El Cultural

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Primera palabra

Andrea Abreu, novelista habemus

25 septiembre, 2020 15:12

Decía Valle Inclán que la literatura es la expresión de la belleza por medio de la palabra y que provoca en el lector un placer puro, inmediato y desinteresado. Frente a lexicógrafos y lingüistas que han dictado cómo se debe escribir, se alza el artista que, en busca de la belleza, fractura la sintaxis, quiebra las metáforas, despedaza la adjetivación y se recrea en los oximorones. Es el hielo abrasador, el fuego helado del poeta al que yo habría encargado en mi periódico los artículos críticos de fondo. “No he de callar por más que con el dedo ya tocando la boca o ya la frente silencio avises o amenaces miedo”.

Desgarrado por una profunda emoción literaria me he adentrado en Panza de burro, la novela de Andrea Abreu. La oralidad devora en ella a la corrección gramatical, y lo hace “con voz de profunda madera desesperada”. La autora escribe desde la palabra hembra, tal y como se habla en un barrio tinerfeño, cabe las faldas del volcán altivo, mientras ruedan sus lágrimas por las mejillas del tiempo pasado. La historia de dos adolescentes entre el ocaso de las muñecas y el alba del sexo se derrama a puñados por las páginas de la novela.

Isora “se hacía un moño reteso y le quedaban unos rizos por fuera”, “parecía una niña de la época de los guanches. Tan morena con los ojos como dos luces verdes encendidas...” Su madre se suicidó. La niña odiaba a su abuela a la que llamaba bitch porque en la escuela, en la clase de inglés, había aprendido el significado de la palabra. La abuela temía que Isora engordara comiendo tanta golosina, “lo que le voy a dar a esa niña es un rebencazo pa que deje de comer mierdas, y yo tengo a la niña a dieta porque ya se está poniendo cachorrona, y si la dejo se me desbarata”.

Andrea, la autora de Panza de burro, sentía por Isora un ramalazo lésbico y no podía vivir sin la seda caliente de sus manos. La acompaña, incluso, cuando Ayoce y Mencey se las llevan al campo y someten a las niñas a una incierta desfloración “en la güerta gigante, de helechos altísimos”. La novela recrea el ambiente de un mínimo pueblo canario a través de certeros apuntes que definen a las personas, a las fiestas, al cura que se masturba, al vanidoso alcalde, a los insumisos perros, a las abuelas y otras cotorras palabreras, al braguerío incesante, a Juanita Banana, proyecto de transexual, a los guisos y comidas, a los paisajes todos de la tierra y del alma.

Las dos adolescentes se pelean un día, heñidas por una cuestión menor, y la sangre se derrama cuando Isora golpea a su amiga con el puño, “como en el jocico de un cochino”. Se separan y pasan un tiempo largo sin hablarse. Cuando la amistad se reanuda, comienzan a rugir los dioses abandonados en el vientre del volcán que se traga a medio pueblo. “Veía mi camita salir flotando por encima de la lava” que segó la vida de Isora dejando a su amiga devastada por la soledad y el miedo.

Diccionario en mano, me he adentrado en el laberinto del centenar de palabras por mí desconocidas que rosman por la literatura de Andrea Abreu: calantro, garimba, burgado, gofio, posmita, bemeta, brumasera, jarrapería, tolmo, quícara, humasera, calufa, magarza, solajero, cúcara, jariado, hibisco, verija, tabaiba, varajada, eschanizar, squirtel, moñudo, piche, escorrozo...

Andrea Abreu, tiene 25 años y desde su naciente alfar, “superadas las púberes canéforas”, ha escrito una novela hípster. Todavía no conoce el aquelarre y la noche roja de Nosferatu con tembladera virginal. Todavía el reino de la perversión está lejos de ella. Todavía ignora lo que es agonizar entre la inundación del estiércol cultural que nos sepulta, apoteosis de los buitres literarios sobre tantas escrituras cadaverizadas. Todavía está lejos Andrea Abreu de conversar con la prostituta azul convertida en lóbrega puta, que se bebe las estrellas y las escupe luego sobre la sociedad inhóspita y la exangüe literatura. Pero Panza de burro es una sorprendente novela que contagia, un relato bellísimo en el que hay candor y abandono y hay ternura. Sabina Urraca, en un prólogo erizante, distingue a la autora por su inteligencia salvaje, su magia lingüística, sus destellos literarios, sus arborescentes delirios, su pluma ofidia... Andrea Abreu, en fin, novelista habemus.