El Cultural

Francisco Umbral: Obra poética (1981-2001)

22 mayo, 2009 02:00

Francisco Umbral.

Seix Barral. Barcelona, 2009. 304 páginas, 28 euros

"La personalidad empieza donde la comparación acaba". No son muchos los escritores españoles que merezcan estas palabras de Karl Lagerfeld. Pero no tiremos primeras piedras: ser original exige tiempo e imaginación, bienes ambos escasamente repartidos entre los de nuestra especie. Por no hablar de un coste de mantenimiento apenas sostenible: todos podemos ser únicos en nuestro género un rato, pero ¿72 años? A eso se le llama Tener Personalidad. Y, en España, lo denominamos Francisco Umbral. Poesía o narrativa o columna-pedestal de celebrity mediática: leamos lo que leamos de Umbral, lo que leemos es Umbral.

En la memoria colectiva, don Paco será siempre un señor cuya opinión (sea cual sea) importa. Hable el poema de Inma del Moral o del Bardo de Lepanto (“Cervantes, pueblo puro […]. Príncipe de las cosas más reales, / tan español, tan escritor, tan solo”), de Sara Montiel o de Chillida (“Una epopeya vive entre esos seres / que son hierro forjado y luz dormida, / los ademanes lentos de la fuerza, / la vejez victoriosa de la piedra”). Lo leeremos con una actitud diferente a sus descripciones paisajísticas, esos cuadros costumbristas de una exuberancia lírica siempre al límite, como sólo pueden permitirse quienes poseen el oído idiomático requerido para sonar alegórico sin desafinar hacia lo cursi (“Hay un motín de flores en mi huerto, / hay unas bodas blancas / en la copa de un árbol”). Lo leeremos con sentido del humor y una pizca de sal, como cualquiera de los retratos biográficos (el suyo propio incluido) que le servían de instrumento de exploración del quién somos y de dónde venimos y adónde vamos, para sabiamente concluir que somos lo que somos y aquí estamos. Lo leeremos asumiendo el feroz relativismo estético (y, para los más dogmáticos, casi ético) de elevar a la categoría de musas a las criaturas autóctonas de la prensa rosa. Pero lo leeremos.

Todos conocemos a alguien adicto a Umbral. O a alguien que comprara El Mundo sólo para leer su cátedra. O a quien sintiera por él una antipatía tan sincera como admiración por su literatura.Existe entre él y su público un amor incómodo, casi catuliano, pero escrupulosamente correspondido: “Leticia/Lutecia, como todos los personajes del libro, existe y no existe al mismo tiempo, lo cual ocurre al propio autor y por supuesto al lector, quien, además, paga por existir y no existir como tal lector, pues tiene que comprar el libro del que va a ser personaje”. De igual manera que no margina temas (más que versos, escande un mano a mano entre lo popular y lo elitista), el poeta tampoco discrimina entre el yo y el tú, o el vosotros, o el todos. El suyo es un romanticismo transgénico que tolera boutades hilarantes y conmovedoras (“Amo tus calcetines de dormir”).

Por puro inconformismo, Francisco Umbral se complace en citar no libros (qué banalidad), sino periódicos, que por algo son la fuente inmediata de donde la comunidad obtiene sus temas de conversación y, más vital aún, la excusa para comunicarse: a partir de la noticia “El color rosa en la ropa se ha puesto de moda para este verano”, satiriza el discurso nominalista, disparando, de paso, unas cuantas verdades. Y su filosofía se expone en el tecnolecto más postmoderno que este país ha conocido, un pidgin donde se (con)funden los recursos poéticos tradicionales y un discurso del conflicto de cada cual consigo mismo como sólo un contemporáneo de Cioran o Kundera podía concebir: “Hombre solo en los oros rojos de las edades, / hombre solo me siento cuando nada se incendia. / Hombre contra mí mismo, en sí mismo reunido, abandonado y solo de tantas claridades”.

Como la Real Academia Española, Umbral es una institución. A diferencia de la Real Academia, Umbral limpia, fija y da esplendor al idioma. Lo hace con participios anómalos (“Atenidos a sí, los amantes meditan”), oxímora astutos (“Vencidos los amantes, vencidos de victorias, crimen a cuatro manos que nadie ha perpetrado”) e híbridos de Chagall y Lorca (“Qué fracaso de pelo, qué suspiros del agua, qué trenzado, las manos, de la sombra y la plata”). Lo hace con sintagmas vergonzosa(brillante)mente simples (“Tu cuerpo es un hermoso fragmento / de no sé qué grandeza rota”) y una sintaxis extraterrestre que poco respeto parece tenerle a las normas cobardes de la gramática o la lógica (“La gata usa pescado cuando puede. / El pescado lo roba, que es ladrona. / Si no, no sería gata, y tan dispuesta”).

Son usos raros, experimentales, que evocan la dicción extranjerizante de quien está aprendiendo un idioma y consigue que hasta un “buenos días” suene exótico, nuevo y atemporal a la vez. Reunidos en una habitación Berceo, Quevedo, Blanca Andreu y el niño prodigio de las letras hispanas del año 2300, probablemente se entenderían en el español de Umbral.

Dos décadas de revolución por escrito, Obra poética es el opus nigrum de un intelectual que sentía con la cabeza y pensaba con el corazón. Es también la increíble (y a menudo triste) historia de cómo España digirió los últimos veinte años del siglo XX. Los nuestros son tiempos de fama efímera y reputaciones de alquiler. Vivimos deprisa y, a los quince como a los noventa, morimos siempre demasiado jóvenes. Hesíodo del periodismo fin de siècle, Francisco Umbral no es un antropónimo, sino una marca registrada con producto patentado. Esto significa Ser Una Personalidad: ser incomparable.

Las Palabras

Las palabras son gemas de la tribu,

reliquias muy locuaces que nos cuentan la vida.

Las palabras componen un idioma,

son la camisa azul de la serpiente

en que ondula un idioma y dice cosas.

Humanidades eran las palabras

cuando Grecia abjuraba de sus dioses,

o cuando Roma ardió en sus paganías.

Pero el hombre se va quedando solo,

catarroso entre máquinas y sombras,

silencioso ante el grito de la imagen.

Las palabras hicieron las ciudades,

las llenaron de pájaro y mercado,

mas ahora se reniega de los nombres,

el hombre de Occidente se suicida

clavándose un adverbio entre los ojos,

y tanta telegenia y tanto fierro

funcionan para nadie a todas horas

mientras un hombre triste, quizá un loco,

trabaja con primor su endecasílabo.

[sin fecha]

...y su tiempo

El verano después del otro verano, en agosto de 2008, al año de su marcha, escritores, estudiosos y amigos de Paco Umbral se citaron en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Santander) para proceder a un “asedio poliédrico” a su figura. El resultado se hace carne ahora en el libro Francisco Umbral y su tiempo (Ayuntamiento de Valladolid) con edición de Santos Sanz Villanueva. Un profundo y heteróclito análisis que deja en manos de Miguel García Posada la indagación en la lírica umbraliana, encomienda a Joaquín Marco la localización del escritor madrileño en la tradición literaria, cede a David Gistau la tarea de diseccionar su columnismo, y brinda a Darío Villanueva el comentario sobre su novela lírica. Fernando Sánchez Dragó cierra el conjunto en “Umbral y rosa” con un homenaje a su mejor obra, aquella en la que Umbral “citó de frente al dolor, le ofreció la taleguilla del folio en blanco, se fajó, lo embarcó en el vuelo de la palabra escrita, clavó el estoque de las teclas en el hoyo de las agujas del sepulcro de su hijo”.