Leonora Carrington, junto a uno de sus cuadros, en un montaje.

Leonora Carrington, junto a uno de sus cuadros, en un montaje.

Magas-Mujeres en la Historia

Leonora Carrington: la pintora surrealista que fue maga, bruja y pionera del ecofeminismo

Unió feminismo y ecología. Una exposición en Madrid rinde homenaje a “la bruja de México”, su país de adopción, aunque nació en Inglaterra. 

6 abril, 2023 02:14

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Desde siempre, Leonora Carrington, pintora surrealista y escritora mexicana de origen británico, supo que en ella vivían dos mujeres, la bruja y la maga. Y, desde siempre, que explicar su vida, aunque su fama de enigmática no fuera ninguna pose: “Soy tan misteriosa para mí misma como para los demás”, declaró en más de una ocasión.

Impredecible y con una curiosidad insaciable, los que la conocieron estaban convencidos de que era de otro mundo: eso explicaría por qué, habiendo nacido en la Inglaterra más rancia y convencional, se convirtió en la última superviviente del movimiento surrealista.  

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Cuando nació, fue bautizada como Mary Leonora; hija de un rico fabricante de tejidos británico, Harold Wylde Carrington, y de la irlandesa Marie Moorhead, Leonora era la menor de cuatro hermanos. 

Se crió en una rica familia católica romana, y creció jugando con Patrick, Gerald y Arthur en una mansión victoriana de estilo gótico en la que se desbordó su imaginación (como ella explicaría más tarde: “Siempre tuve acceso a otros mundos”). 

Adolescente rebelde, fue expulsada de varios colegios, entre ellos, el Convento del Santo Sepulcro, en la ciudad de Chelmsford, donde estuvo encarcelado Oscar Wilde. Más adelante, aseguró que en ella convivían muchos espíritus y que tenía alma de gitana.

La escritora mexicana Elena Poniatowska (1932-) le dedicó un homenaje repasando la biografía de Carrington en su última novela, Leonora. En ella explica su sofisticada rebeldía para escapar del destino que le había sido adjudicado y no repetir la historia de las mujeres de su familia, señoras de la alta sociedad preocupadas únicamente por su vida social.

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“Mis padres me habían preparado para una vida cómoda, para permanecer en Londres y vivir de la forma aceptada en sociedad. Pero si estás poseída por una pasión, como lo estaba yo por la pintura, tienes que obedecerla”, declaró hacia el final de sus días.

Entre el aburrimiento al que parecía predestinada, Leonora escogió la fantasía, la aventura y la desobediencia: escucha las leyendas irlandesas y mitos celtas que le cuentan su abuela, su madre y su niñera, y no se siente humana, quiere ser caballo o delfín.

Mientras desayuna su plato de avena, convertido en las aguas del Windermere (el lago natural más grande de Inglaterra), sueña con escapar nadando o volando, o ambas: escapar del mundo a lomos de un gigantesco pez. 

En la biblioteca se refugia en los cuentos de sus escritores favoritos, Lewis Carroll, Edgar Allan Poe, Bram Stoker (Drácula) y Jonathan Swift Los viajes de Gulliver, y los clásicos, de Hans Christian Andersen a los hermanos Grimm.

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Y, en adelante, su infancia será siempre inagotable fuente de inspiración, presente en cuadros y relatos, como una 'bendita maldición'. En su madurez aseguró: “No creo que nadie pueda escapar de su infancia”.

Leonora no solo es pintora, también es escritora, y la mayoría de sus cuadros tienen un correlato literario, aunque no se sabe a ciencia cierta qué realiza primero, si el texto o la obra.

Así ocurre con el cuadro Hyena in Hyde Park (Hiena en Hyde Park), de 1935, y el cuento que escribe en ese mismo año titulado La debutante, en el que satiriza sobre su propia presentación en sociedad, en el Hotel de Ritz de Londres, ante la corte del rey Jorge V.

Con 15 años es enviada a Florencia, a estudiar arte, y se extasía con la pintura de los antiguos maestros italianos. Ya de regreso a Reino Unido, en 1936, consigue que sus padres le permitan estudiar con el artista cubista Amédée Ozenfant, fundador del movimiento purista junto a Le Corbusier, que había abierto una academia en Londres.

