La música tan erizada de los Beatles, tan entristecida y turbia, espesa los versos de Daniel Ramírez en Tus canciones y las mías (Aguilar), libro que he leído con creciente interés. El poeta invoca con aliento machadiano las cosas sencillas de la vida, la cotidianidad de cada día, si bien quizá olvida los caballos, lindos caballos, caballitos de madera, las colinas plateadas, los grises alcores, las cárdenas roquedas...

El lector no se tropieza con la metáfora que tiembla, con el adjetivo que deslumbra. El verso de Daniel Ramírez se centra en la realidad de la vida… Allí se empapa de melancolía y, por eso mismo, sus poemas son delicados y profundos.

El poeta, atracador de futuros, carga con más libros que ropa en la maleta. Aspira a que la amada inmóvil prefiera las cosas que el dinero no puede comprar, como el amor. Todavía se ve niño cuando contempla los años que pasan. El hielo de las copas enfría su pasado. También su presente. Y le duele tanto el pecho que no puede escuchar el corazón. Sobre la cama suena su miedo y le pide a ella que "duerma para siempre antes que yo".

Daniel Ramírez libra la guerra sin cuartel por una existencia esperanzada. Es hombre que investiga amaneceres, que recita a los poetas muertos, que no sabe por qué se han llevado la sangre y el alma de sus versos, cuando cumplidos los treinta estaba tan agradecido a vivir. Y recuerda, Machado otra vez, a los árboles de la niñez, álamos cerca del agua que corre y pasa y sueña, "conmigo vais, mi corazón os lleva". Sabe el poeta que es joven, pero está a punto de perecer de nostalgia.

En apenas tres décadas, pasó el peor jugador de fútbol, le dejó la chica que le gustaba, desafinó en su primer concierto y el profesor de dibujo le dijo: "Déjalo, no vales para esto". Se escapa, sin embargo, el poeta, de la vida vulgar porque cantan los Beatles y disfruta de lo terriblemente efímero, aunque prueba la amargura, prueba el amor para toda la vida de una sola noche. Y pisa las huellas machadianas, en su tarde tranquila, casi con placidez de alma, para ser joven, para haberlo sido cuando Dios quiso, para tener algunas alegrías… lejos y poder dulcemente recordarlas.

El poeta invoca con aliento machadiano las cosas sencillas de la vida. El verso de Daniel Ramírez se centra en la realidad de la vida

Pero no todo son escombros en la vida del poeta. Tiene la esperanza de haber unido a la luz de la amada… su fuego. Cree en la magia blanca del artista, en la creación del éxtasis en la tierra. Y se fuga de la lluvia. Piensa que el amor es viejo, que el amor es nuevo, que el amor lo es todo. Así que le sorbe a la vida su incertidumbre. ¿Cómo será la muerte?, le pregunta ella. Y él por fin contesta: "Cierra los ojos, ahí la tienes; todo el negro que ves con esos puntos de colores". Ella se pierde absorta y balbucea: "Tengo otra vida aquí dentro de mí".

El poeta se queda atónito. Sabe, como Borges, que a él también en otras playas de oro le aguarda incorruptible su tesoro, la vasta y vaga y necesaria muerte. Y se le desgranan los versos en la vida sencilla, en la convivencia apacible, en la tranquilidad del ánimo. Nacer, vivir, morir, esa es la verdad. Vivimos, afirma ingenuamente, en el submarino amarillo de los Beatles, en el "yellow submarine" de la melancolía asustada.

El poeta no olvida que ella está ahí, que la amada cambió su vida en cada punto de la mano, y por eso, como San Juan de la Cruz, deja las canciones, todas las canciones, entre las azucenas olvidadas.