Image: Hogarth, de la sátira a la melancolía

Image: Hogarth, de la sátira a la melancolía

Arte

Hogarth, de la sátira a la melancolía

William Hogarth

21 junio, 2007 02:00

Cabezas de seis de los criados de Hogarth, H. 1750-1755.

Comisarios: Mark Hallet y Christine Riding. Caixaforum. Marqués de Comillas, 6-8. Barcelona. Hasta el 26 de agosto

La obra de William Hogarth (1697-1764) representa la arqueología de nuestra manera de contemplar las cosas. En la transición del Antiguo Régimen a la época contemporánea, con el telón de fondo de la revolución industrial inglesa, Hogarth introduce la crónica, el costumbrismo, la sátira… Sus obras nos cuentan historias de prostitutas, convictos, crápulas, bodas de conveniencia… de los "vicios" y "defectos" de las clases altas y de los sectores populares. Hogarth describe la sociedad de su tiempo con una nueva sensibilidad. Hasta entonces el arte -el gran Arte- se había referido a los héroes, a la mitología o a la religión, pero ahora el artista se transforma en un flâneur u observador social con un espíritu crítico. La obra de Hogarth, divulgada a través del grabado, está muy cerca de fenómenos que posteriormente tendrán una gran relevancia: el folletín, la caricatura, el espectáculo… En otras palabras: la cultura de masas.

Claro que no todo es nuevo en Hogarth. Esta actitud proviene de una rica tradición pictórica, la escuela "costumbrista" flamenca y holandesa, de las escenas populares -bodas, fiestas, también del trabajo- de un Brueghel, no exentas de ironía. Podríamos citar también el precedente del grabador J. Callot, con su sensibilidad irónica y dramática, además de toda la corriente popular de estampas en madera que narraban desde las vidas de los santos a historias truculentas. Igualmente está presente el referente literario humorístico de Rabelais o Swift… y, como se ha dicho tantas veces, el teatro. Su lenguaje sintoniza con la modernidad, pero al tiempo se sitúa en una línea de continuidad con la descripción alegorizada del barroco y la sensibilidad intimista que introduce el rococó. Hogarth alcanza una síntesis de estos elementos, pero en un contexto social y económico nuevo: la Inglaterra en el alba de la Revolución Industrial, con todas sus sangrantes contradicciones. El gran atractivo de Hogarth y, acaso, su extrañeza, reside en esta suerte de mestizaje, en situarse en un espacio híbrido, entre la alta y la baja cultura, donde confluyen diversas tradiciones.

Más aún, el universo de Hogarth hay que relacionarlo con el pensamiento ilustrado, esto es, una concepción racionalista y empírica del mundo, de la cual deriva su voluntad de descripción y catalogación de los tipos sociales, así como su afán reformista. éste es también el mundo de Goya. Al comparar estos dos artistas, quizás nos sentamos inclinados hacia este último, como expresión de una sensibilidad más contemporánea. Sin duda, Goya es más esencial: su obra se dirige al alma humana. El enfoque de Hogarth es diferente. El artista inglés representa la mirada microscópica a la sociedad. Sus grabados se deleitan en la anécdota, lo narrativo, la descripción minuciosa… Pero Hogarth, como un cirujano, sabe detectar dónde está el tumor, el cáncer social, porque, regeneracionista, entiende que el artista posee una función moral: la denuncia a través de la sátira.

El recorrido de la exposición finaliza con un extraño grabado, realizado poco tiempo antes de morir: Epílogo, o paso repentino de lo sublime a lo prosaico. Esta pieza es susceptible a varias interpretaciones, aunque sin duda alguna representa una vanitas: es la expresión de un desencanto, de una desilusión, del fracaso de los ideales regeneracionistas. Y es aquí donde la figura de Hogarth se sitúa en paralelo a la de Goya, donde se manifiesta toda su modernidad: una melancolía que anuncia el nihilismo.