Bernard Shaw, premio Nobel de Literatura, Oscar de Hollywood, escritor relevante y provocador, solía decir: “Me he pasado la vida asistiendo a los entierros de mis amigos que hacían deporte”. Murió a los 94 años. No tenía razón, sin embargo, al desdeñar el deporte con palabras ofidias. Salvo los Juegos Olímpicos celebrados durante siglos en la Grecia clásica, la práctica deportiva fue anecdótica en todas las civilizaciones de Europa, Asia, África y América precolombina. Pero en el siglo XX su desarrollo y popularidad se hizo imparable.

Fernando Lázaro Carreter, inolvidado director de la Real Academia Española, desarrolló una teoría sagaz al considerar el fútbol como sustituto de las guerras que históricamente asolaron a Europa. Desde que concluyó la II Guerra Mundial en 1945, las contiendas entre las naciones europeas han sido deportivas, no violentas. Y el deporte rey ha congregado docenas de miles de espectadores en el estadio y millones a través de los medios de comunicación.

Enrique Arnaldo es un jurista de prestigio. Su sabiduría en leyes le ha llevado al Tribunal Constitucional y al Consejo General del Poder Judicial. Varias de sus obras figuran entre las lecturas obligadas para los estudiantes universitarios de Derecho. Y bien, Enrique Arnaldo acaba de publicar un libro, El deporte en la literatura (Espasa), que constituye una reflexión profunda sobre el fenómeno deportivo. Se lee de un tirón. Su interés no decae ni en una línea.

Tras escudriñar los desvanes de la historia deportiva del mundo en una docena de páginas, con cita a Mario Conde, “gran pelotero cubano”, según Leonardo Padura, Enrique Arnaldo descarga su abrumadora cultura deportiva sobre Grecia, Roma, la América precolombina y los pueblos europeos hasta el siglo XX, con hallazgos sorprendentes incluso en las letras españolas del siglo de oro.

El desarrollo del deporte durante la pasada centuria lo activó, sobre todo, Hitler en los Juegos Olímpicos de Berlín, 1936, utilizándolos “para promover la idea de la superioridad aria”. El atleta negro estadounidense Jesse Owens desbarató el montaje hitleriano convirtiéndose en la gran estrella de la olimpiada nazi.

Enrique Arnaldo acaba de publicar un libro que constituye una reflexión profunda sobre el fenómeno deportivo

Coincidiendo con Fernando Lázaro Carreter, el autor de El deporte en la literatura se refiere a José Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, cuando afirmó que el origen del Estado está en el deporte, en cuanto éste crea el sentimiento de comunidad.

Enrique Arnaldo va más allí y escribe: “El deporte es símbolo de identidad nacional incluso antes de la conformación de una nación independiente”. Analiza el autor de forma penetrante el sentido del deporte y estudia también su presencia en la idea religiosa. Se extiende luego al reflexionar sobre la victoria, en ganar y saber ganar.

A continuación, hace una crítica severa del negocio en el deporte y cita de nuevo a Ortega, que en La deshumanización del arte afirma: “El triunfo del deporte significa la victoria de los valores de la juventud sobre los valores de la senectud”. Hace Arnaldo, por cierto, una divertida referencia al partido entre parlamentarios y periodistas, que arbitró Peces Barba y Felipe González fue el portero de la selección parlamentaria.

La violencia no está ausente en algunas manifestaciones del deporte y Enrique Arnaldo señala este hecho sin aspavientos. Repasa también la relación del ente deportivo con el arte y se refiere de forma objetiva a los periodistas. “Es indiscutible –escribe– que el imán del deporte multiplica su fuerza expansiva gracias al periodismo”. Con menos acierto, hace una referencia a la utilización del deporte en la política, para adentrarse enseguida en el tsunami literario que lo envuelve.

Ahí es donde grana este libro singular. Se detiene el autor en la poesía. Hasta José María Pemán habló de Di Stéfano que “chutaba lunas sobre el césped del mar”. Cita Arnaldo el conocido libro de García Candau Épica y lírica del fútbol y ofrece al lector algunos poemas de Miguel Hernández, de Fernando Villalón, Luis Alberto de Cuenca, Mario Benedetti, Carlos Marzal, Paul Éluard, Yeats, Jaime Siles… Y por supuesto la Oda a la bicicleta de mi inolvidado Pablo Neruda.

Estamos, en fin, ante un libro singular que atrapa al lector desde las primeras páginas, fruto de un sólido esfuerzo intelectual.