Hubo un tiempo en el que internet era un territorio poroso, improvisado, más centrado en las fronteras que en un centro. Un lugar en el que los raros se encontraban y construían puentes, refugios, cabañas misteriosas. Aún no estaba pulido, no estaba vigilado, no estaba optimizado: internet era imperfecto, y desde esa imperfección proliferaban blogs, foros y submundos extraños, espacios experimentales donde sentirse menos solo.

La mayoría de esos sitios desaparecieron, o se privatizaron, o se monetizaron, y algo de su belleza se perdió en ese cambio. Internet sigue siendo interesantísimo, claro (¡todo está en internet!), solo que ahora resulta más difícil encontrar lo verdaderamente interesante, resulta más difícil huir de la mercantilización de cada cosa; huir de cómo, siguiendo la lógica del capitalismo, de la que internet es solo un espejo, todo lo genuino e interesante acaba vaciándose de significado.

Pero no es mi intención hacer un discurso nostálgico acerca de un tiempo que fue mejor. Espero no caer jamás en eso, dios me libre. Venía a hablar de que ahí, a principios de la década pasada, cuando yo era aún una adolescente viviendo en su ciudad de provincias, empecé a seguir por Twitter a Bu Arena, y que durante los siguientes trece años, más o menos, cuando me fui a estudiar a Granada y después a vivir a Madrid, he ido leyendo desde la distancia sus reflexiones ingeniosas, afiladas, críticas, graciosas y en ocasiones superdotadas sobre las relaciones humanas, la cultura pop, la literatura de todo tipo o las series de televisión.

Hace unas semanas vi que la persona que estaba detrás de esa cuenta, Bárbara Arena, había publicado una novela, así que fui a comprármela con muchas ganas y mucha intriga. ¿Sería el libro una extensión de su Yo de internet? ¿Me haría exclamar “tía, total” en cada frase? La respuesta a sendas preguntas fue no.

A grandes rasgos, Un adiós, publicada dentro de los Episodios nacionales de la editorial Lengua de Trapo, narra una historia ficticia, pero completamente verosímil, acerca de un romance entre dos personas de clase alta. Una de ellas, una figura muy parecida al rey emérito. Esto añade interés a la historia, claro, pero el verdadero acierto de la novela es el modo en el que describe las maneras, los rituales, los protocolos y los silencios de su clase.

'Un adiós' huye de la caricatura para convertirse en, como dijo la propia Bárbara Arena, una foto. Y le sale muy bien

El hecho de que uno de los protagonistas sea alguien que podría ser Juan Carlos I le sirve casi como pretexto para poder retratar de una manera más completa cómo funciona el estatus, cómo son esas miradas y filtros que la escritora conoce tan bien.

Bárbara es experta en la autoconsciencia y el hiperanálisis, su ojo tiende a la microscopía, a los detalles, a lo sutil: eso ya se ve en su “internet persona”, y por eso Un adiós huye de la caricatura para convertirse en, como dijo la propia escritora, una foto. El mismo tipo de foto que hizo Proust de la clase alta francesa, una foto en ocasiones crítica y humorística, pero foto. Y le sale muy bien.

Claro que no hay nada malo en las parodias y las sátiras. Las parodias y sátiras pueden ser brillantes. Como la que hace Truman Capote en la divina Plegarias atendidas, construyendo unos personajes terroríficos y fascinantes, que nacen tanto de su deseo de pertenecer, como de su resentimiento por no poder pertenecer del todo, como de su odio hacia aquello a lo que quiere pertenecer. Y está genial, como también lo están los retratos reales, grises, complejos.

En ese sentido, la novela de Bárbara consigue bien lo que quiere: enseñarnos qué se hace con lo que se calla, qué poco se puede hacer a veces con lo que se calla. Y enseñarnos, también, qué es un shatush