Protagonista de esta novela es una nación: China. José María Beneyto se ha impregnado de las costumbres, las bellezas, los poemas, los sentimientos y el lenguaje barroco del gran país asiático, tan lejano del mundo occidental, tan cercano en amores, envidias, odios, pasiones, mujeres y hombres porque la condición humana es la misma en todos los continentes.

Las coronas de los Siete Fénix, los rollos de brocados sutiles, los coromandeles laqueados de altiveces y distancias, los palanquines balanceándose ante el Arco de la Virtud del Dragón, los poemas de Wang Wei y Tu Fu, los recamados bonetes, las costumbres tradicionales, los dorados tronos, los fervores por el Emperador, por el Hijo del Cielo, inaccesible en la Ciudad Prohibida, así como las intrigas en la corte imperial, conducidos todos por la pluma maestra de Beneyto se encienden ante el lector de esta novela.

Los banquetes del Gran Rey (Ático de los Libros) crean una atmósfera atractiva y original que no se extingue en ningún momento del relato ambientado en la China de los últimos Ming, finales del siglo XVI, principios del XVII, cuando Felipe II de España era ya Rey de Portugal y de Brasil, de Angola y Mozambique, de Goa y Macao.

Entre Wanli, el Emperador, y su gran preceptor, Zhan Juzheng, se producen las primeras desavenencias, los desencuentros iniciales. El autor hace comparecer a Flor de Peonía, la bella concubina, la inteligente meretriz que condicionará la entera vida de la corte y que recitaba junto al poeta Xiangyang los versos erizantes: “No teniendo talento me siento abandonada por mi sabio soberano”.

Zhang, por su parte, rodeado de una guardia especial de arcabuceros feroces, pregonaba la frugalidad y la rectitud moral rodeado como estaba de suntuosas mujeres jóvenes, sumergido en la corrupción, robando al Imperio, rodeado de pinturas, joyas, objetos preciosos y mansiones deslumbrantes.

El autor demuestra una insólita cultura oriental y capacidad indeclinable para hacer vibrar la tensión del alma humana

El choque entre el Emperador Wanli y el gran preceptor Zhang se hacía inevitable. “¿Cómo sustraerme al eterno balanceo del yin y el yang?”, se preguntaba el Emperador. Muerto el gran preceptor, Flor de Peonía, consigue salvarse, pero cae enamorada del otro gran protagonista de la novela de Beneyto, el militar español Juan Orozco.

Se suceden entonces las intrigas en la corte, los amores desbocados, las traiciones, los odios, las intrigas y la gran conspiración del Rey occidental para invadir China, destronar al Emperador y engrandecer aún más el Imperio de Felipe II. Se trataba de engrilletar al Hijo del Cielo y “como todo en China pertenecía al Emperador, una vez apresado éste, las infinitas riquezas del gran reino pasarían a poder del verdadero Rey del orbe”.

Se refiere Beneyto a la aventura, sintetizada por Juan Gil en su último libro, cuando el capitán Blas Ruiz llega a dominar Camboya y Juan Orozco, su amante Flor de Peonía y los inquietantes eunucos se verán envueltos en una peripecia muy diferente con la que el autor pone fin a su exótica, interesante novela.

A la arquitectura del relato le faltan diálogos y tal vez le sobre alguna adjetivación, pero José María Beneyto ha escrito una obra que puede calificarse sin exageración de excelente. Mantiene una prosa concorde con la cultura sínica y con la época en la que se desarrolla.

Ningún lector se sentirá decepcionado por Los banquetes del Gran Rey. El autor demuestra una insólita cultura oriental y capacidad indeclinable para hacer vibrar la tensión del alma humana y la profundidad de un original pensamiento inacabable.