesal Arenillas e Itziar Okariz llevan los pantalones en el Condeduque
La exposición 'Carrusel', resultado de una relación epistolar entre el dúo andaluz y la 'performer' vasca, sorprende resolviendo el espacio de manera brillante.
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Una de las reflexiones estéticas fundamentales del siglo XX tiene como protagonista una prenda insignificante. Martin Heidegger, mirando unos zapatos de campesina pintados por Van Gogh, notó que "en la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena".
"En la ruda y robusta pesadez de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde. En el zapato tiembla la callada llamada de la tierra, su silencioso regalo del trigo maduro, su enigmática renuncia de sí misma en el yermo barbecho del campo invernal".
Unos párrafos más adelante, el filósofo culmina estas divagaciones con una afirmación rotunda: la obra de arte trae más verdad sobre el objeto representado que el objeto mismo.
Julia Fuentesal y Pablo Arenillas (Huelva, 1986; Cádiz, 1989) han tomado, junto a Itziar Okariz (San Sebastián, 1965), la ingrata Sala de Bóvedas de Condeduque con un batallón de camisas y pantalones. Carrusel se nos presenta como un enorme ropero: una sucesión de mudas rectilíneas.
Sirviéndose de un par de barras metálicas, los artistas consiguen unificar un espacio (un enorme pasillo del que van saliendo, como en un peine, una retahíla de cámaras) muy dado a los montajes fragmentarios y tenebrosos. En esto también hay novedad, porque, felizmente, en esta ocasión, la luz entra por las ventanas de un lugar que siempre hemos visitado en oscuridad.

Vista general de la exposición. Foto: Bego Solís
Las obras son el resultado de un intercambio epistolar: a medida que las iban confeccionando, los Fuentesal Arenillas han remitido algunas de las prendas a Okariz para que ella las hiciese suyas (el estudio de ellos está en Madrid y los de ella en Bilbao y Nueva York).
Parte de estas interacciones aparecen retratadas en los separadores de madera que cuelgan entre las ropas; otras, en los vídeos que asoman por las rendijas de este colosal armario. No son los únicos insertos: de tanto en tanto, aparece un paquete bridado con esas tiras que bordean los rollos de tela (como hacen las costureras) o algún amontonamiento anguloso formado por las perchas que han fabricado para la ocasión.
Parecería evidente, pero aun así asombra cómo las ropas huecas reclaman que un cuerpo que las rellene. Perfectamente ordenadas, la progresión de vestiduras se prolonga, insistente, hasta adquirir una gravedad amenazante: ¿quién vendrá a uniformarse con ellas? Una multitud vestida con estas telas blancas y rosas, ¿será benéfica o terrible?
Esta inquietud (en mi visita, recordé una escena de La bruja novata, en la que Angela Lansbury vivifica a un montón de casacas, tocados y gabanes y los hace pelear contra unos alemanes que intentan tomar las playas de Inglaterra) está sobradamente justificada, porque (por las acciones de Okariz) sabemos no solo que estas prendas se pueden vestir, sino que permiten toda clase de comportamientos excéntricos o poéticos, como emplear bastones que suplementen el cuerpo y conviertan al inquilino en un ser miriápodo: nadie sabrá lo que puede un cuerpo, mucho menos si está vestido.

Proceso de trabajo de 'Carrusel'. Foto: Centro Condeduque
Nos tranquiliza, claro, la constancia de que, pudiendo servir para propósitos temibles, este ajuar ha permitido que unos amigos mantengan la conversación. (Es curioso que Heidegger describa en su texto tantísimas acciones sin mentar el cuerpo, como si ese objeto cotidiano y vulgar hubiese caído del cielo y, para colmo, trillase los campos con sus propias fuerzas. También lo obvia del lado del artista, así que supondremos que Van Gogh pintaba con la fuerza de su mente).
La aparente solemnidad de toda la instalación irá disipándose a medida que el espectador se detenga en la calidez de los detalles. La confidencialidad de un apunte, el torpe serruchado de alguno de los tablones de madera, el ritmo de las puntadas surcando el dobladillo o la calidez cromática del conjunto convierten la rotundidad de esas cortinas (de ese muro blando) en un velo poroso que deja traslucir algo de la intimidad de sus artífices.
En Carrusel encontramos la continuación de muchas de las preocupaciones que Fuentesal Arenillas han venido investigando en los últimos años (por ejemplo, el volumen del cuerpo y de lo que lo envuelve o un acercamiento a lo vernáculo sin pedanterías, más basado en la memoria afectiva que en las recuperaciones reaccionarias de un pasado que nunca existió) sustanciadas en un proyecto ambicioso e inteligente, que da cuenta no solo sus capacidades plásticas, sino de su admirable capacidad de trabajo.
Al éxito de esta propuesta han contribuido la comisaria residente Marta Ramos Yzquierdo y Francisco Ramallo, comisario invitado, que firma un texto muy interesante en el catálogo sobre lo epistolar en el arte. También, Irene Cantero, responsable del diseño de iluminación y Abel Jaramillo, quien se ha ocupado de la grabación de las acciones reformativas.

Vista general de la exposición. Foto: Bego Solís
Que una sala donde, aparentemente, solo sucede una cosa (se amontona ropa) resulte continuamente sugerente tiene su mérito. También, que desde elementos plástica y retóricamente tan sencillos se abran tantas digresiones (que pueden ir desde la majestuosidad de lo común hasta alguna reivindicación ecologista, según el espectador).
Asimismo, reconforta que artistas con prácticas tan disímiles como esta pareja andaluza y la performer vasca hayan conseguido encontrar un ámbito fecundo en el que encontrarse. Durante la inauguración, alguno de los protagonistas dijo (no recuerdo quién, discúlpenme) que esta exposición era el resultado del deseo mutuo de entenderse. No se me ocurre mejor propósito.