Pierre Boulez. Foto: Marta Fernández / Europa Press

Pierre Boulez. Foto: Marta Fernández / Europa Press

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¿Es el fin de las escuelas estéticas en la música?

En apariencia, las luchas estéticas en la música se han atenuado en lo que llevamos de siglo XXI comparadas con las disputas intestinas del XX. ¿Pero se corresponde esta percepción con la realidad? ¿Es el fin de las escuelas?

Jesús Rueda Tomás Marco
21 marzo, 2022 00:58
Tomás Marco

Tomás Marco

Tomás Marco
Compositor y ensayista

Las guerras sonoras

En mayo se celebra el centenario de Xenakis, uno de los constructores de la vanguardia de la segunda posguerra, que no se hablaba con Boulez, por quien era despreciado, mientras Stockhausen y Henze hacían lo mismo. Y es que la férrea dictadura técnico-estética de la escuela de Darmstadt, que aparentemente dominó con el serialismo integral los lenguajes de la época, parece indicar que una línea de vanguardia ortodoxa, que se preconizaba como evolución natural de la Escuela de Viena, era aceptada universalmente. Nada de eso. La famosa conferencia de Nono en Darmstadt 59 rompiendo con el grupo por aceptar el imperialismo americano (¡John Cage!) muestra la discrepancia tanto como el ostracismo a que en Europa se somete a un lenguaje tan avanzado como el de Elliot Carter por no ser serialista y que solo se levanta cuando Boulez empieza a tocarlo en su calidad de director de la Filarmónica de Nueva York.

La posmodernidad ha acentuado en la música el individualismo y la globalización ha impuesto la intertextualidad que equivale en el arte más reflexivo a lo que en el comercial o popular se entiende por fusión

Para acabarlo de arreglar, además de la estocástica xenakiana, la fuerza con que irrumpen desde el Este las vanguardias no seriales de Penderecki, Lutoslawski y muchos otros, la aleatoriedad de los Cage, Brown o Feldman, la escucha estadística a lo Ligeti pulverizan la idea de unidad ideológica sonora. Hay más, desde luego, y todas las escuelas parecen luchar a muerte por la supremacía estética. Y quizá el último esfuerzo de la ortodoxia sea el espectralismo lanzado desde Francia, pero adoptado en muchos lugares.

Desde el primer cuarto de siglo XXI la vanguardia musical aparece como falsamente más plural y con menos luchas fratricidas. Creo que se simplifica. Claro que la postmodernidad ha acentuado el individualismo, las corrientes minimalistas, sean repetitivas o místicas, han impregnado muchas otras direcciones y la globalización ha impuesto una cierta búsqueda intertextual que equivale en el arte más reflexivo y creativo a lo que en el comercial o popular se entiende por fusión. Está claro que si se junta a un saxo de free jazz con un guitarrista flamenco y un balafong africano algo suena y además se puede vender, pero no suele obtener la integración técnica y conceptual como algunos miembros de la actual vanguardia intentan. Lo hacen de muchas maneras y las diferencias de escuela parecen decirnos que las batallas se han abandonado o al menos son menos cruentas que en el pasado reciente. Puede que eso ocurra de alguna manera entre los creadores que parecen respetarse más aunque en realidad se ignoran premeditadamente, pero no tanto entre los organizadores especializados que abren o cierran puertas muy conscientemente.

Incluso una nueva heterodoxia, como la del llamado arte sónico, pretende ser otra cosa distinta a la música, como lo pretendieron los electroacústicos de primera hora y muchos otros a lo largo de la historia. Y es que, desde el advenimiento tardomedieval de la Ars Nova, cualquier nueva escuela técnica o estética tiene que luchar a muerte con el resto si quiere sobrevivir. A lo mejor la música de estos últimos años da una sensación de pacificación. Es la calma de la superficie. No hurguemos en las profundidades.

Jesús Rueda

Jesús Rueda

Jesús Rueda
Compositor

Saber dónde se está

Un jovencísimo alumno de composición me contaba hace poco que sentía nostalgia de mi época de estudiante (que él evidentemente no había conocido), cuando todo estaba claro y sabíamos perfectamente cuáles eran las líneas principales que debías seguir, o bien ir contra ellas, pero que en cualquier caso no dejaban de ser una referencia necesaria. Podría ser que la actual situación de la música contemporánea, con su gigantesca panorámica de propuestas, pudiera tener un efecto disuasorio entre los jóvenes. Estos se enfrentan al inmenso océano de la diversidad y de las múltiples minorías, a una sociedad en veloz aceleración.

Las escuelas musicales generan la fuerza de la unión, como en un equipo de fútbol. Su gran desventaja es producir legiones de prosélitos, a veces agresivos, que ejercen su fuerza contra el enemigo

En los 80 los restos de las vanguardias todavía tenían una fuerte influencia en el panorama musical. El precio de saltar las lindes de lo permitido suponía el rechazo y el aislamiento del grupo. Los grandes festivales de música del viejo continente estaban articulados sobre las escuelas bendecidas por los centros de poder. En este ambiente, un poco tardío, crecí como compositor. En aquellos tiempos obtener una partitura o una grabación de alguna obra de culto suponía una epopeya, pero una vez obtenida era un suculento botín. Hoy día, con internet te descargas en segundos miles de partituras en formato pdf que nunca leerás, decenas de grabaciones comerciales que nunca escucharás.

Las escuelas tienen la ventaja de crear una cadena muy funcional, explotando la diversificación de recursos y ampliando su alcance. La unión hace la fuerza. Y como en los equipos de fútbol o los partidos políticos, saber con quién tienes que estar y a quién tienes que enfrentarte es importante. Pero su gran desventaja es producir legiones de prosélitos –a veces bastante agresivos– que ejercen su fuerza contra el enemigo. Todavía perviven los restos de algunas escuelas debilitadas apoyadas por unos pocos festivales, pero el declive es palmario a pesar de las voces militantes que nos aseguran que están más vivas que nunca. Los grandes popes han ido desapareciendo y los pocos supervivientes del pasado están casi olvidados.

Hemos acabado agotados de las escuelas modernistas del pasado siglo, y el péndulo de la historia nos dirige hacia el lado contrario: la diversidad, el antidogma, la dispersión, la multiplicidad… Tiene sus ventajas, sin duda, pero también inconvenientes. Actualmente existe un gran número de públicos minoritarios que demandan propuestas diversas y transversales. Pero el péndulo todavía tiene que recorrer un buen trecho.

Hoy, dadas las limitadas posibilidades de vivir como compositor, los jóvenes apuestan más por la producción musical, la enseñanza u otras vertientes de la música aplicadas a la tecnología. Si no se hace hincapié en la enseñanza musical desde la escuela, estamos abocados a esta eterna situación en la que se malgasta el enorme talento que atesoramos.

Y una última reflexión: es importante saber dónde se está. La mayoría se queda en lo banal, algunos siguen adelante porque otean nuevos territorios, y tan solo unos pocos se adentran en lo oculto. 

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