Quevedo al hombro, fuego ensordecedor, ceniza enamorada, vigía del idioma, apoteosis de la máscara, aquelarre y noche roja de Nosferatu con tembladera virginal, Francisco Nieva fue el hombre-arte, el hombre-teatro, el hombre-poesía, el hombre-novela, el hombre-niño… Si hubiera nacido francés habría sido ídolo nacional. Fue el escritor más imaginativo, más culto, más virginal, más provocador y sabio que he conocido a lo largo de mi dilatada carrera profesional.

Vivió en el país fantástico de El viaje a Pantaélica. Habló con la palabra desolada de La llama vestida de negro. Se derritió en el plomo candente de la carroza insólita, mientras combatían Opalus y Tasia. Se desbordó con el Pelo de tormenta, recordando los viejos tiempos de Rixes y Cobra.

Participó en el viaje iniciático de Pasolini, cobijándose bajo la sombra chinesca de Accatone. Se le convirtieron los ojos en pinceles para la Cinderella de Prokófiev y Felsenstein. Supo retomar el tiempo perdido de la juventud con Carne de murciélago y el inolvidable jamón de Noruega. Francisco Nieva, en fin, superó en muchas cosas a Artaud, a Beckett, a Genet, a Adamov…

El pasado 29 de diciembre, hubiera cumplido cien años. En las últimas semanas se le han rendido homenajes justos pero insignificantes para el esplendor con el que encendió la vida cultural de España. Con Claudio Rodríguez, con Carlos Bousoño y conmigo formó una tertulia literaria a la que cada semana convocaba a un alto personaje de la ciencia, la literatura, la filosofía, el teatro, la ópera, la poesía, la expresión cultural en su cumbre superior. Vivía para las letras y para ayudar a todos.

En Europa se le admiraba y yo recuerdo la permanente lección de lo que decía, siempre bajo su norma invariable: "comprender, no juzgar". Dramaturgo, pianista, actor, compositor, novelista, poeta, escenógrafo, académico de la Real Academia Española, bailarín, pintor, la irrealidad y el delirio…

Estoy seguro de no equivocarme si recomiendo a las nuevas generaciones que resuciten a Francisco Nieva. No se arrepentirán

Francisco Nieva denunció a lo largo de toda su vida la España oscurantista y macabra. En sus memorias –Las cosas como fueron– desnudó su alma sin un aspaviento. "No tengo el menor empacho en decir –escribe– que para un artista la bisexualidad aporta algo valioso en el plano moral. No es difícil rastrear la bisexualidad en cantidad de escritores, en Flaubert, en Verlaine, en Tolstoi y en tantos más, hasta en nuestro Cervantes".

Así que Francisco Nieva se abrazó a la muerte que retoza en los sonetos de Shakespeare; gritó en los poemas de la consumación de Vicente Aleixandre; se desnudó en el gabinete campestre de la tía Leda; se hizo palabra desolada en cien artículos de actualidad, plomo candente en la expresión cultural.

Ahora que veo las cosas con una larga perspectiva puedo afirmar que Paco Nieva superó a los grandes autores del teatro del absurdo, Ionesco y Beckett incluidos. Tuvo, en opinión de varios críticos exigentes, más alcance que Proust. Agonizó en ocasiones entre la inundación del estiércol cultural, cuando la prostituta azul se le convertía en lóbrega puta que bebía las estrellas y las escupía despacio.

Una paloma blanca va por la nieve, quiere levantarse, pero no puede, quiere levantarse, ir por la nieve, pero no puede, pero no puede. Francisco Nieva, que vibraba en el temblor lírico de su admirado Rafael Alberti, fue el cordero que se disfrazaba con piel de lobo, pero no podía hacerse malvado, no podía. "Fabuloso furor sin tregua", Nieva se realizaba plenamente en el teatro, en la fiesta ritual de Nosferatu, donde desarrollaba el agón, el epirrema, la mímesis, la katarsis, el deus ex machina.

Estoy seguro de no equivocarme si recomiendo a las nuevas generaciones que resuciten a Francisco Nieva. No se arrepentirán. El escritor que puso su espejo frente a la sociedad española y ante su propia vida mantiene la actualidad de un gran clásico y "no se encoge en la espuma del atardecer porque viajó siempre sin pestañear en el tren de la muerte".