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Asiste a la primera exposición surrealista en Gran Bretaña y encuentra lo que andaba buscando y no sabía que existía: sus iguales. Más tarde conocerá la obra de Max Ernst durante una muestra individual de este, y se enamorará del artista antes que del hombre.

El destino hará que poco tiempo después conozca al pintor alemán en una cena; dará comienzo una relación que la familia de ella desaprueba, porque él está casado y es 26 años mayor que ella.

La pareja huye a Cornualles y luego París, y Leonora, que entonces tenía 20 años, nunca volverá a ver a su padre, aunque sí continuará en contacto con su madre, que la seguirá ayudando económicamente.

En la capital gala conoce al grupo de artistas surrealistas y descubre el inconsciente, el psicoanálisis y el erotismo. Entre ellos no se siente tan diferente. Frecuenta a Joan Miró y André Breton, así como a los pintores que se reúnen alrededor de la mesa del Café Les Deux Magots, como los españoles Pablo Picasso y Salvador Dalí.

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“Les gustaba considerarse vanguardistas, lo cierto es que, en lo tocante a las mujeres, su visión y expectativas eran deprimentemente estrechas y convencionales”, afirmará después sobre los surrealistas.

Junto a ellos, en las páginas de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y otras lecturas encontrará el mapa para saber más sobre la alquimia, la cábala, los mitos ancestrales o la dislocación de la relación espacio-tiempo.

Max Ernst ejerce de Pigmalión y le sugiere que pinte lo visible y lo invisible, lo posible y lo imposible. Aunque nunca gozó de la fama de sus colegas, y siempre se negó a entrar en el grupo de manera oficial, se convertirá en una de las figuras más interesantes de los surrealistas franceses del París de los años 20.

Pero nunca se conformó con el papel de musa: "No tuve tiempo de ser la musa de nadie... Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista", aseguró.

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Cuando Leonora se cansa del grupo de artistas decadentes que, como contará después, solo querían a las mujeres como musas y no como iguales, la pareja se muda a la localidad de Saint-Martin-d’Ardèche, en la Provenza.

Allí compran una casita de piedra, convirtiendo el interior y el exterior en un lienzo: pintan puertas, ventanas y muros con figuras híbridas y criaturas protectoras, como la quimera, pero también se aman, y Max Ernst duerme la siesta bajo un árbol, como se ve en las fotografías que tomó Lee Miller en una de sus visitas.

La guerra vendrá a hacer añicos esa frágil felicidad: Ernst es detenido, como judío, por los colaboracionistas de la Francia ocupada y más tarde será internado durante de dos meses en un campo francés, del que saldrá gracias a su amigo el poeta Paul Eluard.

Leonora huye a España con el pasaporte de Max Ernst, para intentar que la embajada británica en Madrid le conceda un salvoconducto para él y cruzar al otro lado del Atlántico desde Lisboa.

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A su llegada a la capital, entre gestión y gestión en busca de ayuda, visita el Museo del Prado, donde confirma su amor por la pintura italiana florentina al contemplar las obras de El Bosco, Brueghel el Viejo o Patinir.

Y así, en sus obras posteriores será frecuente encontrar pequeños seres híbridos que recuerdan a los del Jardín de las delicias: gacelas que se transforman en centauros, serpientes que bailan alrededor del árbol del Bien y del Mal, animales que hablan y hadas y brujas poderosas.

Todo puede pasar en sus cuadros, como todo puede pasar en los cuentos, especialmente si la Magia entra en escena. En la gran mayoría podemos ver en ellos humanos que se convierten en animales, en su propio y muy personal bestiario onírico. 

Y quizás, de su contemplación de Las Hilanderas de Velázquez quede su obsesión por representarlas mediante la rueca, como diosas del poder femenino. La propia artista se dedicará durante años a la elaboración de tapices, en colaboración con la familia Rosales, tejedores mexicanos.

