El 6 de agosto de 1945, el Enola Gay, bombardero B-29 estadounidense, despegó de la isla de Tinian con una bomba nuclear que descargó sobre Hiroshima. Little boy se llamaba aquel artefacto infernal. En 1953 visité la Hiroshima despedazada y también Nagasaki, sobre la que explosionó la Fatman, segunda bomba atómica. La Humanidad se dio cuenta entonces de que la ciencia podía escombrar el mundo. El conocimiento de la realidad científica pasó a ocupar lugar preferente en la preocupación cultural y política.

José Manuel Sánchez Ron es un científico de relieve y el más destacado historiador de la ciencia con que cuenta España. En esta misma página he dedicado a su ingente obra once artículos en los que sinteticé su idea sobre la belleza de la ciencia al hablar de mi inolvidado Bertrand Russell, con el que contraté varios artículos de fondo para el ABC verdadero tras una conversación en el Dorchester de Londres.

En otro libro singular, Sánchez Ron despelleja a Stalin y se refiere al encarcelamiento de Lev Landáu, el gran físico teórico de la cuántica. Se refiere el autor a las aristas entre la ciencia y Dios y se hace preguntas incontestables, Leibniz al fondo, el filósofo estudiado por Ortega y Gasset.

Con El poder de la ciencia, publicado hace más de 30 años, Sánchez Ron abría en España el camino hacia una "internet cuántica" y estudiaba a los grandes, desde Einstein y Darwin a Heisenberg y Planck, al que yo señalaba como "mi admirado Planck", y me temo que Sánchez Ron no participaba de mi opinión. Coincido con él, sin embargo, en el concepto que tiene de Blas Cabrera, que fue, por cierto, miembro de aquella sorprendente Asamblea de la dictadura de Primo de Rivera, en la que figuraron intelectuales relevantes como Fernando de los Ríos, Ramiro de Maeztu, Leonardo Torres Quevedo, Pedro Sainz Rodríguez, Bermejo, Odón, Ascarza…

Azorín consideraba la ciencia como la más revolucionaria de las expresiones culturales y esperaba que algún científico escribiera el gran libro que falta en España acerca de la filosofía de la ciencia. Junto a la literatura, las artes plásticas y la música, la ciencia es una de las cuatro patas sobre las que se asienta la mesa de la cultura. José Manuel Sánchez Ron podría escribir esa filosofía de la ciencia, ese estudio del ser científico en cuanto a tal ser; prueba de ello es su Historia de la física cuántica, obra ingente en tres tomos.

Acaba de salir, renovado, el primero y produce asombro el intenso trabajo desarrollado por Sánchez Ron. Sé muy bien que, sin crítica, el elogio se empequeñece, pero no encuentro reparos que poner a este primer volumen de la historia de la física cuántica en el que el autor desarrolla el periodo fundacional, así como el origen y cuantización de Planck, desmenuzando la expresión "que determinará la relación entre la densidad de la energía y la longitud de onda/frecuencia emitida".

"Considero –escribe Sánchez Ron– que la mecánica cuántica constituye uno de los grandes logros de la Humanidad. Sus aplicaciones, entre las que destaca la invención del transistor, pero sin olvidar otras como el láser y el máser, han transformado el mundo en sentido literal". La obra coral de científicos, físicos, matemáticos y químicos se analiza en este libro que consagra definitivamente a su autor.

Por las páginas de Historia de la física cuántica desfilan Kirchhoff y Maxwell; las nubes de Kelvin y el hallazgo de los rayos X; Thomson y el descubrimiento del electrón; Max Planck y la discontinuidad cuántica; Albert Einstein y la segunda discontinuidad cuántica; Rutherford y la radiactividad; Niels Bohr y la cuantización del átomo; el gran Heisenberg y las teorías de Bohr, Kramers, Slater…

Se propone José Manuel Sánchez Ron publicar los tres volúmenes de su Historia de la física cuántica durante este año 2025. Me propongo yo leerlos detenidamente desde el pensamiento filosófico práctico y elemental, el sentido literario y el recuerdo de Cervantes que, en Persiles y Sigismunda, escribió "Ninguna ciencia, en cuanto a tal ciencia, engaña: el engaño está en quien no sabe".