La contracultura de los 70 implicó una ruptura con la forma de vida y las creencias. De una vida retrógrada impuesta por los valores conservadores y machistas, parte de una generación rompió con los cánones impuestos y desarrolló una creatividad y una imaginación desbordante en lo social, en la sexualidad, en la familia y en la creatividad cultural.

La contracultura no creía en la jerarquía y transitó en las antípodas de cualquier institución. En aquella era del “nosotros”, la solidaridad y la libertad imperaron como valores fundamentales frente a la represión, la competitividad, los autoritarismos de derechas e izquierdas y el dirigismo. El baile, la música, ciertas drogas y un arte corrosivo contra la moral establecida, generaron una gran ilusión por la sociedad del porvenir.

Lo primero que queda de todo aquello es el cambio de mentalidad en las familias españolas y la permisividad en el día a día de la sociedad civil. Del modelo patriarcal hemos pasado a familias tolerantes, donde las generaciones dialogan y los hijos eligen los estudios y el tipo de sexualidad sin la imposición, el castigo y el sometimiento.

Cabe destacar la consolidación de la lucha ecológica en favor de la supervivencia del planeta en tiempos de cambio climático. Estas luchas son herederas de las iniciadas en los setenta en favor de los humedales, las energías alternativas, el paisaje y en contra de las centrales nucleares. También se ha consolidado la agricultura biológica, el naturismo, las terapias alternativas, la laicidad y el yoga.

El comportamiento sexual, las luchas feministas en favor de la igualdad de género y en favor de la despenalización de la homosexualidad, el adulterio y el aborto se iniciaron entonces y hoy existe una legislación que reconoce la lucha de los colectivos LGTBI y el matrimonio homosexual.

 En el terreno cultural hubo épocas de alegría, vitalidad e independencia hoy en retroceso: falta atrevimiento

El antimilitarismo de parte de la sociedad también arrancó con los movimientos en favor de la objeción de conciencia de los años 70. Primero se consiguió la suspensión del servicio militar obligatorio y la abolición de la pena de muerte. También las luchas de los antipsiquiatras consiguieron la supresión de los manicomios y la creación de los centros de salud mental, la mejora de las condiciones en las prisiones y la abolición de los electroshocks para homosexuales. Y todo ello fue articulado por el movimiento contracultural de los años 70.

La libertad de prensa y de opinión existen, aunque menguan por el temor a perder los favores de las multinacionales y de las subvenciones. La pluralidad está amenazada por el sectarismo y la ideologización. Falta información veraz de lo que acontece, mientras la opinión publica se adormece ante la falta de credibilidad. La osadía y la imaginación vitalista de las publicaciones contraculturales debería ser hoy ejemplo en aras de recuperar parte de la libertad perdida.

En el terreno cultural hubo épocas de alegría, vitalidad e independencia hoy en retroceso. Falta atrevimiento, base de los avances, que necesita medios, concentración, estudio, tiempo de maduración. Lo contrario de lo que hoy ofrece el mercado.

La contracultura sí sobrevive en las periferias y en los extrarradios de las grandes ciudades o en pueblos abandonados, donde la independencia económica es más factible. Existe una parte de la juventud que viaja en secreto por territorios menos expuestos a la comercialización de la existencia cotidiana. Jóvenes que viven al margen se mezclan con las culturas indígenas en mundos perdidos sin buscar el éxito mediático. Crean música, arte, redes, travesías, filosofías, comunidades y nuevas formas de vida. La contracultura se ha ocultado como forma de supervivencia. Hay camino.

Fundador de Ajoblanco, Pepe Ribas es comisario de la exposición Underground y contracultura en la Cataluña de los 70, en CentroCentro (Madrid).