La pizza turca más exclusiva (y cara) está en Bodrum: así es el beach club que puso la gastronomía de lujo frente al mar
La pizza turca más exclusiva (y cara) está en Bodrum: así es el beach club que puso la gastronomía de lujo frente al mar
Maçakızı fue mucho más que uno de los primeros beach clubs de Turquía. Hoy es el epicentro del nuevo lujo en la Riviera turca y su propuesta gastronómica, liderada por el chef Aret Sahakyan, acaba de ganar una estrella Michelin.
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Dicen que tiene el lahmacun más caro del mundo. Y puede que lo sea. Pero eso es lo de menos. En Maçakızı, este clásico de la street food turca no se sirve envuelto en papel y de un puesto callejero, sino sobre porcelana buena con las partes más nobles del cordero especiado, una masa finísima y una copa de champagne al lado.
A primera vista, es una simple pizza turca. Pero detrás hay toda una declaración de intenciones, la de convertir un bocado cotidiano en algo memorable. Y eso es solo el principio de esta historia.
Así es la cocina de Maçakızı, el hotel en Bodrum que, desde hace más de dos décadas, ha convertido la gastronomía en su verdadera seña de identidad.
Todo comenzó con una mujer y un chiringuito en los años 70, y ha terminado con un equipo que, liderado por el chef Aret Sahakyan, ha conseguido poner a Bodrum en el mapa de la alta cocina.
No solo por el reconocimiento de la Guía Michelin -que les concedió su primera estrella y la primera en Bodrum en 2023-, sino por haber creado un lugar donde, además de disfrutar un escenario idílico frente al Egeo, todos vienen a comer bien.
De chiringuito con mesas de plástico a objeto de deseo
Antes de que Bodrum fuera la Saint-Tropez turca, con jets privados y beach clubs con lista de espera, Ayla Emiroğlu ya estaba allí. Corría el año 1977 cuando abrió una pensión sencilla en una colina de Türkbükü. Por aquel entonces, en esta zona apenas había nada. Ni carreteras ni turismo, solo algún que otro gato y mucho que hacer.
De alguna forma, vio el potencial de crear algo allí. Lo llamó Maçakızı, la reina de picas, como la llamaban cariñosamente sus amigos. Tenía pocas habitaciones, baños compartidos, mezze casero y un jardín salvaje que olía a limoneros y buganvillas.
Pero sobre todo, tenía algo que nadie más tenía: carácter. Ayla cocinaba como quien lleva haciéndolo toda la vida. Con intuición, con generosidad, sin mayor pretensión que hacer feliz a cualquiera que pasara por allí.
Su forma de recibir a los huéspedes hizo que, pronto, empezaran a llegar escritores, músicos, artistas y veraneantes en busca de algo más auténtico que el lujo enlatado. Aquello la posicionó como una leyenda de la hospitalidad turca.
Fue entonces cuando Maçakızı dejó de ser solo un alojamiento y se convirtió en un lugar al que se volvía cada año, fidelizando a sus clientes.
La historia sigue viva
Décadas más tarde, fue su hijo Sahir Erozan, formado en hostelería en Estados Unidos y con una exitosa carrera como restaurador en Washington D.C., el que decidió continuar el legado familiar y que hoy sigue al frente de todo.
En los años 90, volvió a Bodrum con una idea clara: construir un hotel que respetara el espíritu de su madre, pero que volviera a la vida con una mirada nueva, más contemporánea.
En 1999, trasladó el hotel a Paradise Bay y juntos crearon un espacio abierto al mar, con arquitectura sencilla, mucha vegetación y una energía que resulta difícil de explicar si no has estado allí.
Querían un lugar que fuera libre y elegante, a la par que humano y hogareño. Y lo consiguieron. De hecho, Sahir forma casi parte del decorado, cada día está allí, sentado en una de las mesas como cualquier otro, fumando su ya legendario puro.
El chef que dio sentido a todo
Sahir consiguió lo que se proponía y tenía mucha experiencia, pero faltaba alguien que le diera alma a la cocina.
Pensando en cómo hacer que aquello fuera un éxito, llamó a Aret Sahakyan, amigo de la universidad y cocinero formado en restaurantes italianos y franceses de Washington, como el de Jean-Louis Palladin en el Watergate Hotel, y también junto a Sahir en su afamado Cities.
Aret había empezado tarde en la cocina, tras estudiar Administración de Empresas, pero en cuanto entró en una profesional, no quiso salir nunca más.
Juntos abrieron el restaurante de Maçakızı y empezaron a construir algo diferente: una cocina mediterránea con raíces turcas, técnica europea y mucho respeto por el producto local.
Aret no se considera un chef de hotel, sino un cocinero con una personalidad propia y con el ego dedicado a sus clientes.
