Louise Bourgeois retratada por Oliver Mark

Louise Bourgeois retratada por Oliver Mark

Arte 25 años de El Cultural

In memoriam: Louise Bourgeois, una joven promesa de setenta años

A la autora de la araña del exterior del Museo Guggenheim el reconocimiento le llegó tarde pero hizo gala de un discurso de una coherencia aplastante.

12 diciembre, 2023 02:19

Pocas esculturas contemporáneas son más reconocibles que la araña de Louise Bourgeois. Las arañas, en realidad, porque la artista realizó un original en acero en 1999 y luego seis copias en bronce, ahora repartidas por distintos museos del mundo, el Guggenheim de Bilbao entre ellos.

Con diez metros de altura y veintidós toneladas de peso, es una figura grácil, que de lejos tiene algo de monstruo de película de terror. Saber que se llama Maman (Mamá) funde ese sentimiento ominoso con el de protección, en una amalgama muy propia de las relaciones maternofiliales.

Maman es representativa de los intereses de la autora, que giran en torno a la sexualidad, la violencia familiar y el cuerpo femenino. También de su lenguaje: las esculturas de gran formato y las instalaciones, que en mi opinión son de lo mejor que se ha hecho en este género.

Sus cuerpos de trapo cosido y sus paños con textos bordados emanan una despiadada ternura

Por ejemplo, la titulada La destrucción del padre (1974) es una inquietante estancia en la que formas bulbosas (o pechos, penes y dientes) asisten a un banquete. Son también memorables sus Celdas, construcciones de tela metálica que encierran extravagantes combinaciones de formas, siempre con una alusión a lo orgánico, a la vigilancia o al castigo (Eyes and Mirrors, 1989).

Pero creo que mi obra favorita de Bourgeois es una escultura de tamaño medio, Fillette (1968). Esta Muchachita consiste en unos genitales masculinos realizados en látex y tela, sin demasiada precisión. Colgada de un gancho, como algunas veces se ha expuesto, tiene mucho de trofeo apolillado de una guerra de sexos. Otras veces, acunada en brazos de su anciana autora (como en una célebre fotografía de Robert Mapplethorpe) se convierte en un símbolo de irónica compasión por la potencia masculina.

Louise Bourgeois

Nacida en París, el 25 de diciembre de 1911 Escultora y grabadora, fue Grand Prix National de Sculpture en 1991 y León de Oro de la Bienal de Venecia en 1999. Entre sus exposiciones más relevantes destacan las celebradas en el MoMA (1982), el Guggenheim (2001), la Documenta Kassel (2002) y la Tate Modern (2007). Muere en Nueva York, el 31 de mayo de 2010.

Las tres últimas décadas del siglo XX vieron surgir un extraordinario elenco de escultoras: Judy Chicago, Kiki Smith, Jana Sterbak, Rona Pondick… También Louise Bourgeois. Pero había una diferencia sustancial y es que de la mayoría de las citadas le separaba más de cuarenta años.

La primera gran exposición de Bourgeois tuvo lugar en el MoMA en 1982, cuando tenía 71. Por todo ello, cuando le llegó el reconocimiento, su discurso era de una coherencia aplastante y no tenía ya nada que demostrar. Y el reconocimiento le llegó abrumadoramente, a una edad verdaderamente provecta, como una absoluta anomalía histórica.

[In memoriam: Eduardo Chillida, habitar la escultura]

A la pregunta de si su arte era feminista contestaba que “trataba con cuestiones pre-género: la envidia no es masculina ni femenina”. Lo que es indiscutible es que hizo de su propia biografía su fuente de inspiración.

Louise Bourgeois se crio en una familia crispada por las infidelidades del padre y la tolerancia de la madre. Tras vencer la resistencia del primero, se formó como artista (Fernand Léger le orientó hacia la escultura) y se casó a los 28 años con Robert Goldwater, un historiador norteamericano especializado en arte primitivo. Se instaló con él en Nueva York y empezó a producir dibujos (sus Femmes Maison) y las primeras esculturas. En la década de 1960 ya había encontrado un estilo propio.

Por todo lo anterior se le considera una pionera del arte feminista, pero es más que eso. Sus cuerpos de trapo cosido y sus paños con textos bordados emanan una despiadada ternura. Igual que algunas de sus esculturas metálicas son patéticamente bellas.

Esa duplicidad, que no ambigüedad, es lo que a mi modo de ver le convierte en una artista irrepetible. Con su humor característico, una vez declaró: “En la vida me veo como una víctima, pero en el arte, soy el asesino”.

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