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Pero, en ese Madrid de la posguerra civil, será también víctima de una violación grupal por parte de tres militares. Un hecho que no contó a nadie entonces pero que, junto a la desesperación por la traumática separación de Ernst (de quien no sabía si estaba vivo o muerto), le provocarán un ataque psicótico y precipitarán su ingreso en el sanatorio psiquiátrico del doctor Morales en Santander.

Allí será tratada con un potente fármaco, el Cardiazol, que producía ataques epilépticos y podía llevar a la muerte o al empeoramiento del paciente. A pesar de las vejaciones y torturas de las que fue objeto (y que relataría más tarde), Leonora no empeoró. Creará su propio mundo, dentro de las pesadillas, para escapar de ellas.

Lo contará en el texto Down Below (en España, Memorias de abajo), uno de los testimonios más crudos e íntimos de la artista, publicado en 1944 en una revista, y que lleva el mismo título que el cuadro que pintó, durante su internamiento, en 1940.

Porque casi todos sus textos y sus cuadros son autobiográficos, aunque ella siempre se negó a explicar sus significados, tanto los ocultos como los obvios. “Las obras no se pueden explicar”, dijo en varias ocasiones. Y, en sus obras, se autorretrata a través de otros personajes o animales que hacen las veces de su alter ego u otro yo.

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André Bretón, el ideólogo del surrealismo, estaba convencido de que los meses que Carrington pasó encerrada en aquel manicomio en Santander la dejaron medio muerta, pero ella logró volver del más allá, como una bruja que regresaba del otro lado, tras haber visitado el abismo del subconsciente.

Sus padres deciden entonces mandarla a Sudáfrica, para internarla en otra institución. En Lisboa, donde iban a coger el barco, ella engaña a la enfermera que la acompaña alegando que tiene mucho frío en las manos y que va a ir a comprar unos guantes.

Con el dinero, pagó un taxi a la embajada de México, donde tenía un conocido, el escritor, poeta y diplomático Renato Leduc, que había luchado junto a Pancho Villa. Tras un rápido matrimonio de conveniencia para que ella pudiese salir de la capital lusa, Leonora y su nuevo esposo embarcan rumbo a Nueva York. 

A la Gran Manzana llegarán en julio de 1941; Leonora Carrington tiene 24 años y ya lleva en su escaso equipaje el peso de varias vidas: una guerra, una violación, la enfermedad mental y el encierro.

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En Nueva York el nuevo matrimonio se encuentra con la comunidad de artistas surrealistas que, al igual que ellos, habían huido de la Europa en guerra. Durante este período, el primero de su exilio, sienta las bases de la gran pintora que llegará a ser.

En Manhattan se reencuentra con Max Ernst, ahora casado con la multimillonaria y mecenas Peggy Guggenheim quien, años antes, en París, fue la primera en comprarle un cuadro, antes de sufrir unos celos insoportables al descubrir lo mucho que Max Ernst seguía amando a Leonora. 

En la década de los cuarenta, con el soporte de Peggy Guggenheim y su nueva galería de arte, los surrealistas emigrados se convierten en el grupo más poderoso de la escena artística neoyorquina. Y, entre ellos, Leonora Carrington es una figura mitificada por su traumática experiencia psiquiátrica. La llaman "la novia del viento".

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"Los surrealistas jugaron siempre con la idea de la locura y con la locura misma. Leonora Carrington no jugaba con ella, sino que estuvo allí dentro o, más bien, allí abajo que es el lugar donde suele situar ella no sólo la locura, sino su contrario, su complemento, la lucidez de iluminación", explica Carlos Martín, uno de los comisarios de la exposición que ahora se le dedica a la artista en Madrid.

El exilio marcará un cambio de rumbo en su pintura. "Tengo que borrar todo lo aprendido y eliminar las viejas fórmulas". Pero, según los expertos, "la gran transformación" en la obra de Leonora Carrington llega en México, donde se establece a finales de 1942 y donde no cejará en su empeño por retratar la realidad invisible. 

En la capital azteca volverá al arte y a la vida. Allí se rodeará de inconformistas y revolucionarios; un círculo de exiliados europeos como la fotógrafa húngara Kati y su marido, el artista español José Horna, y la pintora española Remedios Varo, casada con el poeta francés Benjamín Peret.

