Imagen | ¿Es la cultura una necesidad?

Imagen | ¿Es la cultura una necesidad?

DarDos

¿Es la cultura una necesidad?

¿Es exagerado decir que la cultura es un bien de primera necesidad? Laia Falcón y Lorenzo Silva dan aquí su opinión

1 junio, 2020 06:59
Lorenzo Silva
Escritor

Alternativas a la indigencia

Dejó escrito Julio Camba que aquí la bohemia era imposible porque la pobreza elegida era un lujo de sociedades ricas y la española distaba mucho de serlo. Los escritores españoles que arrastraban una vida misérrima quizá tuvieran, decía, vocación de llevarla, pero incluso sin esa vocación su indigencia carecía de alternativa. Aunque hace casi un siglo de este diagnóstico, he aquí que el fantasma de la pobreza, gracias a un virus que acaba de saltar a nuestra especie y se siente en ella a sus anchas, asoma otra vez en el horizonte de la sociedad española.Y vuelve a planear sobre los escritores, y el resto del gremio de la cultura, la sombra de una indigencia no buscada ni querida, para la que se plantea la necesidad de encontrar algún paliativo oficial.

Macron lo ha ofrecido para la cultura francesa con solemne aparato y redoble de tambores: está en su tradición. Tampoco va a verse reducida, pese a la ferocidad de la epidemia, la apuesta de Estados Unidos por sus industrias culturales, con ingente aportación de recursos públicos y privados: como dice Michel Houellebecq, se puede acusar a los norteamericanos de muchas cosas, pero entienden el papel hegemónico de la cultura, a la que el escritor achaca la victoria estadounidense en la Guerra Fría, más que a la superioridad en armamento o el reclamo de la sociedad de consumo; bastaba mirar, alega, las colas que había en Moscú cuando estrenaban alguna película de Hollywood.

"Más allá de algún paquete simbólico, no se cuente con que pueda venderse a la población empobrecida que del erario salen euros para mitigar la miseria de los titiriteros. Ahí no hay votos"

Aquí, ya lo sabemos, nada de eso va a pasar. Quizá por eso sea ocioso plantearse si la industria cultural debe recibir o no un apoyo público semejante al que recibirán las aerolíneas, el fútbol o el sector del automóvil: abandonen toda esperanza. Más allá de algún paquete simbólico, como el ya aprobado, no se cuente con que pueda venderse a la población española, empobrecida y en algún caso hambrienta, que del erario salen euros para mitigar la miseria de los titiriteros. Ahí no hay ni habrá votos. Si acaso cabrá exigir, porque es lo mínimo que la justicia impone, que los trabajadores culturales, muchos de ellos autónomos, accedan al mismo amparo escuálido que los dedicados a otros oficios.

Haciendo de la necesidad virtud, tal vez sea el momento de darle un meneo al mercado cultural español. De revisar modelos que no funcionan como deben –desde la distribución de libros a la producción audiovisual– y pensar en qué cabría hacer desde la propia industria, a través de la ya ineludible mediación digital y sin contar con la autoridad desbordada por la pandemia, para conectar mejor el talento con el público que lo demanda y para convencer a este de retribuir decorosamente a quienes con una canción, una película o un libro hacen mejores sus días, incluso sometidos a confinamiento. No vendría mal contar con leyes que lo favoreciesen, con una protección eficaz contra la piratería o incentivos al mecenazgo, pero sin esos bueyes nos toca arar y apelar a quienes nos leen, ven o escuchan. En sus manos está nuestro futuro. Y de ellas, como saben los pocos creadores que logran pagar sus facturas, viene también nuestra libertad

Laia Falcón
Soprano y autora de 'La ópera: voz, emoción y personaje

Cercanía de seguridad

Antes de que esta pandemia lo cambiara todo con su incertidumbre atroz y el desgarro de tantas despedidas sin abrazo, mi respuesta se habría concentrado en otras cosas.

Habría subrayado que nuestro patrimonio, lo que ya nos pertenece por derecho, debe cuidarse. Protegerse con impecables garantías con las que llegar a nuestros hijos, de la mejor forma posible y sin perderse por el camino. La sanidad, las escuelas, la Alhambra, las carreteras, el próximo Nobel de Literatura, las ciencias conquistadas y las que están por descubrir... todo esto es nuestro y tiene que estar disponible, crecer y seguir inventándose. Las leyes del mercado son eficaces pero no siempre suficientes: quizá la oferta y la demanda no hubiesen salvado algunos de nuestros tesoros y tenemos que velar para que equivalentes obras del futuro tengan la oportunidad de ser creadas. Tenemos herramientas de acertada solidez que, sin duda, siempre deben extenderse y mejorar: exámenes públicos de muy alta exigencia en hospitales, universidades u orquestas, expertos externos de evaluación, protocolos de precaución y transparencia para que el conjunto sepa y pueda opinar.

"Como tantos compañeros, salí a cantar al balcón la primera tarde de confinamiento. Cuando luego dudé, me llamaron por mi nombre. “Este momento es ahora nuestra vacuna”, decían"

Si sigo estando de acuerdo con todo eso, hoy creo que debo responder desde otra urgencia. ¿La cultura, primera necesidad? En este tiempo de soledad, miedo e insoportables cifras que jamás olvidaremos, nos hemos observado de balcón a balcón de una forma distinta. Internet ha demostrado su reinado: gracias a la pantalla algunos (no todos) hemos podido trabajar, ver a los nuestros, hacer gimnasia y preguntar asuntos de pronto imprescindibles. Pero a la vez hemos salido a la ventana (hemos necesitado salir a la ventana) para estar juntos. Mientras aprendíamos de golpe a mantener esa crucial distancia de seguridad de la que ahora tanto dependemos, vimos lo mucho que necesitamos también esa cercanía con la que seguir teniendo ganas de seguir. Esa crucial y nueva cercanía de seguridad.

Como tantos compañeros, salí a cantar al balcón la primera tarde de confinamiento: otra forma más de saludar a la calle y dar las gracias a los que nos cuidaban, a la tienda de la esquina y la farmacia, a los que intentaban trabajar en sus casas y a los que no podían porque sus gremios cerraban sin saber hasta cuándo. Desde entonces y durante dos meses la respuesta de mis vecinos fue abrumadora: tantos rostros a los que nunca antes había visto saliendo a sus ventanas cada día a las 18.30, sonriendo, escuchando, aplaudiéndonos. Respirando y llevando juntos el compás, como un corazón. Cuando dudé me llamaron, a la hora precisa y por mi nombre. “Ese momento del balcón es ahora nuestra vacuna”, me escribió uno de ellos, al que aún no conozco. En una casa sirvió de despedida al padre. Tres niños magos celebraron las canciones con globos y una pancarta. Y se organizaron para conseguir que la fuente de la plaza parase diez minutos cada tarde y así la voz llegara mejor a más ventanas. Cuidamos todos de nuestro pequeño gran teatro .