Desde hace 24 años dirige todo el universo gastronómico de Maçakızı: desde el restaurante principal hasta el brunch diario, el room service, los eventos privados y, más recientemente, el restaurante Ayla.
“Cuando abrimos, no existía la alta cocina en Bodrum. Nosotros fuimos pioneros en cambiar eso”, contaba en una entrevista. Y no exageraba, porque durante años, su cocina ha sido cantera para decenas de jóvenes cocineros que hoy tienen restaurantes propios en Estambul o en otras ciudades del país.
Irás por su cocina, te quedarás por el resto
La propuesta de Maçakızı es honesta, sabrosa y profundamente personal. Es disfrutona, confortable. Hay técnica, pero también una forma soberbia de reproducir, en clave de alta cocina, platos típicos como el lahmacun que siempre ha traído cola.
Y es que en este hotel, se disfruta de desayuno a cena. El día arranca en una de sus exuberantes terrazas sobre el mar, donde probar quesos locales, frutas y verduras de temporada (muy típico el pimiento verde en los desayunos turcos), creaciones como el simit, un bagel típico del país con sésamo...
A mediodía, el formato buffet toma el relevo. Es un homenaje al que Ayla preparaba cada mediodía en su guesthouse, y al que venían incluso quienes no se alojaban en el hotel, solo por el placer de sentarse a esa mesa. ¿El inicio? Tal y como era antes, con un toque de gong anunciando que todo está preparado.
No hay carta cerrada, sino una oferta flexible que combina lo mejor del mar con platos frescos, ensaladas con hierbas del huerto, berenjenas en todas sus formas, arroces suaves, pastas ligeras y clásicos como albóndigas de cordero.
Y si lo prefieres, también puedes comer en el deck de Maçakızı, con el sonido del agua y el sol colándose por sus telas. Entre chapuzón y chapuzón, comer aquí es una de esas experiencias que no se olvidan.
Las noches suben el nivel
Al caer la tarde, llega el gran momento: la cena. El restaurante de Maçakızı, galardonado desde 2023 con una estrella Michelin, propone un menú que cambia según la temporada.
"Durante más de veinte años, en Maçakızı hemos creado una cocina mediterránea en constante evolución. Conectar con la naturaleza y trabajar con sus singulares propuestas de temporada; reunirnos en torno a una mesa llena de buena comida, buen vino y seres queridos ha sido la inspiración de mi cocina y el valor fundamental de la familia Maçakızı", explica Aret.
¿Una forma de definir su cocina? Nueva cocina mediterránea, esa que bebe de todos los lugares que baña el Mare Nostrum.
Hay platos como un carpaccio de alcachofa con guisantes y hierbas silvestres, una brandada de sargo con beurre blanc y caviar, el pulpo con salicornia y tarhana, pasta con kokoreç -una elaboración típica de los Balcanes- o un lomo de cordero con berenjena y sumac que se lleva todos los elogios. Y terminar probando sus baklava es obligatorio.
Ayla, un homenaje a la legendaria fundadora
En 2024, Aret y Sahir dieron un paso más con la apertura de un segundo restaurante. El comedor es una plataforma amplia pero cubierta, en una ladera, con seis mesas con vistas al mar.
Lo llamaron Ayla. Es, literalmente, un homenaje a la fundadora. Aret dice que este proyecto es su legado. Que después de tantos años cocinando para otros, por fin puede cocinar para ella, para Ayla, la legendaria reina de picas.
¿La propuesta aquí? Una carta de amor a la gastronomía turca. Las veladas se dividen en actos, como los de un teatro, en los que el comensal elige entre dos platos en cada pase.
Desde tarama con alcachofas, huevas de pescado y bottarga hasta İç Pilav, un arroz con erizo de mar y café, pasando por creaciones como Balık Ekmek, lubina madurada con hojas de geranio y azafrán. Un despliegue de creatividad y sabor que no deja indiferente.
Un hotel en el que ser feliz
El hotel, por su parte, mantiene intacto el equilibrio entre discreción y estilo. Tiene 74 habitaciones -entre dobles, suites y bungalows- distribuidas entre escaleras, jardines y terrazas. No hay ostentación. Hay belleza real, lujo relajado.
Se suman un spa, un gimnasio con vistas al mar, un bar a pie de agua y, por supuesto, sus míticas plataformas sobre el mar plagadas de hamacas donde detener el tiempo.
Hay más. Para aquellos que buscan más privacidad, está la Villa Maçakızı, una propiedad con diez habitaciones, piscina infinita, embarcadero propio y cocina personalizada a cargo del chef Carlo Bernardini. Es otro universo dentro del universo, pero con la misma filosofía: el lujo está en lo que te hace sentir este lugar único en el mundo.