Juan Mayorga. Foto: RAE

Juan Mayorga. Foto: RAE

Primeros capítulos

Así empieza 'La colección' de Juan Mayorga

Lea el comienzo de la última obra del autor madrileño, una indagación en la pisque de los coleccionistas

5 mayo, 2020 09:00

1

        Hay una puerta cerrada. Por otro acceso entran Susana y Carlos, este con una maleta. Carlos deja la maleta y sale por un tercer acceso. Susana, sola, observa el lugar. Hasta que, por donde Carlos se fue, precediéndolo, entran Berna y Héctor. Berna y Héctor son viejos; Susana, joven. También lo es Carlos, que permanece a cierta distancia de los otros tres.

Berna- Señora Gelman.

Susana- Señora Pereira, señor Pereira.

Berna- Preferiríamos que nos llamase Héctor y Berna.

Susana- Pueden llamarme Susana.

Berna- Tome asiento, Susana, por favor. Mejor aquí, nos enteramos más por este lado. ¿Le apetece tomar algo? ¿Tinto? ¿Blanco? ¿Un zumo?

Susana- Tomaré agua, gracias.

        Carlos sirve a los tres: tinto a Berna, zumo a Héctor, agua a Susana. De vez en cuando, Berna hace un ejercicio con una mano para activar su circulación.

Berna- ¿Ha tenido buen viaje?

Susana- Todo ha sido muy fácil, gracias.

Berna- Somos nosotros los que tenemos que estarle agradecidos. Sabemos que tiene responsabilidades que atender. Y la invitación que le dirigimos debería haber sido más clara.

Susana- Era lo bastante clara. No tuve duda en aceptar.

Berna- La etiqueta indica a qué pieza corresponde la caja. Contienen libros, artículos, películas, programas radiofónicos… Algunas piezas, ya lo ve, han dado mucho que hablar. Archivamos cualquier expresión, en cualquier formato, sobre ellas, si bien ellas se expresan por sí solas. Héctor no les llama “piezas”, unas veces les llama “obras”, otras “cosas” u “objetos”, otras “imágenes”, yo me sentiría una impostora si les llamase así. A este lugar Héctor le llama “la caverna” porque dice que en él están las sombras de las cosas. Yo le llamo “el ring” porque es donde nos peleamos. Si se da una vuelta por la zona y visita edificios de esta clase de la misma época, observará que… Sí, Héctor, estoy a punto de hablar de ello. ¿O prefieres hacerlo tú?

        Silencio.

Héctor- Es lógico que, teniendo la edad que tenemos y no teniendo hijos, la gente se pregunte por el destino de nuestra colección.

        Silencio.

        Yo pienso que todo esto es prematuro. De haber prevalecido mi opinión, aún no la habríamos invitado a venir.

Berna- Sabes muy bien que sucedió algo que precipitó nuestra decisión.

Héctor- Berna se refiere a que tuve una ausencia. Solo durante unos minutos. Solo tres veces.

Berna- Llevamos años anticipando este momento. Fue Héctor el primero que se atrevió a expresarlo, pero los dos llevábamos años con ello en la cabeza: “Cuando nosotros no estemos, ¿qué será de la colección?”.

Héctor- “Cuando nosotros no estemos”. Estamos. Podemos estar mucho tiempo.

Berna- Antes de escribirle a usted, hemos discutido las demás posibilidades. La primera, llegar a un acuerdo con el Estado.

Héctor- No confiamos en el Estado. En ningún estado.

Berna- Se han dirigido a nosotros varios estados.

Héctor- ¿Y si un día un político o un funcionario, cualquier mequetrefe, decidiese, por ejemplo, que una obra es inmoral, o que su autor es inmoral, y la metiese en un sótano? No nos fiamos.

Berna- Hemos discutido todas las alternativas. Ninguna nos asegura lo fundamental. Lo fundamental es la unidad de la colección. Lo fundamental es asegurarse de que no será desmembrada, o disuelta en otra cosa. Más que cualquiera de las piezas, lo importante es su reunión, el modo en que cada una es afectada por las demás. Las piezas no pueden ser separadas bajo ningún concepto, ni perderse entre otras, por valiosas que sean esas otras. La colección es más importante que sus piezas.

Héctor- Usted tiene familia.

Susana- Sí.

Héctor- Marido y una hija pequeña.

        Silencio.

Susana- Tres años.

Héctor va a mirar por una ventana.

Héctor- ¿Hay fiesta?

Berna- Están de fiesta, sí.

Héctor- ¿Qué celebran?

Berna- No sé. Aunque no habíamos cruzado palabra hasta hoy, usted no es para nosotros una desconocida. Llevamos tiempo coincidiendo. En galerías, en ferias, en subastas. Nos fijamos en usted, aunque no fuese una competidora. Pronto percibimos algo que podíamos reconocer. Una afinidad.

Héctor- La descubrimos en Berlín. Era una coleccionista pobre, pero su mirada no era la de un coleccionista pobre.

Berna- Las piezas ante las que se detenía, el gesto con que las observaba, el brillo en sus ojos ante una pieza que empezaba a codiciar.

Héctor- En Berlín compró una pieza inferior. Esa pieza revelaba, sin embargo, una ambición. Una visión.

Berna- ¿Una copa?

Héctor- Una convicción. Una pasión.

Susana- Agua, por favor.

        Carlos sirve agua a Susana, tinto a Berna y zumo a Héctor.

Berna- Usted podría haber comprado esa pieza por la mitad de lo que pagó. Vamos a tener que enseñarle unos cuantos trucos. Mañana, después de que los tres hayamos descansado, visitará la colección.

Susana- Pensé que la visita tendría lugar hoy.

Héctor- Se le sugirió que trajese ropa para varios días.

Susana- Supongo que habrá una razón más importante para que no pueda hacer la visita hoy.

Héctor- ¿Está impaciente? ¿Es impaciente?

Susana- Mañana tengo una cita importante e inaplazable a trescientos kilómetros de aquí. No se lo advertí porque es algo que ha surgido en las últimas horas.

Héctor- ¿Pudimos equivocarnos de carta? Hicimos tres versiones. ¿La tiene ahí?

Susana- Sí.

Héctor- ¿Puede leerla?

Berna- Pero Héctor…