Este domingo, VOX ha celebrado en la plaza de toros de Vistalegre de Madrid un acto masivo. Cerca de 13.000 personas han respaldado, dentro y fuera del recinto, a la organización. Si bien el mensaje ha tenido su carga simbólica y extrema para contentar a parte de su público, no es menos cierto que este joven partido trata de vocear las contradicciones del resto de formaciones.

VOX refleja a una masa de votantes que insiste en que la inoperancia y las reiteradas concesiones al nacionalismo se han adueñado de la vida política española. El lleno en Vistalegre evidencia una España que se sale de las encuestas, que se siente traicionada por el PP, que considera tibio a Cs y que aboga por meter una marcha más a la política española.

Populismo

La formación de Santiago Abascal quiere marcar las líneas maestras de la nueva política. Más allá de las expectativas magras que el propio sistema electoral les otorga, queda patente que hay un espectro de la derecha que no se siente representado y clama por ello.

El caladero electoral de VOX es el del desencanto y es un error atribuirlo en exclusiva a los extremos. La desastrosa gestión de Mariano Rajoy del conflicto de Cataluña ha dado alas a este partido, y así lo han dejado claro sus seguidores. Es más, su génesis viene de la intolerable dejación del antiguo presidente en los asuntos de Estado. 

Confluencia

Lo dicho en Vistalegre no puede pasar desapercibido por los partidos constitucionalistas. Hablar de extremos ideológicos es un debate arduo del que pueden beneficiarse formaciones minoritarias como VOX, que son cautivos necesarios del sistema electoral. La formación de Abascal denuncia algunas evidencias que son tan simples como inaplazables.

Pablo Casado tiene que mover ficha ya y atraer a ese descontento que alimentó Rajoy con su indolencia en torno a Cataluña. Su misión es evitar que haya tres partidos en el mismo espectro político: la confluencia en el centro es vital para eludir esa confrontación a la que abocan los extremos.