Puede que muchos de ustedes hayan leído a Adan Kovacsics y no lo sepan. Lo digo porque es probable que hayan leído alguna obra de Karl Kraus, de Hugo von Hofmannsthal, de Imre Kertész, de Joseph Roth, de László Krasznahorkai, de Franz Kafka, de Stefan Zweig, de Elias Canetti, de Victor Klemperer, por ejemplo, sin reparar en que lo han hecho en alguna de las siempre expertas y elegantes versiones de este traductor de origen húngaro, nacido y criado en Santiago de Chile, formado en Viena y afincado en España, donde reside desde 1980 en compañía de Cristina Grisolía, notable poeta argentina con la que comparte su amor a la música, a las palabras y a los libros.

¿Hasta dónde leemos a su traductor cuando leemos en nuestra propia lengua a autores extranjeros? Una pregunta como esta puede desatar debates apasionados e interminables. En cuanto traductor distinguido con los más importantes premios que tanto en España como en Alemania, Austria y Hungría se conceden a quienes practican su oficio, Kovacsics tendría mucho que decir a este respecto. Pero él no es hombre dado a las polémicas, y sí un fino degustador de la más valiosa y exigente literatura europea contemporánea, que no sólo ha contribuido a difundir sino que además le ha inspirado a él mismo como pensador y como narrador.

Los dos primeros libros que Kovacsics suscribió como autor –Guerra y lenguaje (Acantilado, 2008) y Karl Kraus en los últimos días de la humanidad (Ediciones UDP, 2015)– se servían de la figura tronante de Karl Kraus (a quien Kovacsics conoce mejor que nadie) para hilvanar una estremecedora reflexión –hoy más pertinente que nunca– sobre la responsabilidad que los medios de comunicación tienen en la creación de los estados de opinión que avalan y prolongan las guerras.

El destino de la palabra, acaso el más radical y poderoso de los libros de Kovacsics, es una implacable denuncia del capitalismo como agente destructor del lenguaje

Ya el segundo de estos ensayos abría en su seno una sutil vena narrativa que contribuía a complicar y matizar la reflexión crítica y filosófica. Los dos siguientes libros de Kovacsics –El vuelo de Europa (2016) y Las leyes de la extranjería (2019), los dos en Ediciones del Subsuelo– dilataban esta vena y constituían textos de enigmática y lírica intensidad, muy rara por estos pagos, sobre todo por la manera –tan centroeuropea, en definitiva– con que su autor acierta en ellos a injertar el humor en lo más grave, incluso en lo terrible.

Lo mismo ocurre ahora en El destino de la palabra, editado también por Ediciones del Subsuelo, acaso el más radical, sorprendente y poderoso de los libros de Kovacsics, una implacable denuncia del capitalismo como agente destructor del lenguaje. No sin ironía, la primera parte del libro se presenta como “Un aviso teológico-político”, pues imposta con deliberación un estilo profético y sapiencial, sirviéndose a partes iguales del apunte ensayístico, la máxima filosófica y el aforismo relampagueante.

La apasionada vindicación de la palabra como sede del espíritu tiene aquí innegables raíces judaicas y se opone con determinación a la insistencia que pone el capitalismo en reducir el lenguaje a lo fáctico, en reducir el valor de la palabra a su dimensión estrictamente informativa.

Al “aviso teológico-político” sirve de contrapunto satírico un muy “krausiano” y desopilante collage de titulares y citas de periódicos que ilustra en qué consiste lo que el autor llama “el lenguaje de la información”. Y al díptico así formado todavía añade Kovacsics, a modo de punto de fuga, un elemento más: un oscuro y fascinante relato –una parábola, más bien– titulado “El Tiempo”, de atmósfera entre onírica y metafísica, que parece recrear paródicamente el mito de Saturno devorando a sus hijos, complicándolo con muy contemporáneas reminiscencias psicológicas y culturales.

El resultado es una obra inclasificable, pugnazmente interpelativa, libérrima y desoladora, que consagra a Adam Kovacsics también como escritor al que tener muy en cuenta.