Antes y después de la restauración del lienzo 'La reina Isabel de Borbón a caballo' de Diego Velázquez, 1635. Fotos: Museo Nacional del Prado

Antes y después de la restauración del lienzo 'La reina Isabel de Borbón a caballo' de Diego Velázquez, 1635. Fotos: Museo Nacional del Prado

Arte

El "porte regio" de la reina Isabel de Borbón de Velázquez regresa en su máximo esplendor al Museo del Prado

El retrato ecuestre pintado por el maestro sevillano ha sido restaurado con el patrocinio de la Fundación Iberdrola. 

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Fue de los cuadros con los que se inauguró en noviembre de 1819 el Museo del Prado. El retrato ecuestre de la reina Isabel de Borbón pintado por Velázquez llegó a la pinacoteca tras haber pasado por el Salón de Reinos del Buen Retiro y el Palacio Nuevo. En el lienzo, la monarca está subida a un caballo blanco al trote, de forma similar a como entró en Madrid en 1615 para casarse con el príncipe Felipe IV.

El maestro sevillano concibió el lienzo (La reina Isabel de Borbón a caballo, 1635) como parte de una serie encargada de retratos, entre los que se incluyen a Felipe IV, el príncipe Baltasar Carlos, Felipe III y Margarita de Austria, que buscaba representar la continuidad de la monarquía y su dinastía.

Tras más de dos siglos expuesto en la pinacoteca, el cuadro ha sido restaurado con el patrocinio de la Fundación Iberdrola, "miembro protector" del programa de restauraciones del museo. Situado en la icónica sala basilical (12), dedicada a las obras del pintor sevillano, el lienzo se puede ver ya en su máximo esplendor tras unas ágiles labores de restauración que comenzaron en octubre y fueron llevadas a cabo por María Álvarez Garcillán.

La conservación del cuadro no era la peor, ya que el cuadro se ha mantenido en un entorno  "ejemplar y acogedor" de las Colecciones Reales, señaló durante la presentación del cuadro Javier Portús, Jefe de Colección de Pintura Española del Barroco del Prado, pero sí tenía problemas relacionados con las "circunstancias" de su creación.

Fue pintado en un momento de ebullición artística y de alto redimiento de Velázquez, quien en menos de un año, en 1675, tuvo que enfrentarse y solucionar cinco retratos ecuestres y encargos relacionados con la Casa Real. "Probablemente no hay ninguna época en su carrera como artista en la que haya tenido que trabajar tanto", apuntó Portús. 

De ahí que tuviese que recurrir a la ayuda de colaboradores y ayudantes, como la de su yerno Juan Bautista Martínez del Mazo. La huella de Mazo se detecta en el paisaje del lienzo, muy similar al retrato del Conde Duque de Olivares en el que también participó y muy distinta a los retratos del príncipe Baltasar Carlos y Margarita de Austria, pintados exclusivamente por Velázquez.

También se vislumbra esa "delegación vigilada" en los "arrepentimientos" o rectificaciones en torno a la figura del caballo, tanto en su color, en un principio iba a ser negro pero posteriormente, y tras un viaje a Italia, decidió pintarlo de blanco, y también en su postura. 

Recreaciones del testero de entrada (sureste) del Salón de Reinos después de la ampliación de los retratos de los reyes

Recreaciones del testero de entrada (sureste) del Salón de Reinos después de la ampliación de los retratos de los reyes

Sin embargo, los problemas principales de la conservación se encuentran en las dos anchas bandas laterales que Velázquez y los discípulos de su taller añadieron y pintaron hacia 1634 para adecuar el lienzo al espacio en el que sería colocado, en el Palacio del Buen Retiro. El material de estas bandas, y los pigmentos con químicos "significativamente diferentes", propiciaron una paulatina decoloración, que sumada a una serie de repintes posteriores con óleo, que pretendían subsanar daños "puntuales".

Según ha explicado Álvarez-Garcillán, el retrato a caballo de la reina —que forma parte de una cadena de obras interelacionadas entre sí y "deben tratarse englobadas en un conjunto"—, se instaló en una estancia del Buen Retiro que invadía el hueco de las portezuelas laterales, siguiendo la tendencia de la época del horror vacui, no se quería dejar ningún espacio sin aprovechar. 

Por eso, para impedir que esta puerta no se pudiese abrir, se tomó la decisión de recortar un cuadrado inferior de la pintura, sobreponerlo en la puerta y coserlo, logrando el efecto deseado: cuando la puerta se abría, la tela se separaba, pero una vez cerrada parecía que el retrato estaba completo. "Cuando se cerraba, se disimulaba", apuntó Portús.

Pese a la restauración, la cicatriz que dejaron los clavos, los agujeros del hilo de cuerda, que se usó para coser esta separación, los añadidos, y los injertos de tela, sigue formando parte del lienzo, aunque no es fácilmente visibles al ojo del visitante.

Cuando la pintura se descolgó del Palacio del Buen Retiro para llevarla al Palacio Real, en 1775, se recuperaron los trozos cortados de las bandas laterales y se reinsertaron, Andrés de la Calleja los reforzó. Fue en los años 2010 y 2011, con todas las "cicatrices" de la pintura, cuando se comienza una investigación técnica para poder realizar los trabajos necesario con "pleno conocimiento de causa".

Además, apunta Álvarez Garcillán, esta restauración permite hacer una lectura más fidedigna de la composición ideada en su totalidad por el emblemático pintor, cuyo volumen y colores han vuelto a brillar, una vez retirado el velo amarillo de los barnices antiguos. "La reina ha recuperado el porte regio y la belleza serena y natural con que fue retratada y, con maestría única, el caballo vuelve a lucir sus calidades en un alarde de naturalismo que sólo un genio como Velázquez es capaz de recrear".