"Sin duda, es la primera pintura abstracta en el mundo”. Con estas palabras el célebre pintor ruso Vasili Kandinsky defendía su obra como fundadora del arte abstracto. Transcurría el año 1935. Sin embargo, hoy muchos especialistas consideran a Hilma af Klint la auténtica pionera del arte abstracto. Su anonimato se debe a que, por expreso deseo de la pintora, su obra no fue difundida hasta 1986, pese a haber creado sus primeros cuadros abstractos en 1906. Kandinsky lo hizo, por cierto, en 1911 con la obra De lo espiritual en el arte.
Hilma af Klint nació cerca de Estocolmo en 1862 y estudió en la Real Academia Sueca de las Artes, siendo una de las primeras mujeres europeas formada académicamente en arte. Sus primeros años como artista transcurrieron en el bohemio barrio de Kungsträdgården, tiempo que compaginó con el estudio del esoterismo, espiritismo y antroposofía. De ese interés surgen las obras abstractas Pinturas para el templo y las series Perceval y Serie del átomo.
Su carrera artística se ve interrumpida varias veces para cuidar a su madre y, al fallecer esta en 1920, se desplaza hasta Suiza para conocer a Rudolf Steiner. Finalmente abandona la pintura para dedicarse al estudio de la teosofía. Su obra supone una gran innovación para el arte de la época, aportando un lenguaje abstracto donde las formas y los colores se abrazan en una nueva realidad.
Desde la neurociencia actual cabría imaginar el cerebro de Hilma frente al lienzo en blanco con una gran actividad del hipocampo. La imaginación se alimenta de la memoria, sin memoria no hay imaginación nos dicen los estudios. Sin embargo, crear algo nuevo supone una actividad más compleja. La información se codifica en el hipocampo según un escrupuloso orden en el espacio y en el tiempo, que se rompe para dar lugar a lo abstracto, a aquello que acaba con las reglas de la percepción tradicional.
Hilma af Klint quería pintar lo invisible, y eso es un gran reto neuronal. El cerebro de Hilma creó nuevas carreteras cerebrales, fusionó aún más las áreas límbicas de la emoción con las occipitales. En el momento anterior a la creación, cuando Hilma coge los pinceles y se enfrenta al abismo de la creatividad, el cerebro trabaja de forma dispersa. Al contrario, el momento de la creación supone una fuerte conexión entre las diferentes áreas neuronales, es ese instante en el que la artista sabe por dónde ir, lo acaba de ver. En su estudio de Estocolmo, Hilma se entrega a los colores y las curvas como en un estado de ensoñación.
Hilma af Klint quería pintar lo invisible, y eso es un gran reto neuronal. En su estudio, se entrega a los colores y las curvas como en un estado de ensoñación
Eso es lo que muestran los estudios, la innovación lleva al cerebro a una actividad similar a la que presenta cuando soñamos al dormir, pero lo hace estando despiertos.
Es la red neuronal por efecto, que fusiona pasado, presente y futuro en un estado borroso que escapa de la consciencia y nos entrega a los creativos sueños diurnos.
Es la misma red que nos arranca del presente, pero esta vez en pos de la creatividad artística. Ella comprendía su arte, pero no la sociedad de la época. Más de un siglo después se reconoce su valor y su papel en la historia del arte. La percepción del que observa es subjetiva, pero también cultural.
Gracias, Hilma, por crear una nueva mirada.