Una mujer sostiene una manzana con la mano.

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Nutrición

La mentira de la fuerza de voluntad para adelgazar: el estudio de la II Guerra Mundial que lo demuestra

El estudio más peligroso jamás realizado explica qué sucede realmente cuando se pierde peso, y por qué la fuerza de voluntad tiene poco que ver.

16 marzo, 2021 01:29

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Lograr una pérdida de peso rápida y mantenida es uno de los objetivos de gran parte de la población, no sólo en España, sino en todos los países occidentales. La obesidad es una pandemia silenciosa que, a pesar de no ser una enfermedad infecciosa o contagiosa, afecta a gran parte de la población desde hace décadas.

No son pocos los estudios que han intentado vislumbrar cómo lograr una pérdida de peso eficaz, y muchos de ellos se están llevando a cabo aún hoy en día. Pero ya en el año 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, una peligrosa investigación explicó algunos conceptos básicos que se han ido repitiendo en muchos de estos modernos trabajos.

El trabajo se llevó a cabo durante el mes de noviembre de 1944, a cargo de los investigadores de la Universiad de Minnesota. Allí, 36 hombres se presentaron como voluntarios de uno de los estudios más peligrosos jamás realizados. Su objetivo era ayudar a la ciencia a comprender los efectos de la inanición, y cómo salvar a aquellos individuos que estaban a punto de morir de hambre.

Así pues, durante el estudio, los 36 voluntarios eran obligados a caminar al menos 5 kilómetros y hacer dos horas de trabajo físico cada día. Durante las primeras 12 semanas, todos ellos consumieron alrededor de 3.200 calorías diarias, mientras los investigadores tomaban referencias de su peso, grasa corporal, frecuencia cardíaca, fuerza, estado psicológico y diversos datos sanguíneos.

Pero, tras esta primera etapa, los voluntarios fueron sometidos a una dieta de solo 1.570 calorías diarias, obligados a caminar la misma distancia y realizar el mismo ejercicio físico diario, durante 24 semanas seguidas. Los efectos sobre la estética y la mente de los voluntarios fueron enormes, y podrían explicar por qué el 97% de los individuos fracasan tras hacer una dieta y buscar la pérdida de peso mantenida en el tiempo.

Cómo reacciona el metabolismo

Cuando los voluntarios empezaron a "morir de hambre", el metabolismo en reposo empezó también a gastar menos y a ser más eficiente, buscando la mera supervivencia: pasaron de quemar 1.590 calorías diarias de media en reposo, a solo 964, un metabolismo en reposo similar al de un niño de 25 kilogramos.

Sus cuerpos se volvieron "ahorradores" de calorías, lo que suposo también realizar menos procesos corporales: sus frecuencias cardíacas se redujeron en un tercio y sus temperaturas corporales bajaron tres grados de media. Además, sus organismos empezaron a dejar de realizar otros procesos, como renovar células sanguíneas, células de la piel o células de otros órganos. Así mismo, se descubrió que los corazones de los participantes se encojieron alrededor de un 17%, y llegaron a perder el 40% de su músculo cardíaco.

Pero estos procesos no se producen solo durante la inanición, sino que es algo común cuando se produce una restricción calórica: al perder peso, al quemar más energía de la que se ingiere, el cuerpo humano usará cualquier tipo de método para reducir la velocidad mediante la cual se quema energía.

El metabolismo humano se adaptará a la situación, siempre con el objetivo de evitar el déficit energético, y llegando a sabotear la ansiada pérdida de peso. Con el tiempo, se producirá el "efecto rebote", donde el organismo buscará recuperar el peso perdido. Y por ello, tras el paso de solo cinco semanas, es muy común que se produzca una ralentización de la pérdida de peso a pesar de estar "comiendo menos" y "moviéndonos más".

Menor movimiento y obsesión con la comida

Por otro lado, durante el estudio también se objetivó que, cuando los voluntarios no estaban realizando sus obligadas caminatas y sus trabajos forzados, cambiaron radicalmente de hábitos: dejaron de estar activos, y se volvieron totalmente perezosos, pasando la mayor parte del día sentados o en la cama. Incluso sus mentes se volvieron "perezosas": pensaban con menos claridad, dado que sus cerebros también redujeron el flujo energético.

De nuevo, estos hallazgos indicarían que el organismo humano también intenta adaptarse al déficit energético reduciendo el movimiento corporal en general, de forma inconsciente. De hecho, los estudios más modernos al respecto también han descubierto que, cuando se hace ejercicio de forma intencionada para perder peso, el organismo compensa el movimiento del resto del día, reduciéndolo de forma inconsciente.

Por su parte, a nivel mental, los participantes desarrollaron una imperiosa obsesión con la comida. Estaban hambrientos, evidentemente, pero sus pensamientos, sueños y conversaciones cotidianas giraban alrededor de la comida: sufrían antojos intensos, y cuando comían notaban que los alimentos eran mucho más sabrosos que antes.

Además, también se obsesionaban con las recetas, incluso permanecián horas despiertos pensando en cómo cocinar algunos platos. Muchos de los participantes incluso empezaron a fumar o masticar chicle para reducir o frenar esta obsesión con la comida. Incluso se llegó a prohibir el uso de chicle, dado que uno de los participantes llegó a consumir 30 paquetes al día.

De nuevo, el organismo humano se adapta al hambre: los pensamientos se redirigen, de forma inconsciente, hacia la comida y hacia formas de obtener alimento. Los antojos son un hallazgo corriente en los estudios donde se busca la pérdida de peso, y los pensamientos alrededor de las comidas también. Por ello, es arriesgado sugerir que la pérdida de peso consiste en "fuerza de voluntad", dado que el cerebro también compensa el hambre, destruyendo cualquier tipo de voluntad previa.

El hambre destruye la mente

Finalmente, a nivel psicológico, también se descubrió que los voluntarios se volvieron irritables, deprimidos y tristes. Además, sufrían pesadillas, dejaron de disfrutar con las películas de comedia, y reaccionaban a cualquier evento diario con resingnación. 

El hambre suele producir esta irritabilidad y descontento general que, curiosamente, mejora al comer de nuevo. Y, de hecho, estos sentimientos incentivan la ingesta de alimento, llevando en última instancia a la recuperación del peso perdido.

Todos estos efectos son beneficiosos si realmente uno se está muriendo de hambre: el organismo humano busca ahorrar energía y priorizar la búsqueda de comida para evitar la muerte. Sin embargo, hoy en día, estos mecanismos innatos son un obstáculo para perder peso en un mundo obeso.