Vista de la exposición

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Arte

El sexo que pica

La exposición del IVAM repasa un variado catálogo de obras en las que el sexo y sus múltiples construcciones se ponen en el punto de mira

23 noviembre, 2020 09:42

DES/ ORDEN MORAL. Arte y sexualidad… IVAM

Guillem de Castro, 118. Valencia. Comisario: Juan Vicente Aliaga. Hasta el 21 de marzo

Cualquier titular que incluya la palabra sexo enciende el deseo de ver y saber más y la exposición Des/orden moral. Arte y sexualidad en el período de entreguerras lo promete a borbotones. Un siglo nos separa ya de aquello que, tapado por el sistema de valores represor de ese momento, ha sido un tema habitual en el arte antes y después, alcanzando su máxima potencia en los años sesenta y setenta del siglo pasado.

Con la intención de ilustrar cómo el arte recogió las desviaciones de la norma y los cambios de comportamiento en una sociedad en descomposición entre la década de los 20 y los 30, la exposición del IVAM repasa un variado catálogo de obras (219) en las que el sexo y sus múltiples construcciones se ponen en el punto de mira. No atiende, como cabría esperar, a las manifestaciones artísticas de las últimas vanguardias, que aparecen representadas de pasada, eludiendo una lectura historiográfica. Una decisión arriesgada incluso hablando del arte desde los márgenes.

La muestra ilustra las desviaciones de la norma y los cambios de comportamiento en una sociedad en descomposición

El recorrido expositivo –mejor estructurado en el catálogo que en un montaje en exceso teatralizado– plantea siete bloques de lectura que dejan ver lo inapropiado de la doble moral imperante. El primero de ellos, Culturas del cuerpo, acoge obras de los expresionistas Pechstein y Müller, que contrastan las de pintores poco conocidos como Jansson, Dame Ethel Walker o Sascha Schneider, cuya forzada relación se ciñe al motivo de los baños y el desnudo que ilustran.

Trauma y deseo aborda la sexualidad en sus diversas formas. Desde la objetividad y sus nuevas formas de realismo, Otto Dix, George Grosz y Heinrich Maria Davringhausen, muestran sin tapujos la desintegración de la burguesía de la República de Weimer con retratos de prostitutas y cabarets. Les siguen los dadaístas, apenas representados por dos fotomontajes de Hannah Höch que abren paso a lo más atractivo de la exposición: Los abismos del sexo’ Coincide esta sección cronológicamente con el gran momento del surrealismo (finales de 1920), pero aparecen testimonialmente representados –como ya ocurrió con los dadaístas– en exquisitos dibujos de Picabia, Masson, Dalí, y en lienzos de Victor Brauner junto a las siempre inquietantes fotografías de Hans Bellmer.

Las disidencias, el escándalo y sus hazañas liberadoras –temas centrales de la muestra– asoman aquí en el sexo explícito de Jean Cocteau, junto a los papeles de Roland Caillaux y Michel Fingensten, donde la virilidad se dirime entre los atributos sexuales masculinos. Desde los falos y ensoñaciones homoeróticas, la fotografía de Germaine Krull y los dibujos de Mariette Lydis descubren el contrapunto del sexo lésbico. Estas relaciones y ciertas formas de travestismo se suceden también en un conjunto de fotografías y fotomontajes de Claude Cahun, Man Ray y Brassaï, acompañados de lienzos de Tamara de Lempicka y Suzanne Valadon. Y de aquí, al grupo de Bloomsbury. Llama la atención la insistencia en las representaciones masculinas de Duncan Grant en un variopinto conjunto, igual que los lienzos sobre otro tipo de mujer posible de Vera Petrovna, Dora Carrington y Gluck.

Sin Buñuel, Picasso ni Miró a la vista, y ya no se les espera, la exposición da paso al bloque En tiempos de sicalipsis’ La picardía erótica, capítulo aparte, pasa por los grandes lienzos de Néstor y Gabriel Morcillo. Lo cursi se adhiere a lo castizo para mostrar un homoerotismo confitado, de la mano de Giorgio Prieto y Maruja Mallo, entre papeles de García Lorca y Álvaro Retama.

En la parte dedicada a Los totalitarismos viriles, esculturas y paneles fotográficos amplifican en grado sumo el culto a la fortaleza y al cuerpo masculino del soldado y el atleta, con los que se forja la identidad del fascismo y el estalinismo en un nuevo orden del ver y el comportarse.