En casa de estos últimos conoce en 1944 al fotógrafo húngaro Emerico (Imre) Weisz, alias Chiki, que había sido estrecho colaborador de Robert Capa y fotografiado la Guerra Civil española. Con él se casará y tendrá a sus dos hijos, Gabriel y Pablo.

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En 1943, Carrington hace suya la técnica medieval y de los primitivos artistas renacentistas de pintura al huevo, que había admirado de adolescente en Florencia, e incluye pan de oro en algunas pinturas.

Una receta de yema de huevo, agua, aglutinante y pigmento, que se distingue por su durabilidad, rapidez de secado y el brillo con el que impregna los cuadros. Para la artista, este método es además una extensión directa de los experimentos alquímicos que realiza en su cocina, refiriéndose a la técnica como "receta de pintar".

En 1948, en Nueva York, se celebra su primera exposición individual en la Pierre Matisse Gallery. Su amigo y mecenas Edward James (rico heredero y coleccionista del artista belga René Magritte) le escribe:

"La inauguración de tu muestra fue un éxito tremendo. Nunca he visto más entusiasmo en ningún vernisagge entre el público [...], tus cuadros brillaron como joyas en la pared".

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Para Leonora Carrington "pintar es como hacer mermelada". Siempre quiso sentirse tan libre como cuando pintaba, y le gustaba desde sorprender hasta escandalizar a los demás, como, por ejemplo, cuando en un restaurante elegante se untó los pies con mostaza ante los otros atónitos clientes.

Dicen que fue la primera en inventar la performance artística cuando, en una cena con el director de cine español Luis Buñuel (también exiliado en México), se levantó de su sitio, se metió en la ducha completamente vestida y luego volvió al sillón chorreando agua y solo le dijo: “Es usted muy guapo”.

En México, según Breton, "el país más surrealista del mundo", la fascinación de la artista por la magia se renueva gracias a un pueblo para el que los rituales en torno a la muerte y las prácticas y rituales de hechicería forman parte de la vida cotidiana. 

Leonora empieza a fantasear con la muerte, pero se aferra con pasión a la vida: "Jamás pensaría en matarme. Tengo demasiada curiosidad por lo que va a suceder mañana". 

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Las creencias en animales guardianes y entes protectores de la cultura mexicana le recuerdan a los mitos y tradiciones celtas que escuchaba en su infancia. Con sus amigas Kati y Remedios comparte la pasión por la alquimia y el tarot.

Con ellas se adentra en el mundo de la magia, las artes adivinatorias y las corrientes esotéricas pues las consideran una forma de acceder al inconsciente y a los enigmas del ser humano y la naturaleza. Por eso, Frida Khalo las llama "brujas europeas".  

Apasionada de la arqueología y la etnografía mexicanas, junto a Remedios Varo estudió el Popol Vuh, "la Biblia de los mayas". Y con ella y la antropóloga Laurette Séjourné exploran regiones remotas visitando curanderos, brujas y chamanes recuperando testimonios de sus prácticas ancestrales, que Séjourné recogerá luego en un texto ilustrado por Carrington: Supervivencias de un mundo mágico (1953). 

Leonora Carrington pintando su cuadro Nunscape en Manzanillo, ca. 1956

Leonora Carrington pintando su cuadro Nunscape en Manzanillo, ca. 1956 KATIE HORNA ARCHIVO PRIVADO DE FOTOGRAFÍA Y GRÁFICA KATI Y JOSÉ HORNA. 2005. ANA MARÍA NORAH HORNA Y FERNÁNDEZ

En 1962 recibe el encargo de pintar el mural El mundo mágico de los mayas (1963-1964) para el Museo Nacional de Antropología en Chapultepec (Ciudad de México). Es feliz en su paraíso íntimo de la calle Chihuahua 194, en la Colonia Roma, hoy convertida en La Casa Museo Leonora Carrington.

Durante los 60, se interesa cada vez más por los movimientos feministas, en pleno apogeo en Estados Unidos, y reúne en su casa de México a un pequeño círculo de mujeres preocupadas por su situación de desigualdad y ausencia de derechos.

