He seguido a Manuela Carmena desde que empezó como abogada laboralista. Me separa de ella una discrepancia política e ideológica concluyente. Tengo, sin embargo, un alto concepto de su calidad humana, de su formación jurídica y de su independencia profesional.
Manuela Carmena es una mujer moderada y prudente, siempre razonadora. Sabe escuchar y se esfuerza por comprender el pensamiento de los demás. Está invariablemente al lado de los desfavorecidos y de ahí derivan en gran parte sus permanentes éxitos políticos. Fue una jueza independiente, siempre al servicio de la ley.
Como alcaldesa de Madrid hizo una gestión certera y eficaz, ajena al sectarismo habitual en las agrupaciones ideológicamente cercanas a ella. Hubo, claro es, espinas entre las rosas. Cometió errores y sufrió equivocaciones. Como nos pasa a todos. Pero estuvo siempre presta a reconocer los errores y a rectificar. En mi opinión, nos encontramos ante una de las personas más serias y responsables de la izquierda democrática española.
Publica ahora un sencillo libro autobiográfico. Se titula Imaginar la vida (Península). Con un relato sencillo mantiene el interés del lector desde la primera página hasta la última. Discrepo de algunas de las interpretaciones que le han suscitado varios acontecimientos que conozco bien. Pero Manuela Carmena no cae ni en el sectarismo ni en la manipulación. Cuenta las cosas como ella cree que ocurrieron.
Resume así la autora su gestión política: "Analizar, reflexionar, sí; pero también, y siempre, actuar. Actuar para intentar cambiar las cosas, para tratar de hacerlo mejor…". Tiene conciencia clara la jueza del tiempo que vivimos. "En la era digital –escribe– habría que decir que nos esforcemos por resetear lo público, adocenado en los últimos años de la etapa analógica por la repetición crítica pretendidamente defendida mediante más y más burocracia".
Manuela Carmena no cae ni en el sectarismo ni en la manipulación. Cuenta las cosas como ella cree que ocurrieron
No le falta razón a Manuela Carmena. Un filósofo tan sagaz como Noam Chomsky ha sugerido en más de una ocasión que las naciones occidentales, nuestras democracias pluralistas, caminan hacia la dictadura burocrática.
Siempre entendió el dolor de los demás como propio y sobre esta idea se alzaron sus éxitos. A veces su afán de transparencia se acerca, como explica la historiadora americana Lynn Hunt, tan admirada por Carmena, hasta los bordes de la utopía. Golpea entonces la alcaldesa, desde su formación jurídica, "el lastre burocrático y la rutinización con que hemos de ejercer cualquier actividad".
Se rodeó de mujeres y hombres capaces con mención especial para Luis Cueto y Marta Higueras. A Cueto tuve ocasión de conocerle y advertí las altas cualidades que le adornan. Cuenta, en fin, Manuela Carmena cien historias de su actividad como alcaldesa de Madrid. No vaciló en llamar a su antecesora Ana Botella para asegurarse de determinados hechos e informaciones e incluso desliza un elogio en favor de Mariano Rajoy.
La autora de este libro hace en alguna ocasión afirmaciones rotundas: "No, no hay gestión política en las instituciones del Estado. La clase política, encuadrada en sus correspondientes partidos, no tiene interés en implicarse en la gestión".
Desmenuza Manuela Carmena la posición de algunas de sus colaboradoras, de varios de sus colaboradores: "Es difícil pasar de las soflamas a los hechos –escribe–. La derecha no lo necesita, no solo sabe que la Administración es ineficaz, lo declara con machaconería y regala la gestión, con entusiasmo y convicción, a la empresa privada". Pero ella cree en la gestión pública, en las soluciones socialistas. Aunque no se la entienda. Insiste, eso sí, en criticar la "burocracia institucional", la burocracia que deshumaniza la norma.
Un libro, en fin, Imaginar la vida, que merece ser leído y reflexionado con el respeto intelectual que la autora se merece. Esclarece en él muchos aspectos de las dificultades que supone gestionar la vida pública en la democracia pluralista plena que conforma la política española.