Image: La voz dormida

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Primera palabra

La voz dormida

4 mayo, 2018 02:00

En el año 2001, publiqué por primera vez datos y cifras incuestionables, que causaron general sorpresa. Durante el 2000, acudieron a los teatros madrileños, pagando la entrada, 2.505.594 espectadores. A los estadios del Real Madrid, Atlético de Madrid y Rayo Vallecano, los tres equipos entonces de Primera División, 1.802.930. Ese año, el teatro madrileño recaudó en taquilla 8.137 millones de pesetas y el fútbol de los tres grandes de la capital de España, 1.508. Desde entonces, y con escasas variaciones de proporción, esas cifras se han ido confirmando año tras año. Eso sí, al teatro se le dedica en los informativos de televisión dos minutos al mes y al fútbol más de cinco minutos todos los días en cada uno de los telediarios de los canales públicos y privados, amén de las retransmisiones y programas especiales.

El teatro es el termómetro con el que se mide la temperatura cultural de una ciudad. Tras Nueva York y Londres, y junto a París y Buenos Aires, Madrid es una de las cinco capitales donde más y mejor teatro se puede contemplar. Berlín se está incorporando al festín cultural del teatro y Shanghai permanece al acecho. No me puedo dejar en el tintero el esplendor de las salas alternativas madrileñas, donde se fríen cara al público, las nuevas actrices, los escritores que comienzan, los directores y autores que han tomado con fuerza la antorcha del relevo. Escribo todo esto tras acudir a presenciar La voz dormida en el Bellas Artes…

Que es el susurro de la nieve quebrada, el estallido de la ira contenida, el hielo abrasador, el fuego helado de Quevedo, la filigrana de la turbia tristeza estremecida, la sombra indecisa, el llanto que se derrama, el terror despedazado, el estrépito y la salmodia, la mendiga del hambre y de las máscaras, la dignidad de la alta dama vejada y ofendida. Todo eso es Laura Toledo. En La voz dormida, largo monólogo, sin un fallo en la voz ni en el gesto, la joven actriz da una lección de interpretación que deslumbró a María José Alfonso, sentada cerca de donde yo estaba. Fiesta de los puñales ciegos, resplendor de las hogueras apagadas, cifra azul de la tristeza, angustia de la palabra deshuesada, la actriz pasa la batería como un misil para emocionar a los espectadores.

La voz dormida, la novela de Dulce Chacón adaptada por Cayetana Cabezas, música de Luis Paniagua, espacio escénico de Laura Ferrón, iluminación de Josep Mercurio y dirección certera y flexible de Julián Fuentes, narra varios episodios sórdidos tras la guerra incivil española. El dictador siega la vida a garrote vil del padre, el novio y la hermana de la protagonista, que se queda al cuidado del bebé, su sobrino, defendiéndose en la vida miserable de aquella España atroz de los años cuarenta con su oficio de bordadora.

La voz dormida es un drama de fuertes raíces literarias y la ocasión para que una actriz nueva se consagre con una interpretación que a mí, personalmente, me dejó conmocionado y también a un público puesto en pie que aplaudió incansable a Laura Toledo hasta las lágrimas. En su soledad de amor herida, la actriz ha sabido narrar el fracaso de la Historia, recreando el clima de aquellos años turbios en los que la libertad quedó devastada. Laura Toledo es toda ella una herida sin cicatrizar, es el temor y el temblor de Sören Kierkegaard elevado sobre la escena del Bellas Artes con toda la fuerza del teatro más auténtico.

Zigzag

José Sanchis Sinisterra es uno de los nombres grandes del teatro español. Su influencia en las nuevas generaciones permanece ancha y profunda. Está más lúcido que nunca. Acaba de declarar algo que convendría estuviera presente en la escritura de los nuevos dramaturgos: “El teatro debe salir de los temas pequeño burgueses”. Hay que poner un espejo delante de la sociedad y llevar a escena los asuntos que de verdad alegran, alteran, entristecen, emocionan o emponzoñan la vida actual.