Image: Piedras en el tejado (de la SGAE)

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Opinión

Piedras en el tejado (de la SGAE)

Ernesto Caballero, dramaturgo y miembro de la junta directiva de la SGAE, rompe una lanza en favor del historial de Bautista

1 agosto, 2011 02:00

Ernesto Caballero durante la reunión en que se anunció que Teddy Bautista quedaría a disposición de la Comisión Rectora


El dramaturgo y director de escena Ernesto Caballero es vocal de la actual Junta Directiva de la SGAE y uno de los cinco miembros de la Comisión Rectora creada para conducir la institución tras la tormenta desatada por el escándalo de corrupción. Además, en Mérida se estrena el 11 de agosto una versión suya de 'Antígona', dirigida por Mauricio García Lozano. El autor escribe para El Cultural un artículo en el que defiende que "los creadores siempre estaremos en deuda con Teddy Bautista".


Nido de ladrones, panda de sinvergüenzas, paniaguados del gobierno, mafia de "la ceja"... son algunas de las flores con que muchos lectores de periódicos en los espacios de opinión (?) han adornado a la SGAE en estos últimos tiempos. Son la expresión de una extendida animadversión social apenas superada por la del colectivo de controladores aéreos. Los últimos acontecimientos acaecidos en la casa de los autores, con la irrupción de la Guardia Civil en su sede y la detención de varios de sus directivos, han terminado de encender la llama de una hoguera instalada en mitad de la plaza de nuestra vida pública. Una general admonición se ha extendido entre la población hasta poner en cuestión el propio concepto de propiedad intelectual. Los argumentos han ido desde el controvertido canon digital (recientemente retirado por el Congreso de diputados) hasta hechos anecdóticos como que algunos socios, autores relevantes, hayan participado en la campaña electoral a favor de un candidato, o como las conocidas controversias de los recaudadores en bares, bodas, gimnasios o establecimientos de peluquerías. De esta materia han estado tejidos la mayoría de los análisis de muchos comentaristas a los que en principio cabría suponerles algo más de alcance crítico. En cualquier caso, lo que antes de nada se ha podido constatar en toda esta tremolina mediática es la escasa consideración social del autor en nuestra deslustrada nación. Como ha señalado el dramaturgo Ignacio García May, el arte es de todos, pero los beneficios industriales que se derivan de él pertenecen indiscutiblemente a sus legítimos propietarios, los autores. Es muy significativo que este principio, tan sencillo, e incuestionable en EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido y otras naciones cultas, resulte tan difícil de inculcar en la sociedad española, tradicionalmente envidiosa e ignorante.

Ya Sinesio Delgado, fundador de la Sociedad de Autores Españoles, germen de la actual SGAE, se lamentaba de la incomprensión y hostilidad que despertaba su iniciativa entre muchos de sus conciudadanos. Desde aquella fundación, numerosos han sido los creadores que al frente de la institución han luchado en defensa de los derechos e intereses de los autores. Pero, sin duda el más enérgico y tenaz en pos de estos objetivos introduciendo ambiciosos criterios de alta gestión empresarial, sobre todo a partir de la irrupción del universo digital, ha sido su último presidente, Eduardo Bautista.

Quien conoce a Teddy sabe de su asombrosa capacidad de conciliar la gestión cultural con un exhaustivo conocimiento y depurada sensibilidad hacia las distintas disciplinas artísticas. Los creadores siempre estaremos en deuda con él a pesar de que, como impone una injusta ley de la vida, los errores de última hora nos hacen olvidar los muchos logros y aciertos del pasado. Resulta obligado recordar que el anterior presidente del consejo de dirección ha luchado como nadie por la dignificación profesional del creador en un territorio sociológico nada favorable. Consciente de la antipatía que siempre iba a despertar una entidad de recaudación entre cuyos usuarios figuraban los propios grupos de comunicación decidió huir hacia adelante desistiendo de cualquier intento de avenencia. A resultas de lo cual, la necesaria pedagogía acerca del sentido y funcionamiento de las entidades de gestión ha brillado por su ausencia en nuestros medios de comunicación. Estos se han limitado a dar cuenta de algunas querellas presentadas por los autoproclamados internautas (los socios también lo somos), y de cubrir noticias como aquella en que la SGAE reclamó el cobro de cuotas pendientes al ayuntamiento de Fuenteovejuna, excelsa corporación pionera en la práctica de quedarse todos a una con el dinero de los artistas (hoy en día, como es sabido, han seguido tan ahorrativo ejemplo otros tantos de nuestros municipios; cuestión ésta de muy graves consecuencias para las industrias culturales españolas, y que no parece haber despertado tanto interés en nuestros medios).

Sea como fuere, una actitud a la defensiva, victimista, cuando no abiertamente paranoica, se ha ido larvando intramuros del palacio de Longoria, transformando un esperanzador proyecto de emancipación de los creadores en una gestión agresiva y presidencialista incapaz de controlar todos los virreinatos de un imperio súbitamente enriquecido merced a los derechos devengados por los nuevos medios de difusión con sus correspondientes soportes; un imperio al que ha acudido (o se le ha llamado, que es peor) más de un rufián en busca de El Dorado; un imperio cuya más rutilante empresa la constituye el controvertido proyecto ARTERIA: una red de edificios de exhibición escénica y musical levantado con los fondos de una ley que obliga a invertir en actividades de promoción cultural y asistencia social parte de los beneficios obtenidos, y cuya viabilidad y oportunidad desde un primer momento han sido discutidas, también desde el interior de la propia SGAE por, entre otras razones, la ausencia de la estructura empresarial especializada que tal inversión financiera requiere.

Del otro lado, la incomprensión de una clase política irresponsable, dedicada a atizar el fuego de la demagogia entre una población resentida e ignorante ha terminado por demonizar una institución respetada y reconocida allende nuestras fronteras. Sin embargo, tantas estacas en las ruedas, unidas a las propia indolencia y pasividad de la mayoría de sus socios (por ignorancia, comodidad o algún inconfesable interés) no han impedido un más que aceptable funcionamiento de la entidad en lo que se refiere a su tarea de reparto y recaudación. Buena parte del mérito se debe al esfuerzo y dedicación de la mayoría de sus empleados injustamente afectados por los recientes acontecimientos. No obstante, a nadie escapa la falta de fluidez de la casa de los autores en sus relaciones con la ciudadanía, la demanda de mayor democracia interna por parte de los socios y la conveniencia de revisar algunas de las más polémicas líneas de actuación trazadas hasta la fecha.

Nos encontramos ante una nueva etapa en que aún es posible restituir a la centenaria institución al lugar que le corresponde entre las sociedades más avanzadas. Para ello es necesario establecer un debate riguroso y sosegado en el que las creencias dejen paso a las opiniones, las condenas sumarias a la discrepancia constructiva, la mala baba a la buena voluntad, la visceralidad a la razón... La próxima asamblea general convocada para septiembre es una ocasión propicia para que los socios inicien este debate; un debate en el que deberían abstenerse de interferir, como de manera interesada lo han venido haciendo, los diferentes grupos de presión que tienen como insensato objetivo acabar con los derechos de autor tal como los conocemos.

Como en tantos otros aspectos de nuestra vida social, nos hallamos ante la oportunidad de enderezar el rumbo de un navío a punto de encallar de forma irremisible. Las últimas decisiones adoptadas por la Junta Directiva de la SGAE se orientan en esta dirección regeneradora. Los creadores y su complejo industrial tienen mucho que aportar a la recuperación económica y social de nuestro país. Sería bueno que entre todos empezáramos a retirar las muchas piedras que hemos lanzado sobre nuestro frágil tejado.