Image: Ángela de la Cruz: la pintura herida

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Exposiciones

Ángela de la Cruz: la pintura herida

Traspaso

21 noviembre, 2014 01:00

Vista de la exposición. Fotos: Joaquín Cortés

Galería Helga de Alvear. Dr. Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 3 de enero. De 16.000 a 60.000 euros.

La pintura ha muerto, se afirma. Sin embargo, como se ha demostrado una y otra vez, no es cierto, o no del todo. Sería mejor decir que la pintura agoniza. Agoniza, sí, pero eso no significa que sea un cadáver, sino que lucha por sobrevivir. Y, para sobrevivir, busca los límites, se esfuerza en superarlos, por ir más allá. Se escapa y, en esa fuga, se hiere, queda maltrecha pero no muere, se convierte en otra. No existe ya una única forma de entender qué es la pintura, sino que ahora hay muchos modos de hacerla.

Ángela de la Cruz (A Coruña, 1965) lo sabe y por eso la reta en un duelo en el que no termina de derramarse la sangre, una pelea que es constante, sin descansos. La tortura para llevarla al extremo, pero al final la deja vivir. La coloca en el borde, pero no la empuja al abismo. La sitúa en la frontera, pero no la expulsa. Quizás por eso esta exposición en Helga de Alvear se llame Traspaso, un sustantivo que habla de una acción en presente, una acción que nunca se llega a realizar porque la pintura se queda ahí, en ese paso entre una cosa y otra, como sucedía también en Transfer, su primera individual en la galería madrileña, en la que la pintura aparentaba, sólo aparentaba, ser otra cosa: una escultura. Su pintura es una pintura en tránsito, se queda en un lugar intermedio, es y no es al mismo tiempo.

Drop (Navy / Turquoise), 2014

Ángela de la Cruz se coloca en una galería de criminales célebres, aquellos que también hirieron a la pintura, desde Jackson Pollock, al que apodaron The Dripper, como si fuera el Destripador, que la hizo explotar y subrayó lo importante que era la acción de la que el cuadro se convertía en huella, hasta los apuñalamientos de Lucio Fontana y Jasper Johns, el primero muy serio y el segundo como una broma que acaba mal. La artista conoce bien esta crónica de sucesos en la que se convirtió la historia de la pintura en el último siglo y ha aprendido de ella.

De algún modo, toda su obra, desde que en 1996 aplastara su primer cuadro, es una puesta en abismo de este relato perverso, de esta narrativa que va también "contra el padre", que quiere agotar la tradición. Así en esta muestra utiliza el azul, un color que remite a uno de estos homicidas famosos, Yves Klein, que sustituyó el pincel por el cuerpo de unas modelos que él guiaba o que pintaba con el vacío en sus Zonas de sensibilidad pictórica inmateriales. Sin embargo, De la Cruz trabaja con la materialidad de la pintura, una materialidad que rompe con ese tópico de la pura pintura que buscaba en la bidimensionalidad su esencia. Así, esas pinturas azules que se enrollan sobre sí mismas en Roll, que se evaden del marco porque es demasiado estrecho en Tight, o que simulan ser cajas en Throw, evidencian aquello que ya se sabía, que la pintura es un objeto.

Pero quizás ese azul no apunta sólo hacia Klein, sino que lo hace también a David Hockney, porque uno de los cuadros adquiere cierta cualidad de piscina; colocado en el suelo no sólo invita a lanzarse en él sino que lleva de nuevo a Pollock, porque el título, Drop, que significa gota pero también caer, alude a esa idea de la pintura como acción, del lienzo como arena en la que pelear, por eso lo atraviesa la artista con su silla de ruedas, haciendo un guiño a su vez a la Tire Print de Robert Rauschenberg y John Cage. El cuadro ya no es lugar donde combatir, sino contra quien luchar.