Preocupada, desde los inicios de su carrera, por el lugar que la mujer ocupa en el mundo, en sus cuadros incluye personajes femeninos, a veces, de origen literario o mitológico. "Ser mujer sigue siendo muy difícil todavía. Y debo decir, con un mejicanismo, que solo se supera con mucho trabajo cabrón", escribió.

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Visionaria, unió el feminismo y el ecologismo en el llamado ecofeminismo, pues será también la primera en dar la voz de alarma por la actitud depredadora de la especie humana y su maltrato hacia el ecosistema. 

En 1968, tras las revueltas estudiantiles y a la masacre de Tlatelolco, Carrington decide abandonar el país junto con sus hijos. Durante más de 20 años vivirá en Estados Unidos, primero en Nueva York y más tarde en Chicago.

Regresa a México en 1990, y ese mismo año recibe la condecoración de la Orden del Imperio Británico en la residencia del embajador de Reino Unido en el país azteca. En 2000 es nombrada Ciudadana de Honor de México D. F.

La vejez nunca menoscabó su rebeldía ni su creatividad. Incansable, seguirá creando: cuando las manos ya no controlen el pincel, se pasará a la escultura. Javier Martín-Domínguez, director de la película Leonora Carrington, el juego surrealista (2012), la visitó un año antes de su muerte. 

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"Hablamos durante horas. '¿Té, tequila?'. Me enseñó cada rincón de su casa. Abría y cerraba cada puerta con llave. Llevaba un manojo en un bolsito colgado de su cuello. Parecía atrapada en esa casa, que se asoma a un patio de luces donde crece una jacaranda. 'La planté yo, tan chiquita como mi mano'. Ahora se estira más allá de la tercera planta", recuerda el director. 

En mayo de 2011 la artista fallece de neumonía a la edad de 94 años. Lúcida hasta el último instante, nunca dejó de pintar ni de escribir.

Hoy día, sus obras forman parte de las colecciones del MoMa y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, el National Museum of Women in Arts de Washington, la Tate Gallery en Londres y The Edwards James Foundation, en Chichester (Inglaterra), la colección Peggy Guggenheim en Venecia y el Museo de Arte Moderno (MAM) y el Nacional de Arte (MUNAL) de la Ciudad de México.  En España el Thyssen cuenta con una pintura y hay otras dos en colecciones particulares.

En 2018 abrió el Museo Leonora Carrington, un espacio dedicado a su obra. Esta institución tiene sedes en Xilitla y la ciudad de San Luis, en México. Y sus grandes esculturas de cobre decoran hoy las calles de varias ciudades mexicanas, por ejemplo, el Cocodrilo, que decora el Paseo de la Reforma, una de las avenidas principales de la Ciudad de México.

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El Nobel mexicano Octavio Paz dijo de ella que era "un personaje delirante, maravilloso" y la describió como "un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sombrilla que se convierte en un pájaro que se convierte después en pescado y desaparece".

Joanna Moorhead, periodista en el diario británico The Guardian e hija de un primo de su padre, habló y convivió con la artista cuando esta ya tenía 89 años. Fruto de aquellas horas y horas de conversación nació Leonora Carrington. Una vida surrealista, que recorre la vida de la artista.

Moorhead le preguntó qué cuadro salvaría en caso de incendio en su hogar, y Carrington, que no había perdido ni un ápice de su visión práctica, respondió que el retrato que le pintó su expareja Max Ernst, porque sería "el más valioso y me salvaría de la ruina".

En opinión de Joana Moorehead, la vida y la obra de Leonora demuestran que “los seres humanos podemos vivir con más imaginación y libertad de la que suponemos”. Y, según la biógrafa, la enseñanza más importante de todas las que le reveló fue esta: “La seguridad, bajo cualquier circunstancia es una ilusión”. 

*La exposición Leonora Carrington. Revelación. Está en la Fundación MAPFRE. Sala Recoletos. Paseo Recoletos 23, 28004 Madrid. Hasta el 7 de mayo 2023.